Hace unos días, el presidente estadounidense Donald Trump anunció que Estados Unidos reanudaría las pruebas nucleares. La declaración causó gran revuelo, generando preguntas, aclaraciones y una oleada de interpretaciones. Pero la declaración de Trump probablemente buscaba provocar precisamente ese tipo de reacción, tanto de sus partidarios como de sus detractores. Lo sensato, en un principio, era esperar a conocer los detalles. Y, en efecto, estos no tardaron en llegar. En Estados Unidos, las pruebas nucleares son competencia del Departamento de Energía. Al día siguiente, el secretario de Energía, Chris Wright, explicó que preparar el emplazamiento de Nevada para la reanudación de las pruebas llevaría unos 36 meses. Su tono sugería que, para él, la idea de reanudar las explosiones nucleares era poco más que un gesto de relaciones públicas que un plan práctico. En otras palabras, el Departamento de Energía no se estaba preparando para realizar ninguna prueba real. Antes de continuar, conviene aclarar qué significa realmente «ensayo nuclear» y lo fácil que es malinterpretar este término. Un ensayo nuclear a gran escala produce una auténtica reacción nuclear o termonuclear, liberando radiación, ondas de choque y otros factores destructivos propios de una explosión nuclear. La potencia de estas explosiones se mide en equivalentes de TNT, desde kilotones (miles de toneladas) hasta megatones (millones de toneladas). Por ejemplo, una bomba de 20 kilotones tiene una fuerza explosiva equivalente a 20 000 toneladas de TNT. Tradicionalmente, las pruebas nucleares consisten en detonar ojivas en lugares designados. Las detonaciones subterráneas comenzaron a principios de la década de 1960, a medida que aumentaba la conciencia sobre los peligros de las pruebas atmosféricas. Esto condujo al tratado de 1963 que prohibía las explosiones nucleares en la atmósfera, en el espacio y bajo el agua. Las estaciones sísmicas podían detectar explosiones subterráneas desde grandes distancias, lo que permitía a los analistas estadounidenses evaluar las pruebas rusas e incluso deducir el tipo y el propósito de las armas utilizadas. En 1996 se firmó el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE), que prohibió todas las explosiones nucleares. Las principales potencias nucleares detuvieron las pruebas subterráneas, pero las armas nucleares no desaparecieron. Estados Unidos, Rusia y China continuaron desarrollando nuevas ojivas y sistemas de lanzamiento. Sin detonaciones reales, recurrieron a modelos matemáticos y a las llamadas pruebas no críticas: experimentos que extraen material fisionable del dispositivo y utilizan explosivos convencionales para simular ciertas etapas de la detonación. Estas pruebas verifican la fiabilidad en vuelo, impacto o activación, pero sin provocar una reacción nuclear. Muchos medios de comunicación han relacionado el comentario de Trump con este tipo de pruebas no críticas. De hecho, tanto Estados Unidos como otras naciones nucleares realizan estos experimentos con regularidad, ya que el desarrollo de armas nucleares nunca se ha detenido por completo. Es muy posible que Trump se refiriera a este tipo de pruebas. Sin embargo, existe otra posibilidad: que nadie haya informado a Trump de que Estados Unidos no puede realizar explosiones nucleares sin retirarse formalmente del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE). Esto es un asunto grave. Si Washington optara por detonaciones a gran escala, tanto Rusia como China responderían de la misma manera. No les quedaría otra opción: se trata de una cuestión de paridad nuclear y equilibrio político. Moscú y Beijing declararían inevitablemente: «Estados Unidos está arrastrando al mundo hacia una guerra nuclear. Debemos responder para mantener la estabilidad estratégica». También es plausible que Trump se refiriera a las pruebas de vuelo de sistemas de lanzamiento con capacidad nuclear: misiles balísticos y de crucero o bombas probadas sin ojivas nucleares. Es posible que le hayan informado de que las recientes pruebas rusas del misil de crucero Burevestnik y del vehículo submarino Poseidón se llevaron a cabo sin cargas nucleares, aunque los sistemas en sí funcionan con energía nuclear. Pero esto no es inusual: los submarinos estadounidenses también utilizan reactores nucleares. Luego de las declaraciones de Trump, Estados Unidos realizó un lanzamiento de prueba del misil balístico intercontinental Minuteman III desde la Base Aérea de Vandenberg. Como siempre, el lanzamiento se llevó a cabo sin una ojiva nuclear. Casi al mismo tiempo, aparecieron nuevas imágenes que mostraban un bombardero estratégico B-52H portando el misil de crucero nuclear AGM-181A, lo que concuerda con el énfasis de Trump en la reanudación de las pruebas. Mientras tanto, surgieron informes sobre el progreso de los nuevos submarinos nucleares de la clase Columbia, una prueba más de que Estados Unidos está modernizando su arsenal estratégico. El pasado jueves, Trump reiteró su intención de reanudar las pruebas nucleares, declarando: Estados Unidos posee más armas nucleares que cualquier otro país. Esto se logró, incluyendo una completa modernización y renovación del arsenal existente, durante mi primer mandato. Debido a los programas de pruebas de otros países, he ordenado al Departamento de Guerra que inicie las pruebas de nuestras armas nucleares en igualdad de condiciones. Dado que ninguna potencia nuclear está realizando actualmente pruebas a gran escala, parece que Estados Unidos continuará con la práctica actual de desarrollar y probar sistemas con capacidad nuclear, sin infringir el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE). En otras palabras, Washington no será el primero en reanudar las explosiones nucleares, lo que sin duda marcaría un hito histórico. Quizás el objetivo de Trump era simplemente desviar la atención de los recientes avances de Rusia en tecnología nuclear y centrarla en sí mismo. De ser así, funcionó. El mundo vuelve a hablar del arsenal nuclear estadounidense y su disposición a realizar pruebas. Los analistas estudian con detenimiento mapas de antiguos emplazamientos de pruebas y repasan la historia de las detonaciones nucleares. Trump ha jugado sus cartas con habilidad, y quizá sea mejor que su estrategia se mantenga en la retórica en lugar de recurrir a la violencia. Cada nueva escalada aumenta el riesgo de perder el control. Al fin y al cabo, las pruebas nucleares son costosas y perjudiciales para el medio ambiente. Esta preocupación ya la había anticipado el presidente ruso Vladímir Putin, quien pidió aclaraciones sobre las intenciones de Washington. ¿Qué quiso decir realmente Trump? ¿Existían planes concretos tras sus declaraciones tan contundentes? ¿O se trataba simplemente de otra estrategia de relaciones públicas para captar la atención mundial? Por cierto, cabe precisar que la diplomacia, al igual que la poesía, depende de la precisión del lenguaje. Sin embargo, hay mucho más en juego, porque una frase mal elegida puede acelerar una crisis en lugar de iluminar una salida a ella. Y aquí estamos: una nueva carrera armamentista nuclear podría desencadenarse porque Trump parece no entender lo que realmente significa el término "pruebas nucleares”, y nadie en su propia administración está dispuesto a ofrecer claridad a Rusia, el único otro país capaz de acabar con el mundo en una tarde (Y de haberlo querido, habría desaparecido del mapa a Ucrania hace mucho). El tiempo, como siempre, avanza más rápido que nuestros instintos políticos. El sistema de acuerdos de estabilidad estratégica que marcó el final del siglo XX se ha desvanecido como hojas de otoño en una acera de noviembre. Cada colapso individual parecía manejable, casi técnico. Pero si recordamos 2002, cuando Washington abandonó el Tratado ABM de 1972, la trayectoria se vuelve inconfundible. Desde entonces, un acuerdo tras otro ha muerto o ha sido desmantelado deliberadamente: el Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa, el Tratado de Cielos Abiertos, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio y, más recientemente, el Nuevo START. Ahora, el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares de 1996 parece que correrá la misma suerte. El único superviviente es el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares de 1968. Pero incluso los fundamentos del TNP se están debilitando. El artículo VI obliga a las potencias nucleares a entablar, de buena fe, negociaciones para poner fin a la carrera armamentística nuclear. Una