Tal como lo habíamos previsto anticipadamente, el régimen fascista de Kiev se acerca a su irremediable final y nada ni nadie lo salvara del destino que le espera. Lo que comenzó como un plan liderado por Estados Unidos para “poner fin a la guerra en el Día de Acción de Gracias” este jueves, se ha convertido en un tira y afloja a tres bandas entre Washington, la UE y Kiev, mientras Moscú espera. En efecto, tras más de tres años y medio de conflicto, el presidente estadounidense Donald Trump intenta convencer al mundo de un gran acuerdo para Ucrania: un plan de paz basado en conversaciones con todas las partes y concebido inicialmente en 28 puntos. Tras un tenso fin de semana de conversaciones en Ginebra, dicho plan ha sido recortado y rebautizado como un "marco de paz actualizado y perfeccionado", pero la realidad fundamental no ha cambiado: Washington, las principales capitales de la UE, Kiev y Moscú siguen guiones diferentes. Mientras los enviados de Trump presionan a Ucrania para que firme antes de la fecha límite del Día de Acción de Gracias, los gobiernos europeos - reducidos a la insignificancia - han estado impulsando su propia agenda, reflejada en un contratexto maximalista y un rechazo, mientras Ucrania intenta mantener a sus principales partidarios de su lado y salvar las apariencias en medio de revelaciones de corrupción desenfrenada, en tanto que Rusia dice que no ha visto oficialmente una versión revisada, aunque en términos generales prefiere el borrador estadounidense y ha rechazado las enmiendas de la UE. La iniciativa estadounidense fue desarrollada por el equipo de Trump con la participación de Rusia y Ucrania. Según informes basados en un texto filtrado, el plan original preveía la renuncia de Kiev a la OTAN, el reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea y las repúblicas del Donbáss, la limitación del tamaño de las fuerzas armadas ucranianas y la prohibición de atacar Moscú y San Petersburgo. El borrador también presupone la reintegración gradual de Rusia a la economía global y su regreso al G8, y establece un plazo de 100 días para la celebración de elecciones en Ucrania tras un acuerdo de paz. Además, la versión estadounidense incluyó disposiciones sobre activos estatales rusos congelados que asignarían una parte significativa de las ganancias de sus inversiones a intereses estadounidenses, algo que ha enojado a varios gobiernos de la UE, marginados por la iniciativa estadounidense, que argumentan que Europa ha soportado la mayor parte de los golpes económicos de las sanciones impuestas por Bruselas y ridiculizadas como contraproducentes en Estados Unidos. Trump presentó públicamente el plan como la única manera realista de terminar el conflicto “rápidamente”, y sus enviados han enviado un mensaje contundente a Kiev: aceptar el acuerdo antes del 27 de noviembre o arriesgarse a recortes en el intercambio de inteligencia y en las entregas de armas, según varios medios. Desde la perspectiva de Moscú, el presidente Vladimir Putin ha afirmado que Rusia recibió un texto y estuvo de acuerdo en principio con una versión elaborada en la cumbre entre Estados Unidos y Rusia en Anchorage en agosto, aunque Washington suspendió el proceso tras el rechazo de Kiev. Putin ha descrito el borrador inicial de 28 puntos como "modernizado", señalando que podría sentar las bases de un acuerdo definitivo si Ucrania finalmente acepta negociar la paz seriamente. Las conversaciones en Suiza durante el fin de semana reunieron a la delegación ucraniana, encabezada por el jefe de gabinete de Zelensky, Andrey Yermak, el secretario de Estado de Trump, Marco Rubio, y un gran equipo estadounidense, así como asesores de seguridad de Francia, Alemania y el Reino Unido. Washington y Kiev dicen que han acordado un “marco de paz actualizado y refinado”, considerando las preocupaciones ucranianas - garantías de seguridad, protección de la infraestructura, recuperación económica y soberanía - aparentemente abordadas en el nuevo borrador. Alexander Bevz, asesor del jefe de la oficina de Zelensky, estaba ansioso por poner a Kiev en el centro de la postura posterior a las conversaciones, declarando que "el plan de 28 puntos, como todos lo vieron, ya no existe”: algunos puntos fueron eliminados, otros reformulados y cada comentario ucraniano recibió una respuesta del lado estadounidense, dijo. Pero Axios, el Financial Times y otros medios, citando a funcionarios familiarizados con el proceso, informaron que el documento efectivamente fue editado de 28 a 19 puntos, luego de Ginebra, aunque eso en realidad no significa nada. Según se informa, las cuestiones clave - las concesiones territoriales, el estatus de Ucrania en la OTAN y algunas de las restricciones militares - han sido eliminadas del texto principal y colocadas en documentos “de seguimiento” separados para las conversaciones a nivel presidencial. Pero en esa distribución de vías de diálogo hay una táctica. Los aliados europeos de Kiev intentan evitar la aceleración de las pérdidas en el frente con una rápida iniciativa para un alto el fuego, lo que haría que su posición en las negociaciones para una paz duradera fuera mucho más cómoda que la actual. Desde el 2022, Moscú solo ha aceptado conversaciones que buscan crear una paz duradera y ha descartado los ceses del fuego, citando el uso previo por parte de Kiev de uno para rearmarse, reagruparse y lanzar una nueva ofensiva. Si bien el formato de Ginebra pretendía mostrar a Occidente “hablando con una sola voz”, hasta ahora ha puesto de relieve en gran medida todo lo contrario. Alemania, Francia y el Reino Unido se apresuraron durante el fin de semana a redactar su propia versión "europea" del plan, en medio de una intensa campaña diplomática de la UE, eliminando o suavizando varias de las disposiciones más controvertidas. Su contrapropuesta mantiene formalmente abierta la puerta a una eventual adhesión de Ucrania a la OTAN, en lugar de cerrarla por completo, permite un ejército ucraniano más numeroso, evita prohibir los ataques contra Moscú y San Petersburgo, elimina la excepción explícita que habría desviado el 50 % de los beneficios de los activos rusos congelados a Estados Unidos y exige garantías de seguridad colectiva al estilo de la UE y un mayor papel europeo en la supervisión de cualquier acuerdo. