El 4 de agosto de 1704, en medio de la guerra de Sucesión Española, una escuadra anglo-holandesa formada por más de 10.000 hombres, 1.500 cañones y un batallón de soldados catalanes sitiaba Gibraltar y exigía su entrega inmediata al aspirante al trono español, el archiduque Carlos. El gobernador militar, Diego de Salinas, al mando de un destacamento de 80 infantes y 300 milicianos, se mantuvo fiel al rey Borbón, Felipe V. Comenzaba un duro asedio que terminó con la rendición final de Gibraltar y su entrega a las tropas británicas. Al término de la guerra, la propiedad de la plaza fue “cedida” a los conquistadores por el artículo diez del infame Tratado de Utrecht, firmado entre España y el Reino Unido el 13 de julio de 1713: “El Rey católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede a la Corona de Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno”. Desde aquella fatídica fecha, ese promontorio estratégico de piedra caliza y pizarra de seis kilómetros de largo conocido coloquialmente como “el Peñón robado” ha dado lugar a una intrincada historia de tensiones y desencuentros entre ingleses y españoles, un foco permanente de conflictos que ha perdurado en el tiempo y que ha llegado hasta nuestros días. España intentó recuperar el Peñón, por la fuerza, en al menos tres ocasiones -1704, 1727 y 1779 - durante el llamado Gran Asedio, pero todas las operaciones terminaron en descalabros militares. En 1830 los piratas británicos cambiaron el estatus jurídico de la roca por el de “colonia de Gibraltar”, apoderándose de facto de la soberanía, que hasta ese momento pertenecía a España, y en 1909 levantaron una cerca de siete pies de altura como colofón a su política de hechos consumados (la llamada “verja de Gibraltar”). En los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, tuvo lugar en Hendaya (Francia) el célebre encuentro entre el Führer alemán Adolf Hitler y el Caudillo español Francisco Franco, en el cual el primero intento involucrar plenamente a España en el conflicto, pero recibió la negativa del Generalísimo a participar en ella debido a que el país recién se estaba recuperando de la guerra civil acaecida en 1936, por lo que no estaba en condiciones de intervenir en otra de mayor magnitud. Si bien para tentarlo, Hitler le ofreció a Franco entregarle Gibraltar que se encontraba en manos de la pérfida Albión, pero en respuesta recibió que para cambiar de opinión, deberían incluirse también todas las posesiones francesas en el norte de África, lo cual no fue aceptado, por lo que las negociaciones quedaron en nada y España quedo al margen de la conflagración. Es curioso por cierto que lo alemanes en todo caso no se hubieran apoderado por su cuenta de Gibraltar, cortando el paso del enemigo al Mediterráneo, dando el tiro de gracia a los ingleses en Egipto y el Medio Oriente, obligándolos a capitular sin combatir. Pero en lugar de aplastar a los británicos de una vez por todas, por alguna extraña razón, Hitler dirigió su mirada a Rusia y la campaña en Occidente la considero ‘concluida’ creyendo que el Reino Unido terminaría por rendirse y firmar la paz como Francia. Craso error. Lo cierto es que Gibraltar se convirtió en una plaza estratégica para los enemigos del Reich, ya que fue la ruta utilizada para el envío de tropas y armamento al sur del continente y el norte de África, posibilitando la derrota de Rommel en Egipto y la invasión de Italia en 1943. El resto es historia conocida. Tras la finalización de la guerra, las Naciones Unidas incluyeron en 1946 a Gibraltar en la “lista de territorios sometidos a descolonización”, pero nunca llegó a abrirse un proceso real para la devolución del Peñón a España. Las airadas protestas de Franco, que inició una campaña para recuperar el enclave en los años sesenta, no sirvieron de mucho. Hoy, pese a que el Tratado de Utrecht otorga la soberanía de las aguas territoriales a España, dejando al Reino Unido solo el control sobre el Puerto de Gibraltar, los británicos han ido ampliando paulatinamente y de forma unilateral sus dominios marítimos en la zona, que en la actualidad se extienden más allá de las tres millas náuticas. Londres ‘justifica’ esta apropiación amparándose en la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. Madrid, sin embargo, siempre ha considerado tal expansión en sus aguas jurisdiccionales como contraria al Derecho Internacional y al espíritu del Tratado de Utrecht. En este escenario de indeterminación territorial no resulta extraño los continuos incidentes entre patrulleras de la Guardia Civil española y embarcaciones de la Royal Navy sean frecuentes. Amenazas, insultos, embestidas y abordajes (incluso algún que otro disparo perdido) son el pan nuestro de cada día en aguas gibraltareñas, con mayor frecuencia en verano, aunque en la mayoría de las ocasiones estos sucesos suelen mantenerse en secreto y no llegan a los medios de comunicación. De momento, la sangre no ha llegado al río, ya que no se han producido intercambios de fuego real entre ambas fuerzas, salvo un aquel grave episodio ocurrido en noviembre de 2009, cuando marineros de la Armada británica dispararon contra una boya de bandera española alegando que se trataba