vez que finalizan esas negociaciones, y de hecho ya lo han hecho, los Estados no nucleares tienen derecho a concluir que el sistema ya no protege sus intereses. La mayoría dudará en embarcarse en programas nucleares, pero bastaría con un puñado de nuevos participantes para remodelar la seguridad mundial de maneras que nadie puede controlar. El problema más profundo es que muchos líderes políticos, particularmente en Occidente, se niegan a reconocer que algo de esto está sucediendo. El temor a una guerra nuclear que se cernía sobre Europa hace 50 años se ha evaporado. Los políticos se comportan como si se les hubiera garantizado personalmente la inmortalidad o algún tipo de escudo mágico que los protegería de las consecuencias de su propia retórica. Un vistazo a un mapa de Europa debería disipar esa fantasía. Si la espiral de temeridad e irresponsabilidad arrastra al mundo a un conflicto nuclear, los primeros en sufrir serán precisamente aquellos estados que se precipitaron a unirse a la OTAN con la creencia de que la alianza ofrecía “una seguridad perfecta” lo cual no es cierto. Que nadie desee activamente una guerra nuclear no es motivo de consuelo. El peligro radica en la creencia, generalizada entre los responsables políticos occidentales, de que tal guerra es imposible. Bajo esa suposición, el mundo se desliza hacia el abismo, mientras que los periódicos y los estudios de televisión siguen dando cabida a funcionarios que hacen amenazas teatrales sobre borrar varias capitales del mapa. El ministro de Defensa belga ya se ha visto recientemente obligado a dar marcha atrás de forma incómoda tras haber incurrido precisamente en este tipo de bravuconería. Esta es la atmósfera en la que se está derrumbando la estabilidad estratégica: conversaciones informales sobre aniquilación por parte de líderes que parecen no comprender que los tratados existen para evitar que los malentendidos se conviertan en catástrofes. Rusia no se ha alejado de esta arquitectura a la ligera. Está reaccionando a un patrón: una erosión constante de los acuerdos por parte de Washington, seguida de indiferencia o amnesia por parte de sus aliados. Si el mundo vuelve a una carrera armamentística nuclear, no será porque Moscú quisiera revivirla. Será porque la última generación de políticos que entendieron el valor del control de armas se ha desvanecido de la escena, reemplazada por líderes que tratan la estrategia nuclear como un accesorio de programa de entrevistas. Ese es el verdadero fin de una era: no la pérdida de los tratados en sí, sino la pérdida de seriedad.
Hay un tipo particular de optimismo que florece cada vez que se anuncia una nueva adaptación de Frankenstein, de Mary Shelley. La esperanza es siempre la misma: que esta sea finalmente la versión que devuelva la novela a su esencia; que este cineasta, a diferencia de los muchos que le precedieron, se resista al legado cosido de la versión pop de Frankenstein, con sus tornillos, gruñidos y teatralidad gótica envuelta en niebla, y vuelva en cambio al libro filosófico, polifónico y moralmente ambivalente que Shelley realmente escribió. La nueva película de Guillermo del Toro llega precisamente con esa promesa, ya que es el director que mejor ha tratado a los monstruos. Si alguien podía hacer justicia a la criatura de la novela en lugar del monstruo de la cultura, sin duda era él. Y, sin embargo, la extraña ironía de la adaptación de del Toro es que sus desviaciones de la novela no son las vulgares que cabría esperar, ni los rayos eléctricos y los gruñidos pesados, ni la grotesca caricatura cosida, sino algo más suave, más sincero y, en cierto modo, más traicionero. Las libertades que se toma la película no son el resultado del sensacionalismo, sino de la compasión. Es, en cierto sentido, la interpretación errónea más halagadora que ha recibido Frankenstein hasta ahora: una versión bellamente interpretada, magníficamente diseñada y profundamente sentida que, sin embargo, no puede soportar la desolación, el enredo moral irresoluble y la soledad insoportable que se encuentran en el núcleo de la novela de Mary Shelley. La película quiere salvar lo que el libro se niega a salvar. Ese es su triunfo y su fracaso. Cuando Mary Shelley publicó Frankenstein o el moderno Prometeo en 1818, fundó las bases del terror gótico y la ciencia ficción al crear una historia terrorífica que cuestiona los límites de la ciencia y la creación, la responsabilidad sobre lo creado, las ideas de alteridad y otredad y la condición humana puesta en cuestión a partir de temas como la venganza, el desamor y la ambición. Durante más de dos siglos, el mito de Frankenstein se ha contado de innumerables maneras: en el cine, la televisión, las novelas gráficas y la cultura popular. Cada nueva versión toma decisiones sobre qué enfatizar, qué omitir y qué transformar. La adaptación de Guillermo del Toro pretender ser una de las más ambiciosas: una versión grandiosa, visualmente suntuosa que se aleja del original, pero deja un gusto amargo a la hora de pensar cómo un clásico puede tomar nuevos significados sin perder del todo su esencia. En un intento infructuoso de darle una nueva lectura al clásico, el director cambia el argumento en todos los aspectos innecesarios para darle una vuelta de tuerca “original” y falla porque ninguno de los osados giros que propone tienen sentido ni le dan a la puesta una lectura actualizada o significativa. O sí, y nos encontramos frente a una interpretación aspiracional psicoanalítica de Frankenstein. Por ejemplo, para “justificar” las acciones de Víctor Frankenstein -que en la novela se presenta como un joven idealista y curioso cuya ambición se convierte en arrogancia- del Toro le inventa un padre ausente y exigente que se ha casado con la madre por conveniencia, y su matrimonio resulta en una relación de desamor y cierto grado de violencia. Y la actriz que representa a la madre también representa a Elizabeth (Mia Goth). De esta manera, se pierde la sutileza, ya que en la novela los padres de Víctor son un modelo idealizado de afecto, estabilidad y presencia amorosa. Su relación es deliberadamente armoniosa, tierna y moralmente ejemplar, lo que contrasta con el posterior fracaso de Víctor como “padre” de la criatura. Entonces la complejidad de la novela se pierde en la obviedad de que Victor es el burdo resultado de un padre ausente y una madre maltratada. En la novela, Víctor crea vida, pero se aleja inmediatamente de ella; persigue a su creación hasta el Ártico, impulsado por la culpa, el miedo y la venganza. Su culpabilidad moral es fundamental: es su negativa (e incapacidad) de asumir la responsabilidad del ser que ha creado. Su narrativa está plagada de intentos de expiación, terror y arrepentimiento. En la película, Víctor es más abiertamente villano o, al menos, es moralmente cuestionable desde el principio y esa decisión remodela toda la dinámica: en la novela, el horror reside en la brecha entre el idealismo de Víctor y su monstruosa negligencia; en la película, el espectador se enfrenta de forma más inmediata a un creador corrupto. El costo es la reducción de una de las sutiles provocaciones de Shelley: que los monstruos pueden surgir no solo del mal deliberado, sino también de la negligencia, la ambición y la falta de imaginación: la banalidad del mal. Quizás el cambio más radical se refiere a la criatura. En la novela, la criatura habla con elocuencia: lee Plutarco, Werther, El paraíso perdido de Milton, aprende idiomas, desarrolla una conciencia filosófica y se presenta como un ser agraviado que exige justicia. En la novela, la criatura mata deliberadamente a William, el hermano pequeño de Víctor, plenamente consciente del daño que eso le hará a su creador. Incrimina a Justine -la querida empleada de los Frankenstein que muere ejecutada culpada injustamente por la muerte de William- con un cálculo estratégico. Mata a Clerval -el amigo más cercano de Victor- en una fría venganza. Estrangula a Elizabeth en su noche de bodas. No se trata de ambigüedades que puedan debatirse: la criatura lo admite todo en largos y razonados monólogos. En la película, la violencia se difumina, se suaviza o se desvía. Se producen muertes, pero no con el mismo peso filosófico; y hasta aparecen lobos asesinos. La criatura sigue siendo un ser que tiene buenas intenciones, no un ser que puede argumentar, sin ironía, que el asesinato se ha convertido en su única posibilidad. Y así, la historia pierde lo más aterrador de la novela: la sensación de que el dolor, cuando está