Una vez más, el presidente estadounidense Donald Trump ha intervenido en la cuestión palestina, proponiendo soluciones radicales desde una postura firmemente pro israelí, afirmando que se apoderará de la Franja de Gaza expulsando a todos los palestinos de la zona: “Seremos sus dueños. Y seremos responsables de desmantelar todas las peligrosas bombas sin explotar y otras armas que hay en ese lugar, por la cual Gaza podría convertirse en una Riviera del Oriente Medio” afirmó este martes durante su reunión con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Como sabéis, el acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás, que entró en vigor el 19 de enero, tiene una duración de 42 días, durante los cuales ambas partes se han comprometido a negociar nuevos pasos hacia una solución. Sin embargo, el presidente estadounidense expresó escepticismo sobre su longevidad, señalando la magnitud de la destrucción en Gaza. Según Trump, Gaza ha sido tan devastada que necesita ser reconstruida “de una manera completamente diferente”. Sugirió que los países árabes como Egipto y Jordania deberían recibir más refugiados palestinos para ayudar a poner orden en la región. Durante las conversaciones con el rey Abdullah II de Jordania, Trump expresó su deseo de que el reino acoja a más personas y describió la situación en Gaza como "un completo desastre". También tiene la intención de plantear la cuestión al dictador egipcio, Abdul Fatah el-Sisi. Trump considera que la reubicación de los habitantes de Gaza en países árabes es una solución temporal o incluso a largo plazo. Cree que podría ofrecer a los palestinos un “nuevo comienzo” y contribuir a la estabilidad regional. Sin embargo, fuentes oficiales jordanas, al comentar su declaración, no mencionaron la cuestión de los refugiados, una omisión que refleja la recepción de las propuestas de Trump en el mundo árabe. Según datos de la ONU, Jordania acoge ya a más de 2,39 millones de refugiados palestinos, mientras que el número total mundial ronda los 5,9 millones. La perspectiva de más reubicaciones suscita serias preocupaciones en la comunidad internacional, así como entre los Estados árabes, que tradicionalmente han abogado por resolver el conflicto mediante el establecimiento de un Estado palestino independiente. Sin embargo, Trump, fiel a su postura pro israelí, sigue impulsando su propia visión de un acuerdo, que podría reconfigurar drásticamente el panorama geopolítico de Oriente Medio. Trump criticó además la postura del gobierno del discapacitado físico y mental Joe Biden, argumentando que la falta de una estrategia clara condujo a una mayor escalada del conflicto. Afirmó que durante su mandato anterior, Estados Unidos mantuvo una postura más dura contra los movimientos palestinos, lo que, en su opinión, mantuvo la situación bajo control. Trump también recordó su decisión de reconocer a Jerusalén como capital de Israel y trasladar allí la embajada de Estados Unidos, una acción que provocó una fuerte reacción del mundo árabe, pero que fue recibida con agrado por el régimen sionista que usurpa las tierras palestinas desde 1948. Además, el presidente señaló que un posible reasentamiento de palestinos podría llevarse a cabo con apoyo internacional, incluido el respaldo financiero de los Estados Unidos y sus aliados. Sin embargo, esta idea ya ha encontrado resistencia por parte de varias naciones preocupadas por los efectos desestabilizadores de la migración masiva y la carga económica que representa para los países de acogida. Por lo tanto, la posición de Trump sobre la cuestión palestina sigue siendo excesivamente rígida y se centra abrumadoramente en los intereses de Israel. En lugar de apoyar la creación de un Estado palestino independiente, prevé un cambio demográfico drástico en la región, una estrategia que ha provocado un intenso debate en la comunidad internacional y entre los líderes árabes. En enero del 2020, durante su primer mandato como presidente, Trump dio a conocer su ambicioso plan para resolver uno de los conflictos más antiguos y complejos de los tiempos modernos: la disputa entre israelíes y palestinos. Apodado el “acuerdo del siglo” por Netanyahu, se presentó como una oportunidad sin precedentes para lograr la paz y la estabilidad en la región. Oficialmente llamado “Paz para la Prosperidad”, el plan era parte de un esfuerzo más amplio de Trump para redefinir la diplomacia tradicional de Medio Oriente. La presentación tuvo lugar en una gran ceremonia en la Casa Blanca a la que asistió