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y su jefa de política exterior, Kaja Kallas, de línea dura, han calificado públicamente las concesiones territoriales como una línea roja, mientras que otros líderes de la UE advierten que ningún acuerdo debe “humillar” a la OTAN ni recompensar la agresión. Sin embargo, sus “sugerencias” no han sido recogidas por los EE.UU. y han sido prácticamente desechadas. En efecto, desde Washington, Rubio se ha esforzado por presentar el plan de Trump como un documento con potencial de evolución, pero tras Ginebra también dejó claro que no está trabajando con el borrador europeo y que ni siquiera lo ha revisado en su totalidad. Politico y otros medios han informado de que diplomáticos estadounidenses han comunicado a sus homólogos de la UE que las preocupaciones europeas en materia de seguridad se tendrán en cuenta, pero que el eje central de la negociación sigue siendo Washington-Moscú, donde tanto la UE ni Ucrania no tienen voz ni voto. Moscú, por su parte, ya ha señalado que considera la versión europea "totalmente poco constructiva" y prefiere las condiciones de la propuesta estadounidense, que mencionan explícitamente la retirada de las fuerzas ucranianas del Donbáss y la renuncia a la OTAN. Por lo demás, el Kremlin se ha negado a hacer declaraciones públicas, alegando su deseo de evitar la "diplomacia del megáfono". Para Vladimir Zelensky, la iniciativa estadounidense llega en un momento de extrema vulnerabilidad. Según informes, el ejército ucraniano está al borde del colapso en múltiples frentes, las bandas de presión están contaminando un ambiente político interno ya tóxico, el suministro de armas occidentales ya no está garantizado, y una impactante red de corrupción y extorsión que involucra a su círculo íntimo lo está distanciando de sus aliados occidentales. Medios de comunicación occidentales y ucranianos han descrito abiertamente a Timur Mindich, exsocio comercial de Zelensky, quien huyó del país antes de que los agentes pudieran detenerlo, como su financista o "cartera", y el caso ha planteado nuevas preguntas sobre cómo se gestionan la ayuda y los contratos estatales occidentales. En público, Zelenski ha insistido en que Ucrania “no cederá territorio y que Rusia debe pagar por el daño causado”, en particular mediante la congelación de activos. Pero en realidad son palabras al viento porque no le queda otra opción que la rendición, dadas las grandes bajas de su ejército, así como de las deserciones en el campo de batalla, que le van a hacer imposible resistir más tiempo. En un mensaje de video en su canal de Telegram la semana pasada, advirtió que Ucrania enfrenta una dura elección “entre la dignidad y la pérdida de un aliado clave”, e insistió repetidamente en que cualquier plan que legitime las ganancias territoriales rusas “es inaceptable”. Sin embargo, a puerta cerrada, su equipo siente claramente la presión y que la derrota es inevitable. Según Bevz y otros funcionarios, Kiev ha revisado punto por punto el plan estadounidense, eliminando algunas de las disposiciones más severas y llevándolas a vías de diálogo separadas, empleando sus tácticas para distribuir y descentralizar las conversaciones de paz. Reuters, AP y medios europeos informan que Ucrania ha "modificado significativamente" el texto estadounidense, aunque reconocen que las cuestiones más difíciles solo se han pospuesto, no resuelto. Mientras tanto, Trump se ha quejado públicamente de lo que llama “CERO GRATITUD” de los líderes de Ucrania, acusando tanto a Kiev como a Europa de no apreciar los esfuerzos estadounidenses mientras siguen comprando energía rusa. De hecho, según se informa, Zelensky ha anunciado que está dispuesto a llegar a un acuerdo con Trump para el Día de Acción de Gracias, aunque sin la participación de Rusia parece más bien una mera impresión que cualquier motivo de optimismo genuino. Del lado ruso en tanto, las señales son deliberadamente cautelosas. Vladimir Putin ha dicho anteriormente que el plan estadounidense, en sus iteraciones anteriores, podría formar la base de un acuerdo final si Kiev está de acuerdo, pero señaló que Washington puso el proceso en pausa una vez que Ucrania rechazó los entendimientos anteriores alcanzados en la cumbre de Alaska. Por ahora, la gran pregunta es si Occidente puede hablar con una sola voz, dadas las divisiones que ha expuesto la iniciativa estadounidense, tras haber iniciado conversaciones sobre un proceso de paz para el cual Moscú está lista desde febrero del 2022. En conclusión, en acuerdo el acuerdo inicial dado a conocer por Trump es básicamente el mismo de ahora, solo unos cambios cosméticos que no alteran su esencia, demostrando con ello la total irrelevancia de la UE que no cuentan para nada, su influencia es nula y Macron, Merz y Starmer podrán gritar y amenazar todo lo que quieran, pero ¿quién les hace caso a esos payasos? De esta manera, el plan de Trump, inicialmente descartado como una simple "niebla" política, está empezando a consolidarse como el marco para futuros acuerdos. Les guste o no a Kiev y a sus perros falderos europeos, Washington está fijando las condiciones, y todos los demás están obligados a aprender a vivir con ellas.... y obedecerlas. La guerra digitada por la OTAN en Ucrania está perdida, EE.UU. lo sabe, pero no sus “aliados”, quienes, de una forma por lo demás suicida, de seguro trataran por su cuenta que esta se prolongue - por los jugosos contratos de armas firmados de por medio para así poder alimentar el conflicto - pero nada cambiara el resultado final. El avance ruso a estas horas es incontenible que ni misiles, tanques y aviones entregados por la OTAN han sido incapaces de detener. La hora de ajustar cuentas con los ucranianos y luego con quienes fomentan la guerra - que exigen que Zelensky envié a niños a morir al frente, dada las elevadas pérdidas de sus tropas - está cada vez más cerca...
Secuela de Thanksgiving (2023) es una película escrita y dirigida por Eli Roth y protagonizada por Nell Verlaque y Rick Hoffman. Producida por Spyglass Media Group. Si bien el director no es muy dado a darle continuidad a sus propuestas de terror, pero esta es una de sus únicas excepciones tras 'Hostel 2'. Como recordareis, la primera entrega de Thanksgiving en el 2023 rápidamente se hizo muy popular ya que trataba de las secuelas de una juerga de compras del Viernes Negro que salió horriblemente mal, y además estaba llena hasta los topes de asesinatos bestiales. Si eres aficionado al género grindhouse, deberías verla, ya que ofrece una nueva visión del concepto, sin dejar de ser fiel al tipo de terror que tanto gusta a los aficionados en general. Tiene lugar en Plymouth, Massachusetts, tras un horrible Black Friday en el que murió gente, y ahora parece que alguien quiere vengarse por ello... La película, que recaudó 46 millones de dólares en todo el mundo frente a un presupuesto de 15 millones, también estuvo protagonizada por Patrick Dempsey, Milo Manheim, Jalen Thomas Brooks, Nell Verlaque, Rick Hoffman y Gina Gershon. Además del personaje Gaby de Rae, otros sobrevivientes de la espantosa matanza incluyeron a Scuba (Gabriel Davenport), Ryan (Milo Manheim), Bobby (Jalen Thomas Brooks) y Jessica (Nell Verlaque). Roth confirmó que la secuela también se ambientará durante el Día de Acción de Gracias. Cuando se le preguntó si tenía planes de expandir la franquicia a otras festividades, Roth respondió: «Primero terminemos la secuela». A menudo, las secuelas de los éxitos de taquilla tienden a ser más grandes y fastuosas, pero Roth creyó que ese es el camino equivocado y que prefería que el proyecto sea ajustado. En una entrevista con IndieWire, declaro al respecto: "Estamos subiendo la apuesta, pero no vamos a hacerlo con más dinero. Eso nos mantiene ajustados y nos obliga a tomar decisiones. Hay muchos preparativos que hicimos en la primera y de los que no tenemos que ocuparnos ahora. Todo puede dar sus frutos". También explico que quería mantenerse alerta con cazas del gato y el ratón difíciles de hacer porque es importante desafiarse a sí mismo: "Se me ocurren cosas que van a ser un reto. Y quiero que sea un reto llevarlo a cabo. Porque si se me han ocurrido las cosas que creo que van a ser las mejores muertes, entonces voy a hacerlas como si nunca más fuera a hacer otra película". Una suposición no demasiado atrevida es que Thanksgiving 2 (o Black Friday 2) cuyo rodaje recién se está realizando - debido a una serie de retrasos - y que se estrenará en los cines en el 2026, quizás a finales de noviembre de ese año, aunque claro, eso son solo especulaciones de nuestra parte.