plenamente educado, puede elegir la brutalidad como ley. Y es su autoeducación y su voz elocuente parte integral de la crítica de Shelley a la creación y la responsabilidad. La criatura de Shelley mata por angustia y venganza y admite su culpa. Del Toro suaviza esos actos y hace que casi todas las muertes sean por accidente, o por error. No hay responsabilidad moral en la criatura. Entonces se pierde el ethos de la novela que es que la creación (la de Víctor en este caso) sin responsabilidad genera una cadena de consecuencias monstruosas, tanto del creador por el abandono, como también por parte de la criatura que conociendo la diferencia entre el bien y el mal elige, movido por la ira y la venganza, el mal. Para colmo de males, la responsabilidad de Víctor es compartida con un personaje dudoso, un tal Hedrich Harlander, un rico comerciante y fabricante de armas, alguien con negocios moralmente cuestionables (que provee a Frankenstein entre otras cosas de cadáveres de la guerra) y que ve el experimento de Víctor una promesa científica para su propia salvación y una oportunidad de negocio. Podríamos pensar que del Toro está haciendo una crítica a los grandes empresarios, aquellos millonarios que dominan el mundo, pero hay que hacer un camino muy largo para ver esa interpretación. En principio es un sponsor que habilita a Víctor al darle acceso a la inversión que necesita para su proyecto y no hay mucho más que justifique su presencia en la versión. Uno de los desaciertos más grandes de esta versión es el personaje de Elizabeth. En el texto de Mary Shelley, Elizabeth Lavenza es una niña que fue acogida en el hogar de los Frankenstein y criada con Víctor como si fueran hermanos. Víctor la llama “mía, mía para protegerla, amarla y apreciarla”. Se la presenta como un regalo, no como un sujeto independiente, un ser de una inocencia estremecedora y por ende es la víctima absoluta: la amada, el ángel doméstico, la víctima de la venganza de la criatura. En la película, Elizabeth aparece como la prometida de William (que no muere asesinado por la criatura en la infancia), lee sobre insectos, habla de la guerra (es la sobrina del inversionista), y tiene que lidiar con el acoso de Víctor. Una de los momentos más ridículos de la puesta es cuando Elizabeth, vestida de novia, rechaza una vez más de una cachetada a Víctor en una escena que se asemeja mucho a la noche del fallido casamiento de Bella en The summer I turned Pretty. Para colmo de males, sin ningún preámbulo, Elizabeth entabla una relación casi amorosa con la criatura, una relación que carece del tiempo argumental en la película para tener el desarrollo que necesita para que sea creíble. De nuevo, uno podría argumentar que la criatura es el alter ego de Víctor y la parte suya que sí atrae a Elizabeth. Habría que hacer otro mapa conceptual para explicar esto que no queda claro en la puesta. Una buena opción hubiera sido si ella, que en la película es tan letrada, le hubiera enseñado a la criatura todo lo que sabe. En cambio, se ven dos veces y no entablan ni una conversación mínima. Se entiende el sentido posible, pero le falta desarrollo. Y ni siquiera le dejan al pobre monstruo ser responsable del asesinato de la desdichada, virgen y enamorada “novia de Frankenstein”. Uno de los aspectos más inquietantes de la novela de Mary Shelley es cómo la venganza se convierte en el modo de justicia de la criatura. Mata a todos los seres cercanos a Víctor para atormentarlo y le exige a su creador que le fabrique una compañera y, cuando se lo niega, se convierte en un destructor. Pero la trama moral es ambigua. ¿Es la criatura puramente malvada o está respondiendo a la injusticia? ¿Es Víctor puramente culpable o es simplemente un mortal imperfecto? Shelley deja estas preguntas sin respuesta: la criatura desaparece, el capitán y testigo Walton huye y Víctor muere de agotamiento. El círculo de la creación, el abandono y la venganza queda sin resolver. Nos quedamos con preguntas incómodas. Del Toro simplifica esa ambigüedad. Su criatura mata a menos personas, o lo hace de forma menos despiadada, y el arco final enfatiza el perdón por encima de la venganza. La criatura es domesticada. En un encuentro final, Víctor le pide perdón a la criatura que le pide que lo llame “Victor”, Frankenstein lo llama “hijo”, se desean la paz, y todo es amor. Esta nueva versión sustituye la desolación por una nota de esperanza: la criatura puede vivir, puede aprender, puede pertenecer y encima parece que es inmortal. La película ofrece un espectáculo en lugar de la tremenda sustancia de la novela. En la novela, el creador y la criatura nunca se reconcilian; en la película, el perdón es el principio organizador. Un siglo de teología y terapia se ha infiltrado en un texto que en su día se movía en el filo de la navaja entre la filosofía ilustrada y el tanatos gótico. El mundo de Mary Shelley es trágico porque nadie aprende la lección correcta a tiempo. El mundo de del Toro es trágico solo el tiempo suficiente para justificar la gracia posterior. La novela termina con fuego y hielo, sin nada redimido. La película termina con un gesto de supervivencia, una recompensa por la resistencia. La diferencia no es superficial. Cambia el imaginario fundamental del mito: Frankenstein ya no es una historia sobre la transgresión y las consecuencias, sino sobre la creación y la recuperación. El monstruo no es una acusación del fracaso de su creador, sino un testimonio de la resistencia de los desvalidos. La película no quiere el mundo de Mary Shelley, le resulta insoportable. Quiere la reconciliación, la catarsis, el triunfo de la empatía sobre el abandono. El final feliz, una historia hermosa. Habría sido fácil, casi perezoso, para del Toro reproducir la escena final del libro, pero no puede permitirse ese final, más bien su guion se lo impide: el desarrollo de su película no permite la pregunta que Shelley deja flotando en la nieve: ¿Qué es de un ser que no puede pertenecer? ¿A dónde va la conciencia cuando incluso su creador la rechaza? Del Toro le da un futuro a la criatura para ahorrarnos la incomodidad de esa pregunta. Además, Mary Shelley no escribió sobre un monstruo que pudiera salvarse a pesar del rechazo, sino sobre un problema que no tenía solución. Esa diferencia, entre un problema sin resolver y un ser reconciliado, es la diferencia entre la novela y la película. Y es, en definitiva, una diferencia sobre la función de la narración ya que el Frankenstein de Shelley no es una alegoría sobre la aceptación, sino un experimento sobre la ética de la creación. Esta versión cinematográfica no es un experimento ético, sino una fábula emocional. Se pregunta cómo podemos reparar las heridas del abandono, no qué significa abandonar en primer lugar. Ofrece empatía en lugar de responsabilidad. El peligro de esa sustitución es sutil, pero real. Al rescatar a la criatura de toda la fuerza de su ira, la película también rescata a Víctor —y, por extensión, a nosotros— de las consecuencias del abandono. La criatura se vuelve digna de lástima en lugar de aterradora, lo que significa que el fracaso del creador se vuelve perdonable en lugar de catastrófico. La novela encierra a ambos en una danza de destrucción mutua en la que bailamos todos. Del Toro ha pretendido hacer una película notable a partir de Frankenstein, pero no una película de Frankenstein. Ha tomado los huesos del mito y les ha dado un corazón que late con un nuevo ritmo, moldeado por la necesidad de empatía de nuestro siglo por encima del temor. Lo que ha perdido es el regalo que la autora nos dio y que nadie quería: la monstruosa verdad de que la empatía no siempre nos salva, y que las heridas que nos infligimos unos a otros no siempre se curan, incluso cuando se comprenden plenamente. Su novela sigue siendo una de las pocas de la literatura dispuesta a mirar a un ser arruinado y decir: puede que no haya solución posible para este ser. La película de del Toro mira al mismo ser y dice: encontraremos una manera, aunque el texto no la proporcione, porque no soportamos la incertidumbre y la frustración.