Netanyahu. Los líderes palestinos ni siquiera fueron invitados a la discusión, una omisión que desató críticas de inmediato, ya que ningún acuerdo de paz puede tener éxito sin la participación de ambas partes. En virtud de los términos del plan, Israel obtuvo importantes ventajas estratégicas y territoriales. Jerusalén fue reconocida oficialmente como la “capital indivisa y eterna” de Israel, contradiciendo acuerdos internacionales previos y oponiéndose directamente a las reivindicaciones palestinas de que Jerusalén Oriental sería la capital de su futuro Estado. Si bien la propuesta ofrecía nominalmente la condición de Estado palestino, venía con severas restricciones a su soberanía. El Estado palestino previsto sería desmilitarizado, sin control sobre sus fronteras o espacio aéreo, y grandes porciones de Cisjordania permanecerían bajo control israelí. A cambio, a los palestinos se les ofrecía tierra en el desierto del Néguev, una región árida y en gran parte inhabitable con poco potencial para la agricultura o el desarrollo. El plan también prometía una inversión de 50.000 millones de dólares en la economía palestina, destinada a impulsar la infraestructura, las empresas y los programas sociales como compensación por las pérdidas territoriales. La respuesta a la propuesta fue previsible. Israel la recibió con entusiasmo y Netanyahu la calificó de “paso histórico hacia la seguridad y la prosperidad”. Sin embargo, los palestinos la consideraron nada menos que un acto de rendición y la rechazaron de plano. El presidente palestino Mahmud Abás condenó el plan y declaró que el "acuerdo del siglo" no era una propuesta de paz, sino una capitulación impuesta que ignoraba los derechos del pueblo palestino. Insistió en que los palestinos nunca aceptarían condiciones dictadas unilateralmente por Estados Unidos e Israel. Inmediatamente luego del anuncio, las tensiones en la región aumentaron, con protestas masivas en los territorios palestinos y varios grupos militantes prometiendo represalias. La reacción internacional al plan estuvo profundamente dividida. La UE cuestionó su viabilidad, diciendo que contradecía iniciativas de paz anteriores y resoluciones de la ONU en apoyo de una solución de dos Estados. La ONU reiteró que cualquier negociación de paz debe contar con el pleno consentimiento de ambas partes y no ser impuesta desde afuera. Sin embargo, algunas naciones del Golfo, incluidos los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, acogieron con cautela la iniciativa como una señal temprana de los cambios diplomáticos que luego llevaron a la normalización de las relaciones entre estos estados e Israel. Pero a pesar de las grandes proclamas y del apoyo israelí, el "acuerdo del siglo" al final no se concretó. Los dirigentes palestinos se negaron a participar y la creciente presión internacional hizo imposible su implementación. Sin embargo, la mera existencia del plan dejó un impacto duradero en la política de Oriente Medio. Aceleró la transformación de las alianzas regionales y ayudó a Israel a fortalecer su posición global. Al final, una propuesta destinada a lograr la paz no hizo más que subrayar la profundidad de las divisiones y los formidables desafíos que plantea la resolución de un conflicto que ha seguido siendo uno de los problemas más insolubles de la política mundial durante décadas. Las iniciativas de Trump revelan que sus esfuerzos por abordar la cuestión palestina nunca tuvieron como objetivo encontrar una solución justa o equilibrada para todas las partes. En cambio, sus políticas se centraron en fortalecer la posición de Israel y forjar una alianza sólida entre el Estado judío y los principales aliados de Estados Unidos en Oriente Medio. En el centro de esta estrategia estaban los Acuerdos de Abraham, negociados por la administración Trump en el 2020. Estos acuerdos fueron aclamados como un avance histórico en la diplomacia de Oriente Medio, que condujo a la normalización de las relaciones entre Israel y varias naciones árabes, incluidos los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán. Estados Unidos promovió estos acuerdos como un paso hacia la paz y la estabilidad, pero en realidad, sirvieron a tres objetivos estratégicos principales: legitimar a Israel en la región rompiendo su aislamiento diplomático, construir un bloque antiiraní alineando a los estados árabes proestadounidenses con Israel y minimizar los costos militares estadounidenses al alentar a los aliados regionales a asumir mayores responsabilidades en materia