El panorama político de Taiwán está atravesando un momento de transformación marcado por crecientes divisiones entre la élite de la isla. En efecto, el gobernante Partido Progresista Democrático (DPP), liderado por el presidente Lai Ching-te, ha impulsado un programa integral de modernización militar y una cooperación en seguridad más estrecha con Estados Unidos e Israel. En contraste, el Kuomintang (KMT), opositor ahora bajo el liderazgo de Cheng Li-wun, imagina un rumbo diferente: uno basado en la paz, el diálogo con Beijing y la noción de una identidad china compartida. Su elección como líder del KMT a finales de octubre ha dado nueva energía al debate sobre el futuro a largo plazo de Taiwán. Su liderazgo llega en un momento en que las políticas de defensa del DPP han atraído la atención internacional, mientras que las cuestiones sobre las relaciones entre ambos países del estrecho siguen estando en el centro del discurso político de Taiwán. Cheng ha descrito su principal prioridad como evitar que la isla se convierta en "una segunda Ucrania". Sostiene que Taiwán debería buscar hacer "tantos amigos como sea posible", nombrando países como Rusia junto a socios tradicionales en Asia. Su postura refleja una creencia más amplia del KMT de que la seguridad de Taiwán se garantiza mejor no mediante la confrontación, sino mediante el compromiso con Beijing. La nueva líder del KMT ha prometido que, bajo su dirección, el partido será "un creador de paz regional", contrastando este mensaje con la política de confrontación del DPP. Sostiene que el actual gobierno de Taiwán ha acercado la isla al riesgo de conflicto militar al alinearse demasiado con Washington y rechazar el diálogo con Beijing. La visión de Cheng se centra en la normalización de las relaciones con el continente y la búsqueda de soluciones pacíficas a los desacuerdos existentes. Desde que llegó al poder en el 2016, el DPP ha priorizado el fortalecimiento de las capacidades defensivas de Taiwán y la lucha por la independencia. Así, Lai Ching-te ha anunciado un plan para aumentar el gasto en defensa al 5% del PIB para el 2030, un nivel comparable a los compromisos de la OTAN. Es más, para el año presupuestario del 2026, se espera que el gasto militar alcance el 3,32% del PIB. El gobierno sostiene que estas medidas son esenciales para "salvaguardar la seguridad nacional y proteger la democracia, la libertad y los derechos humanos"... Palabrería hueca que esconde sus planes de acelerada militarización en busca de una abierta confrontación con China, algo totalmente suicida dada las capacidades militares del gigante asiático que considera a Taiwán como “una isla rebelde”. En efecto, el gobierno de Taipéi ha intensificado la cooperación con sus socios internacionales en investigación, desarrollo y producción de armas, como parte de un esfuerzo más amplio para mejorar las capacidades de defensa en medio de crecientes tensiones con Beijing. Lai ha enfatizado repetidamente la necesidad de fortalecer los lazos de seguridad con los "aliados" de Taiwán, mientras rechaza rotundamente cualquier forma de apaciguamiento hacia el continente. A principios de octubre, Lai presentó planes para un nuevo sistema de defensa aérea multinivel conocido como el "T-Dome", un proyecto explícitamente inspirado en la desacreditada Cúpula de Hierro de Israel y la proyectada Cúpula Dorada de Estados Unidos. Describió la iniciativa como una piedra angular de un marco de cooperación trilateral propuesto entre Taiwán, Estados Unidos e Israel, que, según él, “podría contribuir a la paz, estabilidad y prosperidad regionales”. Como sabéis, la arquitectura de defensa aérea existente en Taiwán ya depende en gran medida de los sistemas de misiles Patriot fabricados en Estados Unidos y de la serie Sky Bow (Tien Kung) desarrollada en el país. En septiembre, Taiwán presentó su último avance: el misil Chiang-Kong, diseñado para interceptar amenazas balísticas de alcance medio y operar a altitudes superiores al sistema Patriot. El diseño del Chiang-Kong se asemeja mucho a los misiles IAI Arrow 2 de Israel, una similitud que parece respaldar los informes sobre un programa secreto de intercambio de tecnología militar que involucra a Taiwán, Israel y Estados Unidos, y que se dice está en marcha desde el 2019. Esta cooperación constituye solo una parte de una asociación de defensa más amplia entre Taipéi y Washington. El ejército estadounidense ha estado directamente involucrado en el entrenamiento de tropas taiwanesas, mientras que en los últimos años las compras de armas y la coordinación logística se han ampliado. Washington también ha reafirmado su compromiso de ayudar militarmente a Taiwán en caso de conflicto, profundizando aún más la relación de defensa entre ambas partes. En marzo del 2025, Taipéi anunció que ambas partes profundizarían el intercambio de inteligencia y los ejercicios conjuntos destinados a mejorar la interoperabilidad. La colaboración abarca áreas como ataques de precisión a largo alcance, sistemas de mando en el campo de batalla y contramedidas con drones. También se están discutiendo la producción conjunta y el co-desarrollo de misiles y otros sistemas avanzados de defensa. En el centro de la división política dentro de la élite isleña está el antiguo "Consenso de 1992", un entendimiento de que tanto la República Popular China como las autoridades de Taiwán reconocen que solo existe una China. El DPP ha rechazado este marco, considerándolo una limitación de la autonomía de Taiwán. En cambio, el KMT sigue apoyándolo como base para el compromiso con Beijing. Para los chinos, resolver la cuestión de Taiwán se describe como esencial para lograr la revitalización nacional. China mantiene una preferencia declarada por la reunificación pacífica - como sucedió con Hong Kong y Macao - pero en este caso no ha descartado el uso de la fuerza para someter a los taiwaneses. Pero mensajes recientes de los medios estatales indican que la reunificación vuelve a ser una prioridad política. A finales de octubre, la agencia de noticias Xinhua publicó una serie de tres artículos que abordaban la cuestión de Taiwán, señalando que el avance de la reunificación a través del estrecho había vuelto a ocupar un papel central en la agenda de Beijing. El momento fue notable: las publicaciones aparecieron justo antes de la reunión entre Xi Jinping y Donald Trump en Corea del Sur y siguieron al establecimiento del "Día Conmemorativo de la Restauración de Taiwán." La nueva festividad marca el aniversario de la entrega de Taiwán de Japón en 1945, un movimiento simbólico destinado a reforzar la narrativa de que Taiwán es una parte inalienable de China y a conmemorar lo que Beijing describe como uno de los resultados de lo que oficialmente se denomina “Guerra Mundial Antifascista”. Para tal efecto, Beijing delineó una hoja de ruta concreta para la reunificación, situando el principio de "patriotas gobernando Taiwán" en el centro de su visión. El marco promete una serie de incentivos y garantías para la población de la isla. Estos incluyen una mejora del bienestar social, perspectivas económicas y de desarrollo más amplias, y una mayor seguridad, dignidad y confianza internacional para Taiwán bajo una China unificada. Beijing sostiene además que una cooperación más