El Fasher, capital de Darfur del Norte, en Sudán, se ha convertido en el epicentro de una de las crisis humanitarias más graves del mundo, según Naciones Unidas y organizaciones especializadas que operan en el país. En efecto, tras 18 meses de asedio que mantuvo a decenas de miles de civiles atrapados, la ciudad ha caído en manos de las Fuerzas de Apoyo Rápido (también conocidas como RSF, por sus siglas en inglés), la milicia formada a partir de antiguos janjawid, implicada en las masacres de Darfur en el 2003. Según la Oficina de Derechos Humanos de la ONU (OHCHR), al menos 782 civiles han muerto y más de 1.100 han resultado heridos desde mayo del 2024 en la ofensiva sobre El Fasher. Unicef calcula que alrededor de 260.000 personas permanecen atrapadas dentro de la ciudad, entre ellas más de 130.000 niños, sin acceso regular a alimentos, atención médica o agua potable. Otros 600.000 civiles han huido hacia el suroeste, principalmente a Tawila, donde los campos de desplazados están saturados. El conflicto entre las RSF y el Ejército sudanés (SAF), que empezó en abril del 2023, ha obligado a desplazarse a la fuerza a casi 12 millones de personas y más de cuatro millones se han marchado a países vecinos, según Acnur, en lo que se considera la mayor crisis de desplazamiento del mundo. Las estimaciones del número de muertos varían considerablemente, pero las víctimas se cuentan por miles. La caída de El Fasher marca un punto de inflexión militar y humanitario y revive los temores de una repetición de las atrocidades cometidas en Darfur hace dos décadas. Se calcula que el Ejército ha sido expulsado de aproximadamente un tercio del territorio sudanés, una situación que muchos creen que acerca la posibilidad de que el país se enfrente a una nueva partición, luego de que perdiera tras una sangrienta guerra los territorios que conforman lo que hoy se conoce como Sudan del Sur, en el 2011. Los civiles sudaneses están pagando así el precio más alto de esta guerra de atrocidades que ha devastado el país. Uno de los episodios más graves se ha producido recientemente en el Hospital Materno Saudí de El Fasher, donde, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), al menos 460 pacientes y acompañantes fueron asesinados en un solo ataque perpetrado por las RSF. Ante el Consejo de Seguridad, el coordinador humanitario de Naciones Unidas, Tom Fletcher ha apuntado que El Fasher “ha descendido a un infierno aún más oscuro”. “Mujeres y niñas están siendo violadas, la gente [es] mutilada y asesinada con total impunidad. No podemos oír los gritos, pero mientras hablamos, el horror continúa”, ha dicho. Además, Fletcher ha advertido de que 16 meses luego de la resolución que exigía que las RSF suspendiera el asedio a la ciudad y que las hostilidades se detuvieran inmediatamente, las violaciones al derecho internacional humanitario se han intensificado. “El mundo ha fallado a toda una generación”, ha afirmado. Al respecto, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos dijo de que ha recibido “múltiples informes alarmantes” de que las RSF están cometiendo múltiples atrocidades, incluidas ejecuciones sumarias, luego de tomar el control de grandes partes de El Fasher y de la ciudad de Bara, en el estado de Kordofán del Norte, en los últimos días. Según el Laboratorio de Investigación Humanitaria de la Universidad de Yale, el nivel de violencia en El Fasher es comparable al de las primeras 24 horas del genocidio de Ruanda por parte de los hutus contra la minoría tutsi. En un informe, el laboratorio indica que esta zona parece estar inmersa “en un proceso sistemático e intencionado de limpieza étnica de las comunidades indígenas no árabes fur, zaghawa y berti mediante desplazamientos forzados y ejecuciones sumarias”. A lo largo de la guerra se han documentado numerosas violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra contra civiles. El órgano de Naciones Unidas que investiga las violaciones en Sudán, la Misión Internacional Independiente de Investigación (FFM), publicó recientemente un informe en el que recopila los abusos perpetrados por todas las partes en el conflicto. El documento se titula Una guerra de atrocidades y concluye que tanto el Ejército sudanés como las RSF han dirigido ataques a gran escala contra la población civil e infraestructuras vitales, incluidos centros médicos, lo que constituye una grave violación del derecho internacional. Según denunciaban, los civiles están siendo blanco de ambos bandos por su afiliación real o percibida con el bando contrario, y las ejecuciones, la tortura y las violaciones se han convertido en un horror cotidiano. Según Amnistía Internacional, las fuerzas armadas sudanesas, las paramilitares RSF y sus aliados han cometido crímenes entre los que figuran violencia sexual contra mujeres y niñas, torturar y matar de hambre a civiles y bombardeos mercados, campamentos de desplazados y hospitales. Desde la ciudad de El Geneina, la coordinadora de emergencias de MSF en Darfur, Myriam Laraoussi, describe un panorama cercano al colapso total. “En las últimas noches han llegado casi 1.000 personas en varios camiones tras un viaje muy peligroso. La mayoría llega débil, con heridas o desnutridas. En un solo día, atendimos a más de 400 pacientes. Todos los niños menores de cinco años sufrían malnutrición aguda”, explica. En Tawila, a unos 60 kilómetros de El Fasher, más de 800.000 personas desplazadas sobreviven en condiciones extremadamente precarias, mientras que el hospital opera con suministros médicos limitados y cortes de electricidad continuos. Los quirófanos funcionan con generadores y linternas, y el personal sanitario duerme por turnos en el suelo. Desde la misma localidad, la pediatra de MSF, Giulia Chiopris confirma que la caída de El Fasher ha multiplicado el número de heridos y desplazados. “Luego de la caída de El Fasher, como esperábamos, estamos viendo una enorme cantidad de civiles heridos. Por eso MSF construyó un puesto de salud en la entrada de Tawila, donde hacemos triaje a cada paciente y derivamos los casos más críticos”. Los testimonios de los desplazados, añade Chiopris, describen torturas, disparos en las rutas de huida y viajes nocturnos para evitar los combates, así como de personas forzadas a comer restos de animales para sobrevivir, lo que provoca graves problemas gastrointestinales, especialmente en niños. El discurso de Tom Fletcher ante el Consejo de Seguridad de la ONU confirma lo que los trabajadores humanitarios repiten desde hace meses: Sudán vive una crisis humanitaria de dimensiones excepcionales. Más de 24 millones de personas - casi el 40% de la población - no tienen suficiente comida, y tres de cada cuatro hogares encabezados por mujeres sufren inseguridad alimentaria. Entretanto, mientras la guerra se prolonga, la sociedad civil sudanesa vive entre la angustia, la impotencia y el silencio internacional. Mohamed Amro, presidente de Casa de Sudán con sede en Madrid, denuncio en una entrevista la indiferencia del mundo ante lo que consideran una campaña de exterminio en Darfur y en otras regiones. “Vivimos con tristeza y miedo. No sabemos cuántas personas han muerto, ni quién sigue vivo. Nadie habla de la crisis de Sudán, parece que pueden matarnos a todos y nadie va a decir nada”, afirma el joven. Los testimonios que llegan desde Sudán muestran un país traumatizado por las masacres en El Geneina, Wad al-Noura y ahora El Fasher, donde las RSF han repetido los mismos patrones de violencia que asolaron Darfur hace 20 años. “Todos los sudaneses sabemos que las RSF son una fuerza genocida”, explica Mohamed. “Por eso más de cuatro millones de civiles se han unido al Ejército sudanés durante los últimos dos años, para defenderse. Lo que están haciendo en El Fasher no sorprende a nadie, pero nos llena de rabia”, añade. “Lo que está ocurriendo en El Fasher recuerda los horrores que sufrió Darfur hace 20 años. Pero, de alguna manera, hoy estamos viendo una reacción global muy diferente: una de resignación. Por lo tanto, esta es también una crisis de apatía”, ha criticado el jefe humanitario de la ONU. Cabe precisar que la guerra de Sudán no se sostiene solo por las armas que se disparan dentro del país, sino también por las que llegan desde el exterior. Una investigación de The Guardian ha revelado que equipos militares de fabricación británica - visores, drones y componentes de artillería - fueron hallados en manos de las RSF. El hallazgo, incluido en un informe de expertos de Naciones Unidas, detalla cómo ese material llegó a Sudán a través de intermediarios en Emiratos Árabes Unidos (EAU). Por su parte, el medio Middle East Eye también documentó vuelos procedentes de aeropuertos emiratíes que transportaron armamento y suministros logísticos a las RSF, incluso luego de que Abu Dabi anunciara el cierre de las negociaciones de paz. Sin embargo, el papel de EAU en el conflicto sudanés va mucho más allá del apoyo militar puntual. Emiratos Árabes