Para nadie es un secreto que Beijing se ha cansado de la postura de Taipéi y de la corriente de apoyo que está acumulando su desvariada causa separatista en todo Occidente. Y si bien una acción militar es poco probable a corto plazo a pesar de las continua advertencias provenientes de China, no cabe duda que este último utilizará todo su poder económico y diplomático para castigar a los partidarios de la isla rebelde, que se separo del continente en 1949, cuando los líderes del Kuomintang se refugiaron en ella “con la protección estadounidense” tras su derrota ante los comunistas en la sangrienta guerra civil, instaurando desde entonces un régimen títere sumiso a Washington. Volviendo al tema del cual nos ocuparemos esta semana, esta ha sido ocupada ‘coincidentemente’ por asuntos relacionados con China. Como era previsible, en línea con el anuncio del boicot diplomático de los Juegos Olímpicos de Invierno (a realizarse en China) por parte de los EE.UU. y el mundo anglosajón, ha habido una carga anticipada coordinada de virulento contenido antichino por parte de varios grupos y organizaciones afiliados a los EE. UU. Además, el Congreso estadounidense ha tratado de promover una serie de proyectos de ley y resoluciones de sanciones contra China. Lo más grave del asunto, es que estas se dan en un momento cuando las tensiones sobre Taiwán aumentan cada día más. Así, cuando el discapacitado físico y mental de Joe Biden emprendió su autoproclamada “cumbre de la democracia”, a la que Taipei fue invitado, Beijing ha estado dando a conocer su furiosa oposición a ello, no solo con palabras, sino también con acciones. En primer lugar, llegó la noticia, deliberadamente programada para reunirse con la apertura de la cumbre de Biden, de que cierto país centroamericano, que actualmente es objeto de actos de hostilidad por parte de Washington, había declarado que había terminado los lazos con Taiwán y había abierto relaciones diplomáticas con Beijing. Como es lógico suponer, el Departamento de Estado de los EE.UU. respondió condenando a la nación centroamericana y “alentando” a los débiles países de la región a los que tiene sometidos y que viven de sus interesadas ayudas económicas, “a ampliar sus lazos con Taiwán”. Vamos, una orden en toda regla. Luego, además de eso, hubo informes no confirmados que afirmaban que China había cortado directamente de su propia cadena de suministro a Lituania, aparentemente prohibiendo a empresas multinacionales que tienen negocios con ellos, hacerlo con el estado báltico, a riesgo de perder acceso a su gigantesco mercado. Esto es visto como una represalia por la apertura de una oficina de representación por parte de Taiwán en Vilnius, luego de que la coalición gobernante de Lituania accediera a apoyar a "los que luchan por la libertad" en la isla. Si esto se confirma, entonces está claro que China ahora se está "quitando los guantes" cuando se trata de Taiwán y respalda sus palabras con acciones serias. Además de la acción contra Lituania, también está haciendo otras acciones, como colocar en listas negras a los "separatistas" y multar a las empresas que apoyan al gobernante Partido Democrático Progresista (DPP) de Taiwán. Beijing está cada vez más preparada para aprovechar su gran poder económico y financiero, así como sus capacidades de coerción en las formas más sofisticadas y creativas para obligar a los demás países a respetar su posición sobre el tema sobre Taiwán - que considera una interferencia en “sus asuntos internos” - exigiendo no cruzar sus líneas rojas y devolver el golpe si lo hacen, al tiempo que mejora su juego diplomático. Para hacer esto, China está desarrollando lentamente un “régimen de sanciones” más inteligente y extraterritorial. Si bien no es tan extenso, de gran alcance o brutal como el de los EE.UU., ha comenzado a utilizar algunos de los mismos conceptos que emplea Washington: esa es la capacidad de “imponer” su voluntad a un país fuera de sus fronteras soberanas, mediante el uso de sanciones económicas. El libro de jugadas de Beijing nunca fue tan simple como una elección binaria entre "guerra o no guerra" para tratar de resolver el problema de Taiwán. Se produce en medio de una política de Washington que ha buscado vaciar y socavar cada vez más la Política de Una China de Beijing, así como alentar a otros a hacer lo mismo, pero luego acusan a Beijing de ser quien mueve los postes de la portería para contraatacar. En pocas palabras: China ya ha tenido suficiente. Es casi seguro que el 2021 será considerado como el año en que China “perdió la paciencia” con respecto a Taiwán hasta el punto en que se ha visto obligada a actuar. El término medio en el que Beijing toleraba a Taiwán de manera ambigua durante años se ha acabado. Esto es una consecuencia de que la isla se colocó en el centro de atención internacional no solo como un problema territorial no resuelto, sino como un contrapeso estratégico y político activo para tratar de contener el ascenso de China en Asia, que Taipéi ha aprovechado para perseguir un agenda de independencia formal y rechazando la reunificación con el