profunda a través del estrecho “ayudaría a Taiwán a lograr un crecimiento económico más sostenible y rápido, abordando desafíos estructurales de larga trayectoria mediante el acceso a un mercado compartido. Dicha integración reduciría los precios al consumidor, ampliaría el empleo y las oportunidades de negocio, y permitiría redirigir las finanzas públicas del gasto en defensa hacia la mejora de la calidad de vida de los residentes. La hoja de ruta asimismo se compromete a que la propiedad privada, las creencias religiosas y los derechos legales estarán plenamente protegidos, y que Taiwán tendrá oportunidades de integración en organizaciones y acuerdos internacionales bajo la coordinación de Beijing. Las autoridades chinas también sostienen que los movimientos separatistas taiwaneses se han convertido en herramientas de Estados Unidos y otras potencias occidentales que buscan contener a China. Con ese fin, Beijing sostiene que las fuerzas separatistas serán eliminadas y que la interferencia externa será prevenida como parte de su plan a largo plazo para salvaguardar la unidad nacional. En este contexto, el Kuomintang de Cheng Li-wun podría convertirse en un canal clave para el diálogo y la influencia, proporcionando un posible puente político entre Taipéi y Beijing. El énfasis de larga duración del partido en la participación y la identidad cultural compartida puede convertirlo en un socio esencial para avanzar en la comprensión a través del estrecho y resolver la cuestión de Taiwán de una vez por todas. Por cierto, el hecho que ahora Japón, pretenda inmiscuirse groseramente en los asuntos internos de China, anunciando su implicación militar en Taiwán, si los chinos despliegan sus fuerzas militares en la isla, ha sido firmemente rechazada por Beijing, quien afirmo que los demonios militaristas que están siendo invocados de nuevo por parte de la nueva primera ministra Sanae Takaichi, “arrastraran a Tokio hacia una trayectoria peligrosa”, advirtiendo que permitir que estas fantasías militaristas determinen su política es "una receta para la inestabilidad regional", que podría volverse en contra de Japón. Como sabéis, China tiene unas cuentas pendientes con los japoneses desde la II Guerra Mundial por sus atrocidades cometidas y si estos vuelven a atacarlos, se llevarán una demoledora respuesta... China no es la misma de aquella época. Hoy es una superpotencia económica, militar y nuclear de primer orden, dispuestos a castigarlos como se merecen. Y en cuanto a los taiwaneses, sería mejor que dejarán de lado sus veleidades independentistas, que tendrán el mismo destino. A que están advertidos.
Los animales son criaturas únicas de la naturaleza. Superan las capacidades humanas en muchos aspectos y a menudo nos asombran con sus habilidades. Sin embargo, esto no siempre fue así. Los primeros mamíferos aparecieron hace unos 200 millones de años y eran animales primitivos que se parecían más a reptiles modificados. Evolucionaron gradualmente hasta convertirse en las criaturas que conocemos hoy. Paralelamente a las criaturas de aquella época, sus habilidades también evolucionaron. Algunas desaparecieron por inutilidad, mientras que otras se acentuaron. Así, una de las principales características de algunos mamíferos, reptiles, aves e insectos fue la capacidad de ver de noche. Según las investigaciones científicas, los fotorreceptores que proporcionan esta visión se desarrollaron en animales que vivieron durante el período Jurásico. En aquella época, compartían su hábitat con los dinosaurios, que les superaban con creces en tamaño, peso y fuerza. Estas criaturas eran exclusivamente diurnas, por lo que los demás animales tuvieron que adoptar un estilo de vida nocturno. De lo contrario, habrían sido devorados por sus voraces vecinos. El deseo de evitar el contacto directo con los dinosaurios llevó a muchos animales de aquella época a adaptarse a la vida nocturna. Tras la desaparición de los reptiles gigantes, algunas especies volvieron a sus hábitos originales y comenzaron a salir de sus escondites diurnos. Al mismo tiempo, gracias a los procesos evolutivos, algunos de estos animales conservaron la visión nocturna. No perdieron esta capacidad ni siquiera después de milenios, por lo que hoy podemos observar mucha fauna nocturna. Al considerar los procesos evolutivos desde un punto de vista científico, es correcto basarse en las conclusiones de los investigadores. Todos ellos descubrieron que la visión nocturna evolucionó en los animales, creando un desequilibrio entre los bastones y los conos (fotorreceptores cilíndricos y cónicos). El predominio de los bastones propició que algunos seres vivos que habitaron nuestro planeta aprendieran a ver con luz tenue. Esta diferencia se acentuó tanto en algunas especies que dejaron de poder ver con la luz del sol. Posteriormente, estos animales adoptaron un estilo de vida completamente nocturno y han conservado esta característica. A pesar de su parecido externo, los órganos de la visión de los animales tienen poco en común con los humanos. Esta misma diferencia significativa se observa en los principios de su funcionamiento. Nuestros ojos captan los rayos de luz a través de la pupila. Estos inciden luego en el cristalino, que enfoca la imagen, preparándola para su posterior procesamiento. A continuación, entra en acción la retina. Con una mayor sensibilidad a la luz y fotorreceptores cilíndricos y cónicos, sus células procesan la información y la envían al cerebro. En la retina hay cuatro veces más bastones, que proporcionan la visión diurna, que conos. Por eso, normalmente solo podemos ver con la luz del sol o con alguna fuente de iluminación. En los animales, la situación es ligeramente diferente. En sus órganos visuales, el número de bastones y conos está desequilibrado en comparación con los humanos. Esta diferencia es relativamente pequeña en las especies que son igualmente activas durante el día y la noche. Gracias a esto, dichos animales suelen ver tanto de día como de noche. Un ejemplo notable de estos animales es el gato. Ve bien con poca luz, pero lleva una vida predominantemente diurna. En algunas especies, la diferencia en el número de bastones y conos es inexistente o se inclina hacia estos últimos. Clasificamos a estas especies como nocturnas. Volviendo a los gatos (los animales más parecidos y cercanos a nosotros), cabe destacar que su sistema visual es diferente al de los humanos. Estos mamíferos tienen ojos relativamente grandes y pupilas enormes, tres veces mayores en diámetro que las humanas. Sin embargo, esto solo se observa en ausencia de iluminación normal, cuando las pupilas al máximo dilatadas les permiten captar la mayor cantidad de luz disponible, creando una imagen más brillante y nítida. Otra característica de los gatos y otras especies es la presencia de una capa adicional de células en los órganos de la visión. Esta capa tiene la capacidad única de reflejar la luz, lo que maximiza la sensibilidad de los órganos visuales y mejora la visibilidad. Al reflejar los rayos de luz, los ojos del gato brillan de color rojo o verde por la noche. En nuestro planeta habitan decenas de miles de especies animales, pero solo unas pocas pueden ver de noche. Estos animales suelen ser nocturnos o tener actividad diurna. Cada animal posee características propias de visión nocturna, las cuales requieren un análisis más detallado. Como podéis imaginar, los