de un ejercicio de tiro. Todos los agentes que trabajan en la Comandancia de la Guardia Civil de Cádiz saben que los encontronazos del Servicio Marítimo con barcos ingleses se producen casi a diario. También es ‘normal’ que soldados de ambos países se asomen a las cubiertas de los barcos, al cruzarse estos, y se obsequien con insultos y amenazas. En la última década se han repetido decenas de sucesos de este tipo que han estado al borde de convertirse en casus belli. Basta con remontarse al año 2009, cuando Gibraltar llamó a desobedecer abiertamente a la Guardia Civil. El entonces primer ministro gibraltareño, Peter Caruana, lanzó un comunicado a las embarcaciones que transitaban por aguas de Gibraltar pidiendo que hicieran caso omiso ante cualquier advertencia u orden de alto proveniente de patrulleras del Servicio Marítimo de la Guardia Civil. Solo un año después se produjo la crisis de los cazas, cuando el Gobierno español prohibió el uso de su espacio aéreo a aviones británicos que realizaban ejercicios de entrenamiento sobre el Peñón. Más tarde, en enero del 2012, España ganaba el pleito por la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, el conocido como tesoro del Odyssey. En esta ocasión fue un tribunal norteamericano de Tampa quien sentenció que Gibraltar debía entregar a España todas las monedas de la fragata hundida en 1804 que fueron rescatadas por una empresa privada especializada en la búsqueda de tesoros submarinos. Reino Unido reclamó una parte del botín, pero no pudo conseguir nada. Unos meses más tarde, ya en el 2013, Londres devolvía la pelota a Madrid con el estallido de la crisis de los bloques de hormigón. Gibraltar lanzaba varias moles de este material al mar con el objetivo de cerrar el paso a los pesqueros españoles que trataban de faenar en aguas de la bahía. España protestó airadamente, alegando que se trataba de una “violación del Derecho Internacional”, pero a día de hoy los bloques de hormigón siguen estando allí ante la permisividad de la Unión Europea. Al año siguiente, el embajador Federico Trillo fue llamado a consultas por el Gobierno de David Cameron, quien le pidió “explicaciones” por una actuación de la Marina española. Según el Ministerio de Asuntos Exteriores británico, un buque de guerra español intentó alterar el rumbo de dos embarcaciones comerciales que entraban y salían del puerto del Peñón, tras advertirles “por error” o premeditadamente (algo que nunca llegó a aclararse) de que se encontraban en aguas españolas. Los intercambios de golpes bajos, lejos de parar, han ido en aumento tras la crisis provocada por el Brexit, que significará la salida del Reino Unido de la Unión Europea, lo cual afectara el actual status de la colonia británica, ya que espantada inglesa de la UE ha originado que el Peñón de Gibraltar sea incluido en la lista de paraísos fiscales, porque formará parte de un país ajeno a la unión. Esta posibilidad ha enervado los ánimos de los líderes británicos de corte ultranacionalista de nuevo cuño que han tomado las riendas del poder en Gran Bretaña y que hacen gala de una flema y un lenguaje mucho más agresivo que sus predecesores cuando se refieren al conflicto gibraltareño. Así, el exlíder del partido conservador Michael Howard ha llegado a asegurar que la primera ministra, Theresa May, “está dispuesta a declarar la guerra a España” para defender la soberanía de Gibraltar y ha comparado la situación con la guerra de las Malvinas librada entre Reino Unido y Argentina en 1982. Además, el por entonces ministro de Defensa, Michael Fallon, afirmó en otro arrebato de fiebre patriótica, que tiene la intención de proteger a la población británica de Gibraltar “hasta las últimas consecuencias, ya que se ha demostrado que no quieren vivir bajo el Gobierno de España”. Pero ha sido un excomandante de la Royal Navy, Cristopher John Parry, quien ha dinamitado todas las reglas del buen comportamiento diplomático al declarar, utilizando una expresión propia del pirata Francis Drake, que “España debe aprender de la historia que no merece la pena enfrentarse a nosotros y que todavía podemos chamuscar la barba del Rey de España”. Es evidente que en los últimos tiempos la escalada dialéctica ha ido en aumento. Por lo visto, las palabras sosegadas y amistosas de la diplomacia han dado paso a un lenguaje más castrense, belicista, y a un clima de crispación que se está apoderando de ambas partes en litigio, incluidos los medios de comunicación, en especial los tabloides ingleses, cuya fobia a todo lo español es por todos conocido. Venga ya, ¿que se podía esperar de esta panda de indeseables? Acostumbrados a rapiñar desde los albores de la historia, creen tener patente de corso para seguir haciendo lo que les plazca. Si un ‘aliado’ de la OTAN se comporta así con otro integrante de la alianza ¿os imagináis lo que hace con el resto de países a los cuales desprecian con toda el alma? Nunca dejaran de ser piratas y así hay que tratarlos. Demás esta decir que esta situación vergonzosa no puede seguir por siempre, ya que es inconcebible y humillante que Gibraltar continúe siendo la última colonia de un país europeo sobre otro. Ello debe acabar cuanto antes, mejor :(