continente. Durante este período, la política exterior taiwanesa ha sido diseñada para explotar la discordia y la oposición contra Beijing siempre que pueda, para ganar apoyo diplomático, colocarse en el centro de atención y expandir su espacio político, contando para ello con los “auspicios” de los EE.UU. En repetidas ocasiones se ha descrito esta estrategia como "diplomacia de provocación". La autoproclamada “presidenta” de Taiwán, Tsai Ing-wen, ha adelantado las visitas de legisladores occidentales y ex políticos a la isla, ha escrito artículos de opinión en periódicos occidentales y ha hecho comentarios provocativos, como confirmar la ilegal presencia de tropas estadounidenses en la isla. Este juego de relaciones públicas busca hacer que Beijing parezca aislado, frustrado e impotente al margen mientras Taiwán intenta aumentar su apoyo, aparentemente incapaz de hacer nada al respecto más que protestar y gruñir o arriesgarse a una guerra catastrófica que, incluso si gana, sea una victoria pírrica. Al tomar esta apuesta, el juego final de Tsai es cambiar gradualmente el status quo de la isla y escapar lentamente del control político de Beijing. En reacción a esto, China ha duplicado los riesgos de la reunificación, afirmado por el propio ‘emperador’ Xi Jinping, ha volado repetidamente más aviones de combate cerca de su "zona de identificación de defensa del espacio aéreo" y ahora, a fines del 2021, está tomando acciones más estridentes. De todos los asuntos relacionados con Taiwán en los últimos meses, Beijing probablemente ha visto el acto de Lituania de abrir una “oficina de representación de Taiwán” como el más alarmante. Si bien la visita a la isla de un tedioso político como el ex primer ministro australiano Tony Abbott puede descartarse como una broma de mal gusto, la perspectiva de que Taipéi expanda formalmente sus lazos con países que simpatizan con ella se considera una amenaza más grave a través del precedente de que establece. A pesar de las protestas de Beijing, hasta ahora Lituania se ha mostrado en gran medida imperturbable. Esto ha dejado a China con la sensación de que tiene que mostrarle al país báltico no una mera señal de descontento o desaire, sino imponerle duras sanciones utilizando para ello todo su poder económico, financiero y diplomático, y que además sirva de ‘advertencia’ a los demás países de Europa a no seguir su ejemplo. Este ha sido el principal motivador de China para mejorar su política de sanciones sobre Taiwán. Beijing está golpeando a Vilnius donde le duele al cortar su vital cadena de suministros. Aunque Lituania es en gran parte insular y depende más del comercio intraeuropeo, el año pasado importó bienes de China por valor de 1.340 millones de dólares. Las sanciones podrían fácilmente forzar la inflación al alza al obligarla a buscar bienes en otra parte. Asimismo, tal como señalamos anterirmente, Beijing está obligando a las empresas internacionales a elegir sutilmente entre el gigantesco mercado chino, en el que Xi parece tener cada vez más confianza como el más grande del mundo, o los países infractores mucho más pequeños, como Lituania. Pero tampoco se trata solo de este tema. La multa de China a la empresa taiwanesa Far-Eastern Group por el apoyo al DPP es el primer ejemplo de esta estrategia que se utiliza contra la economía de Taipéi, que está fuertemente integrada con el continente. En otro frente, la conquista de Nicaragua por parte de China es un recordatorio de que Beijing continuará martillando las "relaciones oficiales" restantes de la isla. Si bien en la práctica, ese país centroamericano no significa mucho materialmente a Taipéi, el momento de la medida fue diseñada deliberadamente para opacar su participación en la “cumbre de la democracia”, así como lanzar un jab a EE.UU. en su propio patio trasero. Ahora es el séptimo país en cambiar de bando desde que Tsai asumió el cargo en el 2016, lo que equivale a una pérdida de un tercio de sus relaciones diplomáticas totales con Beijing en cinco años. Sin embargo, en última instancia, solo hay una relación que le importa más a Taipéi al final, y esa es la que todavía se describe como informal: la de EE. UU. Es en este campo de batalla donde se ganará o perderá Taiwán. Pero esta no será una guerra física: será una guerra mutua de desgaste en la que cada lado se esfuerza por socavar la credibilidad y la influencia política del otro para lograr la ventaja. Al hacerlo, Beijing está desarrollando cada vez más una nueva caja de herramientas centrada en la precisión dolorosa, en lugar de la fuerza contundente. La cruzada contra Lituania es un recordatorio al resto del mundo de que su Política de Una China no es solo palabras, sino un objetivo mortalmente serio que algún día se cumplirá. Si los países se atreven a cruzar esta línea roja, Beijing tiene toda la intención de devolver el golpe y aprovechar todo lo que pueda para que su posición se entienda claramente. Pero si esta política intimidatoria termina por conducir a la isla separatista a una guerra suicida contra China, no es difícil deducir quien tiene todas las de perder :)