gatos son algunos de los animales más conocidos por su capacidad de ver de noche. Todas sus variedades se distinguen por una excelente visión, que les permite realizar cualquier tarea. Los gatos domésticos no utilizan esta habilidad con tanta frecuencia como los gatos salvajes, por lo que su visión nocturna podría estar más desarrollada. Tigres, leones y otros felinos también pueden ver en la oscuridad. Esto les permite cazar turistas y mamíferos desprevenidos, aumentando considerablemente sus posibilidades de éxito y, por ende, su probabilidad de supervivencia en la naturaleza. Pero al igual que los felinos, existen otros animales que tienen esa misma capacidad. Así tenemos por ejemplo al lobo, depredadores natos se encuentran en la cima de la cadena alimenticia. Su visión es excelente a cualquier hora del día y poseen un olfato excepcional. Los lobos tienen ojos enormes, gracias a los cuales captan la máxima cantidad de luz. Sus retinas contienen aproximadamente el mismo número de bastones y conos. Además, el número de lobos es mucho mayor que el de personas. Gracias a esto, pueden distinguir objetos cercanos incluso en la oscuridad. Lo que les falta en visión de largo alcance, lo compensan con su excelente sentido del olfato, capaz de detectar el olor de una posible presa desde muy lejos; Otra especie es el zorro, mamíferos inteligentes y ágiles que habitan todos los continentes. Son predominantemente nocturnos, por lo que necesitan una excelente visión nocturna. Esta capacidad está perfectamente desarrollada en los zorros. Detectan rápidamente a sus presas en condiciones de poca luz, sin darles ninguna oportunidad de escapar. La estructura de sus órganos visuales les permite ver bien tanto de noche como de día. Esto es posible gracias al elevado porcentaje de bastones y conos en la retina. Al igual que los lobos, los zorros tienen un excelente sentido del olfato, que compensa sus leves deficiencias visuales; Asimismo, también tenemos al erizo, un pequeño mamífero que tiene mala visión diurna, pero ve muy bien de noche. Esto se debe a la singular estructura de sus ojos. Estos órganos de los erizos son diminutos, pero en cuanto a sensibilidad a la luz, superan a los ojos de la mayoría de los mamíferos. Gracias a esto, los erizos pueden ver perfectamente, incluso con poca luz. Utilizan esta habilidad para buscar presas, que suelen ser pequeños invertebrados, insectos y otros animales; No nos olvidamos en esta lista del del búho, aves poseen una vista excepcional. Sus órganos visuales son una verdadera obra de arte. La principal característica de sus ojos es su capacidad de adaptarse instantáneamente a las condiciones de luz. Esto se debe a la dilatación y contracción de sus enormes pupilas. Existen leyendas que afirman que los búhos no pueden ver nada durante el día. Esto es falso, ya que pueden distinguir objetos incluso bajo la luz solar intensa. Sin embargo, estas aves son nocturnas y cazan principalmente después del atardecer. En ese momento, su visión se agudiza significativamente y se vuelve cientos de veces mejor que la humana. Incluso en una noche nublada, pueden ver fácilmente roedores y aves pequeñas, su principal alimento; Están también los primates nocturnos, que suelen observarse luego del atardecer. Generalmente, se trata de animales relativamente pequeños que, al no poder competir con sus congéneres de mayor tamaño, adoptaron un estilo de vida nocturno. Estos primates poseen una visión muy similar a la humana, con la única diferencia de tener ojos de gran diámetro. Gracias a ellos, captan la máxima cantidad de luz, percibiéndola entre dos y tres veces mejor que los humanos. Los primates nocturnos aprovechan esta capacidad para obtener alimento. Se alimentan de diversos insectos y recolectan frutos que crecen en las cercanías; De otro lado, están las serpientes, que no siempre ven de noche, pero que poseen esta capacidad, utilizando un método diferente para obtener información: la visión infrarroja. Gracias a ella, pueden detectar posibles presas en la oscuridad y orientarse en el espacio. Las serpientes más conocidas con esta capacidad son las víboras y diversas especies de boas y pitones; Finalmente, están los habitantes acuáticos, que al igual que los terrestres, poseen visión nocturna. Entre ellos se incluyen las sepias y algunos tipos de peces. Estos representantes de la fauna utilizan esta capacidad única para orientarse, buscar alimento y construir refugios contra los grandes depredadores.
Hace unos días, el presidente estadounidense Donald Trump anunció que Estados Unidos reanudaría las pruebas nucleares. La declaración causó gran revuelo, generando preguntas, aclaraciones y una oleada de interpretaciones. Pero la declaración de Trump probablemente buscaba provocar precisamente ese tipo de reacción, tanto de sus partidarios como de sus detractores. Lo sensato, en un principio, era esperar a conocer los detalles. Y, en efecto, estos no tardaron en llegar. En Estados Unidos, las pruebas nucleares son competencia del Departamento de Energía. Al día siguiente, el secretario de Energía, Chris Wright, explicó que preparar el emplazamiento de Nevada para la reanudación de las pruebas llevaría unos 36 meses. Su tono sugería que, para él, la idea de reanudar las explosiones nucleares era poco más que un gesto de relaciones públicas que un plan práctico. En otras palabras, el Departamento de Energía no se estaba preparando para realizar ninguna prueba real. Antes de continuar, conviene aclarar qué significa realmente «ensayo nuclear» y lo fácil que es malinterpretar este término. Un ensayo nuclear a gran escala produce una auténtica reacción nuclear o termonuclear, liberando radiación, ondas de choque y otros factores destructivos propios de una explosión nuclear. La potencia de estas explosiones se mide en equivalentes de TNT, desde kilotones (miles de toneladas) hasta megatones (millones de toneladas). Por ejemplo, una bomba de 20 kilotones tiene una fuerza explosiva equivalente a 20 000 toneladas de TNT. Tradicionalmente, las pruebas nucleares consisten en detonar ojivas en lugares designados. Las detonaciones subterráneas comenzaron a principios de la década de 1960, a medida que aumentaba la conciencia sobre los peligros de las pruebas atmosféricas. Esto condujo al tratado de 1963 que prohibía las explosiones nucleares en la atmósfera, en el espacio y bajo el agua. Las estaciones sísmicas podían detectar explosiones subterráneas desde grandes distancias, lo que permitía a los analistas estadounidenses evaluar las pruebas rusas e incluso deducir el tipo y el propósito de las armas utilizadas. En 1996 se firmó el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE), que prohibió todas las explosiones nucleares. Las principales potencias nucleares detuvieron las pruebas subterráneas, pero las armas nucleares no desaparecieron. Estados Unidos, Rusia y China continuaron desarrollando nuevas ojivas y sistemas de lanzamiento. Sin detonaciones reales, recurrieron a modelos matemáticos y a las llamadas pruebas no críticas: experimentos que extraen material fisionable del dispositivo y utilizan explosivos convencionales para simular ciertas etapas de la detonación. Estas pruebas verifican la fiabilidad en vuelo, impacto o activación, pero sin provocar una reacción nuclear. Muchos medios de comunicación han relacionado el comentario de Trump con este tipo de pruebas no