Estrenado el pasado 18 de marzo, la serie Krakowskie potwory (Monstruos de Cracovia, 2022) es uno de esos originales de Netflix que hacen que la plataforma se distinga de otras por su política de dispersión internacional. Si otras como Paranormal' se adentran en la mitología egipcia, este relato fantástico con tintes sobrenaturales se basa en leyendas eslavas para construir un complejo equivalente polaco a Buffy, Cazavampiros y Ragnarok. Dirigida por Kasia Adamik y Olga Chajdas, sus ocho episodios se adentran en el mundo del folklore tradicional polaco y lo combina con el mundo contemporáneo, mezclando deidades y criaturas con recuerdos, traumas, drogas y sexo con un tono oscuro que navega entre la típica serie fantástica dirigida a un público young adult y los experimentos más inusuales, llegando a niveles de excentricidad antológicos en su último capítulo, que visto sin saber nada de la serie puede ser equivalente a una terapia de electroshock. El mundo que presenta Krakowskie potwory es denso y en su construcción estipula que nuestro universo está ubicado en el centro exacto de un reino sobrenatural, dominado por fuerzas del bien que se oponen a eminencias demoníacas. Estas dos realidades están organizadas en una escala jerárquica muy rígida, que nos impide categóricamente intervenir a los humanos. El mundo material está suspendido entre dos polos opuestos, en constante lucha entre sí, pero lejos de nuestra existencia, dentro de un equilibrio de la justicia y el caos más absoluto. Pero nosotros no sabemos nada de esto hasta que conocemos a Alex, una estudiante de primer año en la facultad de medicina de Cracovia que a menudo tiene pesadillas y se despierta a las tres de la mañana. Su compañera de cuarto y amiga cercana, Mary, cree que tiene esquizofrenia e insiste en que visite a un terapeuta, sin embargo, obviamente es una humana especial, y su existencia va de la mano a una presencia angelical que puede desmoronar el rígido pacto de no injerencia en el que se basa el bienestar de todo el planeta. Este es el punto de partida que lleva a Alex y a otros personajes con habilidades extraordinarias a desentrañar la compleja jerarquía que domina los mundos del bien y del mal, cuando un demonio vengativo posee a un niño y pone en peligro la existencia en la tierra al desatar las fuerzas del mal. Krakowskie potwory explica todo esto a lo largo de unos cuantos episodios iníciales que no siguen una narrativa horizontal. Hay un constante picoteo entre las tramas a diferentes niveles que nunca acaban de comprimirse del todo. La serie tiene muchos toques de terror, pero se ajustaría más al nuevo subgénero de la fantasía urbana, que ha ganado mucha popularidad en las últimas décadas, tomando los seres clásicos del folclore como trolls, ogros, duendes, espectros y más, y los presenta en una metrópolis gris y realista, convergiendo con historias que van desde la aventura de acción moderna al drama, y dentro caben desde Border a Grimm o Underworld, pero en este caso no acaba de remar para un lugar concreto y da la sensación de que hay más ambición en la apuesta que una idea para articularla. Su buen punto de partida se va perdiendo en la escasez de foco y una sensación de gravedad que impregna los eventos más importantes, que va arrastrándose perezosamente a una conclusión válida pero que no acaba de cuajar todos los ingredientes previos, probablemente consecuencia de una narración poco estructurada a la que no ayuda un ritmo lento, por otra parte bastante común en estas aproximaciones al fantástico de Europa del Este y a veces le da una sensibilidad especial, diferente y refrescante. La serie tiene cosas en común con ficciones esotéricas pulp como The Dresden Files, pero sus extravagancias, a veces verdaderamente impactantes, la acercan más a rarezas como la trilogía rusa del 2004 Night Watch (Guardianes de la noche). Hay un arco general lleno de misterio centrado en el personaje de Alex, con un gran trabajo de Barbara Liberek, pero la historia también trata de enfocarse en la aparición de monstruos en la ciudad y un posible apocalipsis que parece estar conectado, pero nunca bailan acompasados. Krakowskie potwory tiene unos valores de producción más compactos que otras producciones de Netflix similares, y una combinación de CGI y efectos prácticos que dan vida a algunos diseños de criaturas reseñables, que junto a detalles como cadáveres con dos corazones e íncubos insaciables que corren por la ciudad sin bragas, dejan algún que otro detalle truculento que la elevan sobre productos más juveniles. No es un visionado imprescindible para amantes del género, pero los más atrevidos encontrarán una curiosidad espesa pero divergente :)