FABERGÉ: Unos Huevos de Pascua convertidos en arte
En muchas culturas alrededor del mundo el Domingo de Resurrección - también conocido como de Pascua - es tradición regalar huevos adornados con diseños de colores ya sea pintados a mano o envueltos en diversos materiales. Esta costumbre ancestral proviene de los antiguos celtas, quienes regalaban huevos ya que simbolizaban la vida y fertilidad. Con la llegada del cristianismo a esas tierras y al no poder erradicar la celebración, decidieron “cristianizarla” relacionándola con la resurrección de Jesús (del cual por cierto, no existe prueba alguna de su existencia). Desde entonces año tras año, amigos y familiares se obsequian los coloridos huevos cocidos o de chocolate, los que actualmente gozan de mayor popularidad sobre todo entre los niños. Sin embargo, el extravagante gusto de la familia imperial rusa por decorar los huevos de Pascua que se regalaban, hizo de esta tradición un arte exquisito hasta nuestros días. En efecto, fue Peter Carl Fabergé quien revolucionó la joyería a finales del siglo XIX con sus particulares huevos de Pascua que llevan su nombre familiar. El primero de ellos lo creo a petición del zar Alejandro III como regalo para la zarina María Ferodrova, a quien le agrado sobremanera. Es por ello que el zar pidió a Fabergé, que en cada Pascua rusa crease un nuevo huevo para obsequiárselo a su mujer. Desde que en 1885, Fabergé creara el primer Huevo Imperial, la marca familiar elaboró un total de 69 huevos (de los cuales se conservan 61) Nacido el 30 de mayo de 1846 en San Petersburgo en el seno de una familia de franceses protestantes, Fabergé se formó en orfebrería en países como Alemania, Inglaterra, Francia e Italia y en 1870 heredó el taller de joyería de su padre en la ciudad rusa, convirtiéndose en un destacado profesional por sus trabajos con piedras preciosas y semipreciosas engarzadas, y metales en los que intercalaba las influencias de distintos estilos como el oriental, el ruso antiguo o el barroco. Doce años más tarde, la Casa Fabergé obtuvo la Medalla de Oro de la Exposición de Arte Industrial Panruso. Fue allí donde el zar Alejandro III descubrió la obra de Peter Carl Fabergé, compró una de sus reproducciones de los tesoros del arte ruso y se convirtió, a partir de entonces, en su mejor publicista. La mayor innovación de su taller fue la técnica y e que Fabergé, experto en el arte de la orfebrería más exquisita, se convirtió en todo un maestro en antiguas técnicas de esmaltado, ampliando hasta 140 el reducido catálogo de tonos. En sus huevos preciosos, combinaba metales y variaba sus proporciones para obtener diferentes colores en la cáscara de la pieza y solía utilizar también una técnica conocida como guilloche, consiguiendo ondas y estrías en la superficie de cada uno de los ejemplares, pequeñas obras de arte cuidadas hasta el extremo en los mínimos detalles. En el momento de adornar sus huevos, Fabergé empleaba todo tipo de piedras naturales, como el jaspe, cristal de roca, jade o ágata. Pero la sorpresa que esperaba en el interior de las piezas, que también era objeto de minucioso trabajo y atención exclusiva. Miniaturas de pájaros, coronas reales o retratos del zar y sus hijas Olga y Tatiana se mantenían a la espera, siempre en secreto, en el corazón de las piezas preciosas, algunas activadas incluso de forma automática con un especial mecanismo, hasta que llegaba el momento de abrir el deslumbrante huevo. La joyería Fabergé llegó a ser la más grande de Rusia. Alrededor de 700 empleados trabajaban en sus diferentes filiales, ubicadas en San Petersburgo, Moscú, Odessa, Kiev y Londres. Entre los años 1882 y 1917, el negocio de Fabergé creó alrededor de 150.000 piezas de orfebrería. Para cada uno de los huevos Imperiales, el taller de Fabergé empleaba hasta 700 personas durante un año. Solamente para los trabajos de elaboración de la miniatura del coche de la coronación del zar, que medía tan solo 7,5 centímetros de longitud, Fabergé y sus empleados trabajaron durante 15 meses seguidos. Sin embargo todo llego a su fin con el estallido de la Revolución Rusa, que lo obligo a emigrar a Suiza, donde murió dos años después. Hoy sus huevos son considerados como símbolo de ostentación y esplendor en todo el mundo, y han alcanzado sumas increíbles en las subastas a lo largo de la historia :)