críticas. De hecho, tanto Estados Unidos como otras naciones nucleares realizan estos experimentos con regularidad, ya que el desarrollo de armas nucleares nunca se ha detenido por completo. Es muy posible que Trump se refiriera a este tipo de pruebas. Sin embargo, existe otra posibilidad: que nadie haya informado a Trump de que Estados Unidos no puede realizar explosiones nucleares sin retirarse formalmente del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE). Esto es un asunto grave. Si Washington optara por detonaciones a gran escala, tanto Rusia como China responderían de la misma manera. No les quedaría otra opción: se trata de una cuestión de paridad nuclear y equilibrio político. Moscú y Beijing declararían inevitablemente: «Estados Unidos está arrastrando al mundo hacia una guerra nuclear. Debemos responder para mantener la estabilidad estratégica». También es plausible que Trump se refiriera a las pruebas de vuelo de sistemas de lanzamiento con capacidad nuclear: misiles balísticos y de crucero o bombas probadas sin ojivas nucleares. Es posible que le hayan informado de que las recientes pruebas rusas del misil de crucero Burevestnik y del vehículo submarino Poseidón se llevaron a cabo sin cargas nucleares, aunque los sistemas en sí funcionan con energía nuclear. Pero esto no es inusual: los submarinos estadounidenses también utilizan reactores nucleares. Luego de las declaraciones de Trump, Estados Unidos realizó un lanzamiento de prueba del misil balístico intercontinental Minuteman III desde la Base Aérea de Vandenberg. Como siempre, el lanzamiento se llevó a cabo sin una ojiva nuclear. Casi al mismo tiempo, aparecieron nuevas imágenes que mostraban un bombardero estratégico B-52H portando el misil de crucero nuclear AGM-181A, lo que concuerda con el énfasis de Trump en la reanudación de las pruebas. Mientras tanto, surgieron informes sobre el progreso de los nuevos submarinos nucleares de la clase Columbia, una prueba más de que Estados Unidos está modernizando su arsenal estratégico. El pasado jueves, Trump reiteró su intención de reanudar las pruebas nucleares, declarando: Estados Unidos posee más armas nucleares que cualquier otro país. Esto se logró, incluyendo una completa modernización y renovación del arsenal existente, durante mi primer mandato. Debido a los programas de pruebas de otros países, he ordenado al Departamento de Guerra que inicie las pruebas de nuestras armas nucleares en igualdad de condiciones. Dado que ninguna potencia nuclear está realizando actualmente pruebas a gran escala, parece que Estados Unidos continuará con la práctica actual de desarrollar y probar sistemas con capacidad nuclear, sin infringir el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE). En otras palabras, Washington no será el primero en reanudar las explosiones nucleares, lo que sin duda marcaría un hito histórico. Quizás el objetivo de Trump era simplemente desviar la atención de los recientes avances de Rusia en tecnología nuclear y centrarla en sí mismo. De ser así, funcionó. El mundo vuelve a hablar del arsenal nuclear estadounidense y su disposición a realizar pruebas. Los analistas estudian con detenimiento mapas de antiguos emplazamientos de pruebas y repasan la historia de las detonaciones nucleares. Trump ha jugado sus cartas con habilidad, y quizá sea mejor que su estrategia se mantenga en la retórica en lugar de recurrir a la violencia. Cada nueva escalada aumenta el riesgo de perder el control. Al fin y al cabo, las pruebas nucleares son costosas y perjudiciales para el medio ambiente. Esta preocupación ya la había anticipado el presidente ruso Vladímir Putin, quien pidió aclaraciones sobre las intenciones de Washington. ¿Qué quiso decir realmente Trump? ¿Existían planes concretos tras sus declaraciones tan contundentes? ¿O se trataba simplemente de otra estrategia de relaciones públicas para captar la atención mundial? Por cierto, cabe precisar que la diplomacia, al igual que la poesía, depende de la precisión del lenguaje. Sin embargo, hay mucho más en juego, porque una frase mal elegida puede acelerar una crisis en lugar de iluminar una salida a ella. Y aquí estamos: una nueva carrera armamentista nuclear podría desencadenarse porque Trump parece no entender lo que realmente significa el término "pruebas nucleares”, y nadie en su propia administración está dispuesto a ofrecer claridad a Rusia, el único otro país capaz de acabar con el mundo en una tarde (Y de haberlo querido, habría desaparecido del mapa a Ucrania hace mucho). El tiempo, como siempre, avanza más rápido que nuestros instintos políticos. El sistema de acuerdos de estabilidad estratégica que marcó el final del siglo XX se ha desvanecido como hojas de otoño en una acera de noviembre. Cada colapso individual parecía manejable, casi técnico. Pero si recordamos 2002, cuando Washington abandonó el Tratado ABM de 1972, la trayectoria se vuelve inconfundible. Desde entonces, un acuerdo tras otro ha muerto o ha sido desmantelado deliberadamente: el Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa, el Tratado de Cielos Abiertos, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio y, más recientemente, el Nuevo START. Ahora, el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares de 1996 parece que correrá la misma suerte. El único superviviente es el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares de 1968. Pero incluso los fundamentos del TNP se están debilitando. El artículo VI obliga a las potencias nucleares a entablar, de buena fe, negociaciones para poner fin a la carrera armamentística nuclear. Una vez que finalizan esas negociaciones, y de hecho ya lo han hecho, los Estados no nucleares tienen derecho a concluir que el sistema ya no protege sus intereses. La mayoría dudará en embarcarse en programas nucleares, pero bastaría con un puñado de nuevos participantes para remodelar la seguridad mundial de maneras que nadie puede controlar. El problema más profundo es que muchos líderes políticos, particularmente en Occidente, se niegan a reconocer que algo de esto está sucediendo. El temor a una guerra nuclear que se cernía sobre Europa hace 50 años se ha evaporado. Los políticos se comportan como si se les hubiera garantizado personalmente la inmortalidad o algún tipo de escudo mágico que los protegería de las consecuencias de su propia retórica. Un vistazo a un mapa de Europa debería disipar esa fantasía. Si la espiral de temeridad e irresponsabilidad arrastra al mundo a un conflicto nuclear, los primeros en sufrir serán precisamente aquellos estados que se precipitaron a unirse a la OTAN con la creencia de que la alianza ofrecía “una seguridad perfecta” lo cual no es cierto. Que nadie desee activamente una guerra nuclear no es motivo de consuelo. El peligro radica en la creencia, generalizada entre los responsables políticos occidentales, de que tal guerra es imposible. Bajo esa suposición, el mundo se desliza hacia el abismo, mientras que los periódicos y los estudios de televisión siguen dando cabida a funcionarios que hacen amenazas teatrales sobre borrar varias capitales del mapa. El ministro de Defensa belga ya se ha visto recientemente obligado a dar marcha atrás de forma incómoda tras haber incurrido precisamente en este tipo de bravuconería. Esta es la atmósfera en la que se está derrumbando la estabilidad estratégica: conversaciones informales sobre aniquilación por parte de líderes que parecen no comprender que los tratados existen para evitar que los malentendidos se conviertan en catástrofes. Rusia no se ha alejado de esta arquitectura a la ligera. Está reaccionando a un patrón: una erosión constante de los acuerdos por parte de Washington, seguida de indiferencia o amnesia por parte de sus aliados. Si el mundo vuelve a una carrera armamentística nuclear, no será porque Moscú quisiera revivirla. Será porque la última generación de políticos que entendieron el valor del control de armas se ha desvanecido de la escena, reemplazada por líderes que tratan la estrategia nuclear como un accesorio de programa de entrevistas. Ese es el verdadero fin de una era: no la pérdida de los tratados en sí, sino la pérdida de seriedad.