Unidos (EUA) ha pasado de ser un socio comercial a un actor geoestratégico clave en África, combinando inversiones, diplomacia y presencia militar indirecta. EUA es hoy el cuarto país en inversión directa en el continente, solo por detrás de China, Estados Unidos y Francia. El país controla o gestiona una veintena de puertos en diez países africanos a través de dos empresas estatales –DP World y AD Ports Group–, y ha firmado seis nuevos acuerdos de concesión portuaria en los últimos cuatro años. El proyecto emiratí en África comenzó en el puerto de Berbera en Somalilandia y con el tiempo expandió su presencia hacia Sudán, Malí, Uganda, Tanzania y República Democrática del Congo, pero Sudán ocupa un lugar central en su estrategia africana. El país es uno de los principales exportadores de oro hacia Dubái y buena parte de ese comercio - según informes de Chatham House y Global Witness - financia indirectamente a las RSF, que controlan minas en Darfur, Kordofán y el Nilo Azul. La empresa al-Gunade, propiedad de familiares del líder de la RSF, Mohamed Hamdan Dagalo (popularmente conocido como Hemedti), es uno de los principales socios comerciales de compañías emiratíes, entre ellas Kaloti Jewellery Group, con sede en Dubái, y otras firmas de compraventa de metales preciosas en el Golfo. Además, Emiratos firmó en el 2022 un acuerdo de 6.000 millones de dólares con el Gobierno sudanés para la construcción del puerto Abu Amama, en el mar Rojo, a través del grupo estatal AD Ports. El proyecto quedó suspendido en el 2024 tras el estallido de la guerra y las acusaciones desde el Gobierno sudanés hacia EAU sobre su apoyo a las RSF. El portavoz de Casa de Sudán también apunta a la implicación de actores extranjeros, especialmente Emiratos, en el sostenimiento de la guerra: “Han enviado mercenarios congoleños y etíopes, con pasaportes y banderas de Emiratos. Llegan a través de empresas de seguridad emiratíes que operan en Libia”, cuenta. Su organización denuncia que este apoyo se traduce en un saqueo directo del oro del país, controlado por las RSF y exportado a Dubái: “Están usando la sangre de los sudaneses para financiar sus negocios. Y el mundo calla”, advierte. “La comunidad internacional tiene la obligación de declarar a las RSF como una organización terrorista, sancionar a quienes las arman y juzgar a los responsables del genocidio”, concluye. Sin embargo, la masacre continua y a nadie parece importarle...
En esta ocasión, Astronomy nos presenta la experiencia vivida por el científico planetario Alan Stern (conocido principalmente por ser el investigador principal de la misión de la NASA New Horizons) en una nave espacial de su propia empresa realizada hace dos años, el cual por su interés, os reproduzco traducido y entrecomillado ¿vale?: “A finales del 2023, volé al espacio. Pero no volé como astronauta de la NASA ni como turista espacial. En cambio, volé en una misión de entrenamiento e investigación a bordo de una nave espacial de Virgin Galactic para mi empresa, el Southwest Research Institute (SwRI), una organización sin fines de lucro de investigación y desarrollo con más de 3000 empleados. La misión, llamada Galactic 5, duró apenas una hora, pero estuvo repleta de actividades para nueve objetivos de misión distintos, todos los cuales se cumplieron con éxito. Despegamos y aterrizamos en Spaceport America, en el sur de Nuevo Méjico, donde tiene su sede Virgin Galactic. A bordo del vuelo conmigo como tripulación de pasajeros estaban la turista espacial Ketty Maisonrouge y la investigadora espacial Kellie Gerardi, financiada por el Instituto Internacional de Ciencias Astronáuticas en Boulder, Colorado. Para las tres, fue nuestro primer vuelo espacial. La tripulación de vuelo de Virgin Galactic de la misión, compuesta por el comandante Mike Masucci, la piloto Kelly Latimer y el instructor Colin Bennett, eran todos veteranos con múltiples vuelos espaciales. El vuelo espacial surgió al proponer a la NASA probar si la nave espacial de Virgin Galactic, conocida como SpaceShipTwo, sería adecuada para realizar observaciones astronómicas que anteriormente se habían realizado en el transbordador espacial y en cohetes sonda suborbitales. Específicamente, nuestro objetivo es averiguar si las observaciones a bordo de SpaceShipTwo se ven significativamente comprometidas por efectos como las películas de escape, los reflejos de la nave espacial y las microabrasiones de las ventanas. Con financiación de la NASA, voy a poner a prueba esta idea - quizás ya en 2026 - llevando al espacio un sistema de imágenes astronómicas SwRI del que fui investigador principal. Esta cámara voló anteriormente en dos misiones del transbordador espacial y capturó imágenes de estrellas, cometas, planetas y la Luna a través de las ventanas del transbordador. Observaré campos estelares similares, pero a través de las ventanas del SpaceShipTwo, y luego compararé los datos de ambas plataformas. Pero existen riesgos únicos al hacer que un astronauta novato realice un experimento de este tipo en un vuelo suborbital breve y comprimido en el tiempo: la posibilidad de distraerse en gravedad cero a gran altura sobre la Tierra, la presión de trabajar rápidamente en una misión suborbital breve y el desafío de aprender a operar un sistema de cámara astronómica con una mano mientras se maniobra entre ventanas en gravedad cero con la otra. Para reducir estos riesgos y prepararme para esa misión, realicé mi primer vuelo espacial a finales del 2023. En ese vuelo, pude simular la realización del experimento astronómico de la NASA mientras experimentaba las aceleraciones del lanzamiento y la reentrada, la vista desde el espacio y la presión del tiempo bajo la que trabajaré durante mi segundo vuelo de investigación. La astronomía, la física solar, la ciencia planetaria y muchos otros campos de investigación han utilizado vehículos suborbitales automatizados llamados cohetes sonda desde finales de la década de 1940. Pero hasta el nacimiento de los cohetes reutilizables comerciales como los que Virgin Galactic y Blue Origin han impulsado, los humanos no volaban en misiones de investigación suborbitales. Obviamente, los primeros astronautas del programa Mercury de la NASA y los pilotos del avión espacial experimental X-15 sí llegaron al espacio suborbital, pero no realizaron investigaciones científicas significativas en esos breves vuelos. En cambio, la ciencia se dejó en gran medida a los cohetes sonda. Estos cohetes han realizado cientos de vuelos breves al espacio durante los últimos 70 años para llevar a cabo una serie de experimentos: probar sensores antes de que volaran en órbita, tomar muestras de la atmósfera superior, estudiar el sistema solar y el universo, y realizar experimentos de microgravedad y biología espacial. Además, los cohetes sonda se convirtieron en un valioso campo de pruebas para que los científicos aprendieran a medida que dirigían pequeños proyectos espaciales antes de intentar otros más grandes. Pero a pesar de sus inmensas contribuciones, los cohetes sonda siguen siendo caros. Y debido a que no están tripulados, requieren automatización, que en sí misma puede ser costosa y propensa a fallar. Los nuevos vehículos suborbitales tripulados del siglo XXI, construidos por Blue Origin y Virgin Galactic, son mucho menos costosos para realizar experimentos que los cohetes sonda. Además, permiten a los investigadores volar con ellos y operar sus propios experimentos. Por primera vez, los investigadores espaciales pueden hacer lo que oceanógrafos, vulcanólogos, geólogos de campo y muchos otros científicos han hecho siempre: ir al terreno a recopilar datos. Este aspecto revolucionario de las naves suborbitales comerciales no se valoró inicialmente, ya que los vehículos se construyeron originalmente para el turismo espacial. Pero a finales de la década del 2000, científicos como yo comenzamos a reconocer el valor de estos nuevos vehículos para llevar a cabo muchos de los mismos tipos de investigación que los cohetes sonda, pero con un ahorro de costes significativo y otras ventajas. Cuando regresé de mi puesto como jefe de la Dirección de Misiones Científicas de la NASA al SwRI en el 2009, inicié un esfuerzo financiado internamente para poner al SwRI a la vanguardia en la explotación de vehículos suborbitales comerciales para la investigación. Como parte de ese esfuerzo, contratamos dos vuelos con Virgin Galactic y comenzamos a preparar experimentos para volar en cada una de esas misiones. También iniciamos un programa de