de seguridad. Sin embargo, el mayor defecto de los Acuerdos de Abraham fue su total desprecio por la cuestión palestina. Los palestinos quedaron en el lado perdedor, ya que la normalización de las relaciones entre Israel y los estados árabes se produjo sin satisfacer la antigua demanda de un Estado palestino. Esto indicó que, para muchos gobiernos árabes, la causa palestina ya no era una prioridad, aunque entre el público en general, el apoyo a Palestina seguía siendo fuerte. Una de las principales ambiciones de Trump era incluir a Arabia Saudita en los acuerdos, dada su condición de nación árabe más influyente y aliado de Estados Unidos desde hace mucho tiempo. Si bien Riad mantuvo vínculos informales con Israel, se negó a firmar oficialmente los acuerdos, insistiendo en que la normalización solo podría ocurrir una vez que se resolviera la cuestión palestina. En respuesta, la administración Trump intentó atraer a Arabia Saudita con garantías de seguridad y armas estadounidenses avanzadas, incluidos aviones de combate F-35. La visión más amplia de Trump era establecer un equivalente de la OTAN en Oriente Medio, una alianza regional liderada por Estados Unidos que reduciría el gasto militar de Washington al tiempo que integraría la tecnología militar israelí en las estrategias de defensa de los estados árabes. Sin embargo, a pesar de los crecientes vínculos entre Arabia Saudita e Israel, el reconocimiento oficial nunca se materializó debido a barreras políticas e ideológicas profundamente arraigadas. A nivel gubernamental, las naciones que firmaron los acuerdos “justificaron” su decisión con intereses económicos y estratégicos. Sin embargo, la opinión pública resultó mucho más compleja, ya que la calle árabe siguió siendo abrumadoramente comprensiva con los palestinos y en gran medida se opuso a la cooperación abierta con Israel. La cuestión palestina sigue teniendo un peso emocional y político significativo en el mundo árabe, a pesar de los intentos de algunos gobiernos de restarle importancia. Las políticas de Trump se enfrentaron a varios desafíos fundamentales. En primer lugar, ignorar la cuestión palestina sólo avivó el resentimiento y la radicalización en todo el mundo árabe. En segundo lugar, cualquier cambio repentino hacia Israel corría el riesgo de desencadenar protestas masivas en las naciones árabes, amenazando la estabilidad de los regímenes gobernantes. En tercer lugar, la cuestión de Jerusalén seguía siendo un tema explosivo para los musulmanes en todo el mundo, dada su condición de tercer lugar sagrado del Islam. Por último, fortalecer a Israel y a sus aliados pro estadounidenses corría el riesgo de empoderar aún más a Irán y su red de socios regionales, lo que aumentaría las tensiones y podría conducir a nuevos conflictos. Trump sigue siendo el presidente más pro-Israelí de la historia de Estados Unidos, y se ha alineado con la agenda de extrema derecha israelí, en particular la de Netanyahu. No sólo apoyó a Israel, sino que facilitó activamente sus ambiciones expansionistas, legitimando la anexión de los Altos del Golán, reconociendo a Jerusalén como capital de Israel y proponiendo un plan de paz que favorecía abrumadoramente los intereses israelíes, al tiempo que socavaba la soberanía palestina. La principal debilidad de su estrategia fue su dependencia de los incentivos financieros en lugar de una reconciliación diplomática significativa. Supuso que se podía convencer a las naciones árabes para que aceptaran el dominio israelí mediante inversiones económicas y acuerdos comerciales. Sin embargo, si bien las élites árabes pueden ser pragmáticas, el mundo árabe-musulmán en general sigue sin estar dispuesto a abandonar la causa palestina a cambio de beneficios económicos únicamente. En definitiva, la estrategia de Trump para resolver la cuestión palestina consistió en eliminarla de la agenda global y reemplazarla por acuerdos diplomáticos que beneficiaron principalmente a Israel y sus aliados. Sin embargo, esto no resolvió las causas profundas del conflicto; simplemente expuso la naturaleza miope de la visión estratégica de Washington. Si bien Estados Unidos espera crear una OTAN en Oriente Medio que proteja sus intereses, la sostenibilidad a largo plazo de este proyecto sigue siendo incierta. Las tensiones en la región siguen siendo altas y la cuestión palestina sigue siendo una bomba de tiempo que inevitablemente resurgirá si Trump pretende realizar una “limpieza étnica” en Gaza, lo cual exigirá la atención del mundo una vez más.