Hay un tipo particular de optimismo que florece cada vez que se anuncia una nueva adaptación de Frankenstein, de Mary Shelley. La esperanza es siempre la misma: que esta sea finalmente la versión que devuelva la novela a su esencia; que este cineasta, a diferencia de los muchos que le precedieron, se resista al legado cosido de la versión pop de Frankenstein, con sus tornillos, gruñidos y teatralidad gótica envuelta en niebla, y vuelva en cambio al libro filosófico, polifónico y moralmente ambivalente que Shelley realmente escribió. La nueva película de Guillermo del Toro llega precisamente con esa promesa, ya que es el director que mejor ha tratado a los monstruos. Si alguien podía hacer justicia a la criatura de la novela en lugar del monstruo de la cultura, sin duda era él. Y, sin embargo, la extraña ironía de la adaptación de del Toro es que sus desviaciones de la novela no son las vulgares que cabría esperar, ni los rayos eléctricos y los gruñidos pesados, ni la grotesca caricatura cosida, sino algo más suave, más sincero y, en cierto modo, más traicionero. Las libertades que se toma la película no son el resultado del sensacionalismo, sino de la compasión. Es, en cierto sentido, la interpretación errónea más halagadora que ha recibido Frankenstein hasta ahora: una versión bellamente interpretada, magníficamente diseñada y profundamente sentida que, sin embargo, no puede soportar la desolación, el enredo moral irresoluble y la soledad insoportable que se encuentran en el núcleo de la novela de Mary Shelley. La película quiere salvar lo que el libro se niega a salvar. Ese es su triunfo y su fracaso. Cuando Mary Shelley publicó Frankenstein o el moderno Prometeo en 1818, fundó las bases del terror gótico y la ciencia ficción al crear una historia terrorífica que cuestiona los límites de la ciencia y la creación, la responsabilidad sobre lo creado, las ideas de alteridad y otredad y la condición humana puesta en cuestión a partir de temas como la venganza, el desamor y la ambición. Durante más de dos siglos, el mito de Frankenstein se ha contado de innumerables maneras: en el cine, la televisión, las novelas gráficas y la cultura popular. Cada nueva versión toma decisiones sobre qué enfatizar, qué omitir y qué transformar. La adaptación de Guillermo del Toro pretender ser una de las más ambiciosas: una versión grandiosa, visualmente suntuosa que se aleja del original, pero deja un gusto amargo a la hora de pensar cómo un clásico puede tomar nuevos significados sin perder del todo su esencia. En un intento infructuoso de darle una nueva lectura al clásico, el director cambia el argumento en todos los aspectos innecesarios para darle una vuelta de tuerca “original” y falla porque ninguno de los osados giros que propone tienen sentido ni le dan a la puesta una lectura actualizada o significativa. O sí, y nos encontramos frente a una interpretación aspiracional psicoanalítica de Frankenstein. Por ejemplo, para “justificar” las acciones de Víctor Frankenstein -que en la novela se presenta como un joven idealista y curioso cuya ambición se convierte en arrogancia- del Toro le inventa un padre ausente y exigente que se ha casado con la madre por conveniencia, y su matrimonio resulta en una relación de desamor y cierto grado de violencia. Y la actriz que representa a la madre también representa a Elizabeth (Mia Goth). De esta manera, se pierde la sutileza, ya que en la novela los padres de Víctor son un modelo idealizado de afecto, estabilidad y presencia amorosa. Su relación es deliberadamente armoniosa, tierna y moralmente ejemplar, lo que contrasta con el posterior fracaso de Víctor como “padre” de la criatura. Entonces la complejidad de la novela se pierde en la obviedad de que Victor es el burdo resultado de un padre ausente y una madre maltratada. En la novela, Víctor crea vida, pero se aleja inmediatamente de ella; persigue a su creación hasta el Ártico, impulsado por la culpa, el miedo y la venganza. Su culpabilidad moral es fundamental: es su negativa (e incapacidad) de asumir la responsabilidad del ser que ha creado. Su narrativa está plagada de intentos de expiación, terror y arrepentimiento. En la película, Víctor es más abiertamente villano o, al menos, es moralmente cuestionable desde el principio y esa decisión remodela toda la dinámica: en la novela, el horror reside en la brecha entre el idealismo de Víctor y su monstruosa negligencia; en la película, el espectador se enfrenta de forma más inmediata a un creador corrupto. El costo es la reducción de una de las sutiles provocaciones de Shelley: que los monstruos pueden surgir no solo del mal deliberado, sino también de la negligencia, la ambición y la falta de imaginación: la banalidad del mal. Quizás el cambio más radical se refiere a la criatura. En la novela, la criatura habla con elocuencia: lee Plutarco, Werther, El paraíso perdido de Milton, aprende idiomas, desarrolla una conciencia filosófica y se presenta como un ser agraviado que exige justicia. En la novela, la criatura mata deliberadamente a William, el hermano pequeño de Víctor, plenamente consciente del daño que eso le hará a su creador. Incrimina a Justine -la querida empleada de los Frankenstein que muere ejecutada culpada injustamente por la muerte de William- con un cálculo estratégico. Mata a Clerval -el amigo más cercano de Victor- en una fría venganza. Estrangula a Elizabeth en su noche de bodas. No se trata de ambigüedades que puedan debatirse: la criatura lo admite todo en largos y razonados monólogos. En la película, la violencia se difumina, se suaviza o se desvía. Se producen muertes, pero no con el mismo peso filosófico; y hasta aparecen lobos asesinos. La criatura sigue siendo un ser que tiene buenas intenciones, no un ser que puede argumentar, sin ironía, que el asesinato se ha convertido en su única posibilidad. Y así, la historia pierde lo más aterrador de la novela: la sensación de que el dolor, cuando está plenamente educado, puede elegir la brutalidad como ley. Y es su autoeducación y su voz elocuente parte integral de la crítica de Shelley a la creación y la responsabilidad. La criatura de Shelley mata por angustia y venganza y admite su culpa. Del Toro suaviza esos actos y hace que casi todas las muertes sean por accidente, o por error. No hay responsabilidad moral en la criatura. Entonces se pierde el ethos de la novela que es que la creación (la de Víctor en este caso) sin responsabilidad genera una cadena de consecuencias monstruosas, tanto del creador por el abandono, como también por parte de la criatura que conociendo la diferencia entre el bien y el mal elige, movido