capacitación para prepararme a mí mismo y a otros dos científicos del SwRI, Dan Durda y Cathy Olkin, para volar a bordo de estos vehículos como especialistas de carga útil. El entrenamiento inicial consistió en vuelos en aeronaves de gravedad cero, centrífugas de alta gravedad y vuelos de alta gravedad a bordo de aviones de combate F-104. En la primavera del 2020, la NASA publicó su primera convocatoria de propuestas para que los investigadores volaran al espacio con sus cargas útiles a bordo de vehículos suborbitales comerciales. Para ser elegibles, la NASA insistió en que las propuestas debían justificar la necesidad de que el investigador volara con el experimento. Nuestra propuesta lo hizo al demostrar que un investigador que volara al espacio podría obtener la misma cantidad de datos que tres cohetes sonda, y por menos dinero. En el otoño del 2020, la NASA seleccionó nuestra propuesta. Una vez que nuestra propuesta ganó, sabíamos que habría una gran expectativa de "obtener los resultados" (es decir, lograr el éxito). Por lo tanto, decidimos utilizar un vuelo de Virgin Galactic financiado por SwRI específicamente para familiarizarme con los vuelos espaciales y mitigar algunos de los obstáculos para el éxito que podrían haber aparecido en el vuelo de la NASA, si hubiera sido mi misión de novato. Mi entrenamiento específico para la misión del vuelo Galactic 5 comenzó unos 100 días antes del lanzamiento. Este tuvo lugar al amanecer del 2 de noviembre del 2023. Las actividades previas al vuelo comenzaron alrededor de las 2:30 a. m. Me desperté, hice una revisión final del cronograma y la lista de verificación previos a la misión, y tomé un vehículo de transporte hasta el sitio de lanzamiento en Spaceport America. Luego de un desayuno ligero, nos pusimos los trajes espaciales, nos sometimos a revisiones médicas previas al vuelo y recibimos información meteorológica, nos pusimos nuestro equipo de supervivencia y paracaídas (en caso de un aterrizaje fuera de pista), y luego abordamos la nave espacial VSS Unity. Luego de que los pilotos de la nave nodriza y la nave espacial completaron con éxito las comprobaciones previas al vuelo, rodamos por la pista y ascendimos sin incidentes a la estratosfera, donde comenzó otra serie de comprobaciones. Todas las comprobaciones se realizaron sin problemas y recibimos la autorización para el lanzamiento de la nave. Con un fuerte golpe, los grandes y pesados pestillos que sujetaban la Unity a su nave nodriza se soltaron, y experimentamos una breve ingravidez mientras la nave descendía. Conté «mil uno, dos mil» antes de que comenzara el emocionante ascenso propulsado, que nos llevó a velocidad supersónica en cuestión de segundos. Tras esto, la Unity recuperó la verticalidad y se disparó hasta Mach 3. Sesenta segundos después, el motor se apagó a una altitud cercana a los 61 000 metros (200 000 pies). Al apagarse el motor, experimentamos ingravidez durante cuatro minutos, describiendo una parábola suborbital que nos elevó hasta los 86 kilómetros (55 millas) de altitud y nos hizo descender. Han pasado casi dos años desde mi primer vuelo espacial, y Virgin Galactic está preparando una nueva clase de nave espacial, llamada Delta, en la que volaré para la misión de investigación astronómica de la NASA. El vuelo está previsto para el otoño del 2026, pero podría ser más tarde, dependiendo del progreso de Delta en la construcción y los vuelos de prueba. Nuestra cámara astronómica está lista, al igual que el arnés biomédico que usaré para obtener más datos fisiológicos en el segundo vuelo suborbital. Estoy muy emocionada de volar por segunda vez y puedo imaginar un punto no muy lejano en el que numerosos investigadores estén volando al espacio, algunos con frecuencia, para obtener sus datos. Ha sido un honor y un privilegio ser parte de la apertura de esta nueva forma de hacer investigación espacial. Algún día, cuando los precios bajen lo suficiente, me encantaría volar como turista, con el lujo de mucho más tiempo para ver la magnífica Tierra desde el espacio. ¡Y espero que tú también puedas hacerlo!” puntualizo.
Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa, el gobierno de Estados Unidos consideró un plan no sólo para desmilitarizar sino también para desintegrar y desindustrializar la Alemania de la posguerra. El infame Plan Morgenthau, que recibió su nombre en “honor” a su principal impulsor, el secretario del Tesoro, el judío Henry Morgenthau, partió de la absurda suposición de que « es una falacia que Europa necesite una Alemania industrial fuerte » . De haberse implementado, los restos de la Alemania derrotada se habrían convertido deliberadamente en un páramo postindustrial. Pero entonces llegó la Guerra Fría. Y todos, querían que Alemania volviera a ser un país industrializado, por lo que se impuso el Plan Marshall y se acabó el Plan Morgenthau. ¡Qué suerte la de los alemanes! Ahora que la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia ha terminado hace ya un tercio de siglo, se podría pensar que para los alemanes - por fin libres de la extraña obligación de matarse entre sí en nombre de Washington y Moscú en caso de una Tercera Guerra Mundial y felizmente reunificados - las oscuras fantasías de Morgenthau serían solo un relato de malos tiempos ya pasados. Pero en ese caso se subestimaría el don alemán para la excentricidad, a menudo ignorado. En realidad, los gobiernos de la Alemania posterior a la Guerra Fría han emprendido un camino decidido de autoasfixia económica, adaptándose y aferrándose obstinadamente a políticas que parecen haber sido diseñadas deliberadamente para desindustrializar y destruir su propio país. ¿Cómo es posible? Para empezar, consideremos el caso del gigante químico global BASF: «Lo que le está pasando a Alemania lo verán primero en BASF», dicen algunos . Y tienen razón. Hasta hace poco, la empresa con sede en Alemania era considerada la joya de la corona de la industria del país. Ahora, Alemania está «sumergida en su período de estancamiento más largo desde la Segunda Guerra Mundial» dice el Financial Times, y ejemplifica mucho de lo que salió tan mal. Al igual que gran parte de los negocios alemanes en general, la industria química del país, tradicionalmente poderosa y vital, “ está atrapada en la mayor crisis ” desde, al menos, principios de la década de 1990. Desde el 2019, la industria alemana en su conjunto ha perdido un total de casi un cuarto de millón de empleos . En cuanto a BASF, fundada originalmente en 1865, en pleno período de la época de los fundadores ( «Gründerzeit» ) de la Alemania moderna, como «Badische Anilin- und Sodafabrik» , es cierto que sigue siendo la mayor empresa de la industria química del mundo, con filiales en más de 80 países y 112.000 empleados . Sin embargo, en Alemania, en su planta de producción original en Ludwigshafen (que por ahora sigue siendo la mayor instalación de este tipo a nivel mundial), lleva años soportando pérdidas millonarias. En conjunto, el negocio de BASF en Alemania no contribuye en absoluto a los beneficios de la empresa , en el mejor de los casos. Si BASF sigue teniendo buenos resultados, no es precisamente por su histórica base alemana, sino a pesar de ella. Como lo expresó su exdirector ejecutivo, Martin Brudermuller (ahora en Mercedes-Benz, la otra industria alemana clave), en el 2024 BASF obtenía beneficios en todo el mundo, excepto en Alemania. Y eso, junto con el auge de China (que ahora representa la mitad del mercado mundial de la industria química ), explica por qué BASF está reduciendo sus operaciones no solo en Ludwigshafen, sino en toda Alemania, mientras construye una gigantesca planta de producción en Zhanjiang, China. De esta manera, BASF Zhanjiang, una " imagen reflejada " actualizada del concepto de producción de compuestos o integración completa característico de la empresa (“Verbund”), originalmente pionero en Ludwigshafen, es la mayor inversión individual en la historia de la empresa. En resumen, el gigante químico alemán está clonando y optimizando su núcleo histórico, no en otro lugar de Alemania, ni en Europa, ni tampoco en los EE. UU., sino en China. Mientras que Brudermüller, un hombre franco, ha estado advirtiendo sobre la desindustrialización integral de Alemania . Y aunque nadie lo admita, es fácil adivinar qué sucederá con el original anticuado y cada vez menos competitivo en Ludwigshafen. El secreto a voces del éxito de la empresa insignia de BASF en Ludwigshafen residía en dos aspectos: la ciencia, la ingeniería, la gestión y la ética laboral alemanas desempeñaron un papel fundamental, pero también lo fue el gas económico procedente de Rusia , utilizado como fuente de energía y materia prima. Tanto la aportación alemana como la rusa fueron indispensables. El éxito de Ludwigshafen, como gran parte de la economía alemana, fue resultado directo de la fructífera cooperación germano-rusa, mutuamente beneficiosa.... pero ello se acabó. Sucede que la política autodestructiva de la UE y Berlín - ambos, irónicamente, dirigidos por alemanes - de redefinir los beneficios mutuos como una "dependencia" tan horrible que sería reemplazada por una dependencia real de los increíblemente confiables EE. UU. y de aislarse del gas natural ruso, es el factor decisivo en el continuo declive de Ludwigshafen. También hay otros problemas, pero sin esta estrategia suicida, los problemas de larga data - como, por ejemplo, la burocracia, una "transición verde" mal gestionada y la guerra arancelaria estadounidense - podrían resolverse o, al menos, gestionarse. Sin embargo, sin energía y materias primas baratas, el declive es irreversible. De hecho, a estas alturas, BASF está advirtiendo de escenarios en los que Ludwigshafen pronto detendrá su descenso gradual, pero no con recuperación. En cambio, podría avecinarse un colapso total . ¿La causa? Una potencial escasez masiva de gas. Nada de lo anterior es excepcional en la Alemania actual. Claro que cada sector económico y cada empresa tiene sus particularidades. Pero lo que importa es en qué medida el destino de BASF representa el de la economía alemana en su conjunto. Excepto que este último suele ser peor, a menudo mucho peor, hasta el punto de ser letal. Consideremos algunos datos: Alemania está experimentando un pico de insolvencias en veinte años , como señaló recientemente el colíder del partido nacionalista AfD (Alternativa para Alemania). Y no se trata solo de la oposición alemana (el partido más votado en las encuestas). Incluso la cadena de televisión estatal ZDF, totalmente alineada con el gobierno, debe admitir que « el Made in Germany se está desmoronando » . Solo entre el 2024 y el 2025, el 2,1 % de los empleos industriales de Alemania han desaparecido . Si usted fuera, por ejemplo, uno de los muchos alemanes dedicados al desarrollo y ensamblaje de automóviles, sus posibilidades de supervivencia laboral han sido aún peores: en ese sector, se eliminaron la impresionante cifra de 51.000 puestos de trabajo, equivalente al 7%, en tan solo un año, y no se vislumbra un fin. Las ganancias se han desplomado : más del 50% entre enero y junio en Mercedes-Benz, y más de un tercio en el segundo trimestre del 2025 en VW. Y eso fue antes de que algunos genios muy estables en Washington obligaran al gobierno holandés a ROBAR - ese es el término correcto - el fabricante de chips chino Nexperia. Inevitablemente debido a ello, China está tomando represalias. A diferencia de Alemania, no está dirigida por gente extraña que se toma, por ejemplo, un ataque terrorista de "aliados" contra infraestructura vital con una sonrisa obsequiosa y una reverencia. Nexperia está debidamente fuera de servicio y las compañías automotrices alemanas se encuentran entre las más afectadas por la escasez de suministro resultante: Hildegard Müller, directora de su asociación nacional, ha advertido de " restricciones significativas de producción, que según las circunstancias pueden incluso interrumpirse por completo ”. Aplausos lentos para ustedes de nuevo, grandes maestros de la estrategia de guerra comercial de Occidente. Si Ludwigshafen, propiedad de BASF, es la zona cero del (aún) relativamente lento declive de la industria química alemana, Stuttgart se perfila como una de las ciudades más devastadas por la caída más rápida de los fabricantes de automóviles. Con el 17%, o un cuarto de millón, de la población de Stuttgart ganándose la vida con los coches , ya sea directamente en Mercedes-Benz o Porsche o con alguno de los numerosos proveedores locales, como los mucho menos conocidos Mahle o Eberspächer, la ciudad tiene motivos para temer. Algunos ya hablan de un futuro sombrío como la Detroit alemana , el epítome de la desindustrialización y el deterioro del cinturón industrial estadounidense. Las noticias no son precisamente tranquilizadoras: por ejemplo, el proveedor de autopartes Mahle ya ha recortado 7.000 puestos de trabajo . La multinacional de ingeniería y tecnología Bosch, originaria de Stuttgart y ahora con sede a pocos kilómetros al oeste, ha recortado 22.000 puestos en toda Alemania, incluyendo casi 2.000 en Stuttgart. Si nos alejamos de nuevo, el panorama sigue siendo desalentador: el prestigioso Instituto Ifo predice un crecimiento microscópico del 0,2 % para este año . El año que viene, estiman, la situación “podría mejorar ligeramente, con un crecimiento del 1,3 %” ... casi nada. Pero incluso si eso realmente ocurre (las revisiones a la baja solo se han producido recientemente), se deberá al despilfarro militarista-keynesiano de deuda y gasto del gobierno. Puede que la actual "élite" berlinesa sea masoquista y se deleite en aguantar el trato duro y los insultos de Estados Unidos, Ucrania e incluso Polonia. Pero los alemanes en general son, obviamente, menos extravagantes. A estas alturas, dos tercios están insatisfechos con la coalición en el poder. Si su miseria nacional tiene un rostro, es el de su líder, el canciller Friedrich Merz, un exmiembro de BlackRock que combina con encanto discursos motivacionales ofensivos y sordos, insinuando que la nación está compuesta por holgazanes, con diatribas sobre Rusia, drones y, naturalmente, contra la AfD - favorita en las encuestas - ahora también acusada “de estar confabulada con Moscú”. Merz, hay que decirlo en honor a Alemania, es la impopularidad personificada . Piensen en una versión alemana de Keir Starmer («Trabajo para Israel, no para ti») en el Reino Unido o de Emmanuel Macron («¡Por favor, váyanse, por favor, váyanse!») en Francia. Y eso es señal de salud nacional. En un país cuyos gobernantes están hundiendo sistemáticamente su economía mediante una política demencial de autodestrucción, el descontento popular es una esperanza. Quizás, por fin, suficientes alemanes se cansen pronto de todo ello.
“Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza”. Tenemos poca constancia de personas que hayan pasado las puertas del infierno y hayan vuelto para contarlo, más allá de Perséfone (reina del inframundo), pero quizá la más importante fue (si lo tomamos de manera literal) la del poeta Dante Alighieri. Acompañado de Virgilio, ambos poetas bajaron a las profundidades y recorrieron, como los héroes de los poemas más antiguos, los nueve círculos hasta trepar sobre Satanás y emerger de nuevo a la Tierra antes de que amaneciera el día de Pascua. Pero, mucho antes de que Dante bajara a los reinos de ultratumba, el concepto del infierno (ese lugar destinado a los pecadores) ya existía. En la actualidad, en un mundo secularizado como el que vivimos (especialmente en Occidente), la existencia de un lugar al que irá nuestra alma cuando abandone nuestro cuerpo parece importar más bien poco, sumidos como estamos en la vorágine del día a día. En otro tiempo, sin embargo, fue algo fundamental, y en la Edad Media los desgraciados se consolaban con que, si en esta vida no hallaban paz, al menos la encontrarían en la siguiente. Si hay un cielo, parece claro que tiene que haber un infierno y viceversa. Pero ¿cómo surgió todo? ¿Quiénes fueron los primeros en hablar de estos conceptos? Obviamente, nos viene a la mente el Hades de la mitología griega, que guarda un cierto parecido con el concepto de infierno actual. Según creían los griegos, este inframundo se situaba también debajo de la Tierra, lo que llevaba a creer que en algunas zonas de la geografía podía encontrarse una puerta a este oscuro y temible lugar. Platón creía que cada espíritu era asignado a un reino: Elíseos para los bendecidos, el Tártaro para los condenados y el Hades para el resto. Por tanto, el Hades como tal sería más bien un concepto griego del limbo. Asimismo, algunos filósofos como Platón o los pitagóricos hablan del concepto del juicio a los muertos. Es interesante, debido a que, si nos remontamos un poco más en el tiempo, nos percatamos de que de igual manera los egipcios tienen una travesía muy parecida en su viaje hacia la muerte donde el fallecido también era juzgado por Osiris tras ser conducido por Anubis al reino de los muertos. Se pesaba su corazón en una balanza y, si