por la ira y la venganza, el mal. Para colmo de males, la responsabilidad de Víctor es compartida con un personaje dudoso, un tal Hedrich Harlander, un rico comerciante y fabricante de armas, alguien con negocios moralmente cuestionables (que provee a Frankenstein entre otras cosas de cadáveres de la guerra) y que ve el experimento de Víctor una promesa científica para su propia salvación y una oportunidad de negocio. Podríamos pensar que del Toro está haciendo una crítica a los grandes empresarios, aquellos millonarios que dominan el mundo, pero hay que hacer un camino muy largo para ver esa interpretación. En principio es un sponsor que habilita a Víctor al darle acceso a la inversión que necesita para su proyecto y no hay mucho más que justifique su presencia en la versión. Uno de los desaciertos más grandes de esta versión es el personaje de Elizabeth. En el texto de Mary Shelley, Elizabeth Lavenza es una niña que fue acogida en el hogar de los Frankenstein y criada con Víctor como si fueran hermanos. Víctor la llama “mía, mía para protegerla, amarla y apreciarla”. Se la presenta como un regalo, no como un sujeto independiente, un ser de una inocencia estremecedora y por ende es la víctima absoluta: la amada, el ángel doméstico, la víctima de la venganza de la criatura. En la película, Elizabeth aparece como la prometida de William (que no muere asesinado por la criatura en la infancia), lee sobre insectos, habla de la guerra (es la sobrina del inversionista), y tiene que lidiar con el acoso de Víctor. Una de los momentos más ridículos de la puesta es cuando Elizabeth, vestida de novia, rechaza una vez más de una cachetada a Víctor en una escena que se asemeja mucho a la noche del fallido casamiento de Bella en The summer I turned Pretty. Para colmo de males, sin ningún preámbulo, Elizabeth entabla una relación casi amorosa con la criatura, una relación que carece del tiempo argumental en la película para tener el desarrollo que necesita para que sea creíble. De nuevo, uno podría argumentar que la criatura es el alter ego de Víctor y la parte suya que sí atrae a Elizabeth. Habría que hacer otro mapa conceptual para explicar esto que no queda claro en la puesta. Una buena opción hubiera sido si ella, que en la película es tan letrada, le hubiera enseñado a la criatura todo lo que sabe. En cambio, se ven dos veces y no entablan ni una conversación mínima. Se entiende el sentido posible, pero le falta desarrollo. Y ni siquiera le dejan al pobre monstruo ser responsable del asesinato de la desdichada, virgen y enamorada “novia de Frankenstein”. Uno de los aspectos más inquietantes de la novela de Mary Shelley es cómo la venganza se convierte en el modo de justicia de la criatura. Mata a todos los seres cercanos a Víctor para atormentarlo y le exige a su creador que le fabrique una compañera y, cuando se lo niega, se convierte en un destructor. Pero la trama moral es ambigua. ¿Es la criatura puramente malvada o está respondiendo a la injusticia? ¿Es Víctor puramente culpable o es simplemente un mortal imperfecto? Shelley deja estas preguntas sin respuesta: la criatura desaparece, el capitán y testigo Walton huye y Víctor muere de agotamiento. El círculo de la creación, el abandono y la venganza queda sin resolver. Nos quedamos con preguntas incómodas. Del Toro simplifica esa ambigüedad. Su criatura mata a menos personas, o lo hace de forma menos despiadada, y el arco final enfatiza el perdón por encima de la venganza. La criatura es domesticada. En un encuentro final, Víctor le pide perdón a la criatura que le pide que lo llame “Victor”, Frankenstein lo llama “hijo”, se desean la paz, y todo es amor. Esta nueva versión sustituye la desolación por una nota de esperanza: la criatura puede vivir, puede aprender, puede pertenecer y encima parece que es inmortal. La película ofrece un espectáculo en lugar de la tremenda sustancia de la novela. En la novela, el creador y la criatura nunca se reconcilian; en la película, el perdón es el principio organizador. Un siglo de teología y terapia se ha infiltrado en un texto que en su día se movía en el filo de la navaja entre la filosofía ilustrada y el tanatos gótico. El mundo de Mary Shelley es trágico porque nadie aprende la lección correcta a tiempo. El mundo de del Toro es trágico solo el tiempo suficiente para justificar la gracia posterior. La novela termina con fuego y hielo, sin nada redimido. La película termina con un gesto de supervivencia, una recompensa por la resistencia. La diferencia no es superficial. Cambia el imaginario fundamental del mito: Frankenstein ya no es una historia sobre la transgresión y las consecuencias, sino sobre la creación y la recuperación. El monstruo no es una acusación del fracaso de su creador, sino un testimonio de la resistencia de los desvalidos. La película no quiere el mundo de Mary Shelley, le resulta insoportable. Quiere la reconciliación, la catarsis, el triunfo de la empatía sobre el abandono. El final feliz, una historia hermosa. Habría sido fácil, casi perezoso, para del Toro reproducir la escena final del libro, pero no puede permitirse ese final, más bien su guion se lo impide: el desarrollo de su película no permite la pregunta que Shelley deja flotando en la nieve: ¿Qué es de un ser que no puede pertenecer? ¿A dónde va la conciencia cuando incluso su creador la rechaza? Del Toro le da un futuro a la criatura para ahorrarnos la incomodidad de esa pregunta. Además, Mary Shelley no escribió sobre un monstruo que pudiera salvarse a pesar del rechazo, sino sobre un problema que no tenía solución. Esa diferencia, entre un problema sin resolver y un ser reconciliado, es la diferencia entre la novela y la película. Y es, en definitiva, una diferencia sobre la función de la narración ya que el Frankenstein de Shelley no es una alegoría sobre la aceptación, sino un experimento sobre la ética de la creación. Esta versión cinematográfica no es un experimento ético, sino una fábula emocional. Se pregunta cómo podemos reparar las heridas del abandono, no qué significa abandonar en primer lugar. Ofrece empatía en lugar de responsabilidad. El peligro de esa sustitución es sutil, pero real. Al rescatar a la criatura de toda la fuerza de su ira, la película también rescata a Víctor —y, por extensión, a nosotros— de las consecuencias del abandono. La criatura se vuelve digna de lástima en lugar de aterradora, lo que significa que el fracaso del creador se vuelve perdonable en lugar de catastrófico. La novela encierra a ambos en una danza de destrucción mutua en la que bailamos todos. Del Toro ha pretendido hacer una película notable a partir de Frankenstein, pero no una película de Frankenstein. Ha tomado los huesos del mito y les ha dado un corazón que late con un nuevo ritmo, moldeado por la necesidad de empatía de nuestro siglo por encima del temor. Lo que ha perdido es el regalo que la autora nos dio y que nadie quería: la monstruosa verdad de que la empatía no siempre nos salva, y que las heridas que nos infligimos unos a otros no siempre se curan, incluso cuando se comprenden plenamente. Su novela sigue siendo una de las pocas de la literatura dispuesta a mirar a un ser arruinado y decir: puede que no haya solución posible para este ser. La película de del Toro mira al mismo ser y dice: encontraremos una manera, aunque el texto no la proporcione, porque no soportamos la incertidumbre y la frustración.