este era más ligero que una pluma, significaba que el individuo había sido justo en su vida. Un juicio muy parecido al del dios Yama en la mitología hindú. Por cierto, los egipcios y los griegos creían en la transfiguración de las almas, lo cual es sumamente importante teniendo en cuenta que el concepto de alma no surge con las religiones monoteístas. Los egipcios también ayudaron a concebir la idea de la democratización del más allá. En un primer momento, solo los faraones podían optar a ese juicio con Osiris, pero lo que comenzó con unos pocos acabó llegando a todo aquel que tenía un mínimo poder adquisitivo y temía a la vida detrás de la muerte. Los griegos tenían una idea muy parecida de ese viaje hacia el otro mundo conducido por una barca de los egipcios, pero con diferencias: los fallecidos entraban al inframundo cruzando el río Aqueronte (la barca la conducía Caronte, que cobraba una pequeña moneda que debía ser colocada bajo la lengua o los párpados de los muertos). Los pobres debían correr eternamente la pradera de Asfódelos porque no tenían medios para cruzar el río. Incluso en la muerte hay clases sociales. La otra orilla estaba vigilada por el Can Cerbero, perro de tres cabezas que vigilaba que ninguna persona viva entrara en el Hades. Lo más parecido a una de las concepciones del infierno actual era el gran foso del Tártaro, que consistía en una prisión fortificada rodeada por un río de fuego llamado Flegetonte. En un principio, este lugar servía como prisión de los antiguos y abatidos titanes, pero luego pasó a ser el calabozo de las almas condenadas. En realidad, en la mayoría de las religiones indoeuropeas persistía esa idea de que deben cruzarse unas aguas para poder acceder al otro mundo, y las almas solían ser guiadas por un hombre mayor. Los persas hablaban del puente Cinvat, que separaba a los vivos de los muertos (dos perros con cuatro ojos guardaban el final del puente, que recuerdan irremediablemente al Can Cerbero). No parece muy descabellado pensar que todos estos mitemas frecuentes afectaran de alguna manera a las creencias judías cuando Alejandro Magno conquistó medio mundo, helenizándolo. En la Edad Media, cuando el concepto de infierno tal y como lo conocemos se había asentado bastante, el juicio que ya habían tenido los egipcios y los griegos se repite para los cristianos con el pozo de las almas, donde el arcángel San Miguel las pesará en la balanza de la justicia. En un platillo, aparecen las virtudes, en otro los vicios. El diablo suele aparecer en la escena, procurando (como no podía ser de otro modo) que la balanza se incline hacia su favor. Anteriormente, en el Tofet (según el Antiguo Testamento), los cananeos sacrificaban a los niños al dios Moloch, quemándolos vivos. Sería algo así como el preludio de ese infierno tan relacionado con el fuego que bien conocemos. Incluso los budistas tienen su propio infierno, extremadamente parecido al nuestro: 'Naraka', vocablo sánscrito correspondiente al inframundo. No solo según el budismo, también para hinduistas o jainistas es un sitio de tormento. Aunque, igual que el inframundo, el Naraka se encuentra debajo del mundo tal y, como lo conocemos, difiere de nuestro infierno porque la estancia en él no es eterna (aunque sí extremadamente larga) y tampoco se va a él tras un juicio. El Naraka budista se encuentra debajo del mundo tal y como lo conocemos, pero difiere de nuestro infierno porque su estancia no es eterna El Naraka sirvió como inspiración para el infierno de la mitología china: Di Yu. Dominado por Yama, el rey del infierno, Di Yu es un laberinto de mazmorras subterráneas donde las almas son tratadas en concordancia con sus pecados terrenales. Como el infierno de Dante, tanto Naraka como Di Yu están separados por niveles. En el siglo V en Europa, la idea del infierno estaba bastante clara, reafirmada por los papas y los diferentes concilios: fosas llenas de llamas similares a Flegetonte (aunque en algunas ocasiones también se habla del infierno como un lugar helado), llantos, serpientes y olores nauseabundos. De hecho, hablando de hielo, en las visiones de Dante, Satanás está inmerso en hielo hasta la cintura, llorando y babeando. Milton también habla de ello: más allá de las llanuras del fuego del infierno, hay regiones de hielo, granizo, nieve y viento, donde van los condenados a excursiones obligadas. Si hacemos caso al poema de John Milton sobre el paraíso perdido, el primer desgraciado que acabó cayendo en el infierno fue el propio Satanás: el más bello de todos los ángeles es, para el poeta, una figura trágica que encabezó una rebelión contra Dios descontento con su hegemonía, y que terminó con todo su séquito en el inframundo, castigado para siempre. Una interpretación libre del libro de Enoc. (El libro de Enoch cuenta la historia de los llamados Grigori, ángeles caídos que se enamoraron de las hijas de los hombres y engendraron con ellas una raza de semidioses: los Nefilim. Estos ángeles, posteriores demonios, enseñarían a los humanos a fabricar armas de guerra, los secretos de la Tierra, las constelaciones o el arte de la escritura. También habrían enseñado a las mujeres a abortar). Las semejanzas del poema de Milton con las ideas revolucionarias de los siglos XVIII y XIX y con el derrocamiento de sistemas y monarquías son evidentes, si se analiza el paraíso perdido desde una perspectiva sociológica. De hecho, según decía William Blake, Milton escribe "encadenado cuando habla de los ángeles y Dios, y libre cuando habla de Satanás. Toma partido por el diablo sin saberlo". El más bello de todos los ángeles es, para John Milton, una figura trágica que encabezó una rebelión contra Dios Ya sea Satanás, Hades, Yama u Osiris, siempre debe haber alguien a las puertas del inframundo esperando que las almas de los desgraciados lleguen dispuestas a sufrir toda una eternidad. El conocimiento de nuestra propia efimeridad es lo que nos dota de trascendencia y nos difiere del resto, y está presente en todas las civilizaciones del mundo. Gigalmesh, el héroe más antiguo, se lamenta de la muerte de su amigo Enkidu y quiere huir de la muerte: "Mi amigo, al que amaba, ha vuelto al barro". El concepto de infierno llega posteriormente, como idea de justicia al descubrir que no todos somos iguales y que la maldad, de alguna manera, debe ser castigada; si no es en esta vida, en la siguiente. Porque, al final, parafraseando un poco a Sartre, todo se reduce a los otros. No hace falta irse debajo de la tierra: el infierno puede ser los otros y, por tanto, también podemos serlo nosotros mismos. Ahora bien, ya que nos referimos al infierno ¿Dónde se encuentra? ¿Cuál es la ubicación? En la Biblia, la noción de que el infierno se halla debajo de nosotros, quizás en el centro de la tierra, proviene de pasajes como Lucas 10:15: “Y tú, Capernaum, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida”. Asimismo, en 1 Samuel 28:13-15, la médium de Endor ve al espíritu de Samuel “ascendiendo desde la tierra”. Sin embargo, es importante señalar que ninguno de estos pasajes trata sobre la localización geográfica del infierno. La caída hacia el Hades mencionada para Capernaum probablemente denote condenación más que una dirección física específica. La visión del espíritu de Samuel por parte de la médium era simplemente eso: una visión. En la versión King James, Efesios 4:9 indica que antes de ascender al cielo, Jesús “descendió a las partes más bajas de la tierra”. Algunos cristianos interpretan “las partes más bajas de la tierra” como una referencia al infierno, donde afirman que Jesús estuvo durante su tiempo entre su muerte y resurrección. En tanto, la idea de que el infierno esté en algún lugar del espacio exterior, posiblemente en un agujero negro, se fundamenta en el conocimiento de que son regiones de gran calor y presión donde nada, ni siquiera la luz, puede escapar. Otra conjetura sugiere que la tierra será el “lago de fuego” mencionado en Apocalipsis 20:10-15. Según esta teoría, cuando la tierra sea consumida por el fuego (2 Pedro 3:10; Apocalipsis 21:1), Dios utilizará ese lugar en llamas como el sitio de tormento eterno para los impíos. No obstante, todo esto son meras especulaciones. En resumen, las Escrituras no revelan la ubicación geológica (o cosmológica) del infierno. Aunque el infierno sea un lugar real de verdadero tormento, desconocemos dónde se encuentra exactamente. Podría tener una localización física dentro de este universo o quizás existir en una “dimensión” completamente distinta... No lo sabemos.