Elegida por segundo año consecutivo por World Travel Awards, como la mejor ciudad de Europa, es una buena ocasión para ocuparnos en esta oportunidad de la antigua capital imperial rusa ¿vale?: Fundado por Pedro El Grande en 1703 y capital del Imperio Ruso hasta 1918, sus habitantes la conocen como Piter y quienes la visitan por primera vez rápidamente toman confianza y abrevian su nombre para manejarse con soltura por la también conocida como la Venecia del norte. Es cierto que los canales flanqueados por mansiones de estilo italiano y palacios barrocos y neoclásicos nos recuerdan a la ciudad italiana, pero estamos en el Báltico, muy al norte, donde la luz se esconde durante el invierno y el hielo lo cubre todo. San Petersburgo es una urbe perfecta para caminar, entre museos impresionantes, palacios extravagantes, avenidas inmensas, teatros de primera, fortalezas y catedrales de colores. Junto a la antigua ciudad de los Romanov, diseñada por Pedro el Grande en 1703, existe también una nueva Piter, que se muestra en modernos grandes almacenes, cafés, barrios de moda y nuevos espacios para el arte que rompen con la tradición imperial. Antes de ponernos a caminar conviene orientarse un poco. Lo primero es tener en cuenta que la ciudad está a orillas del río Neva, seccionada por canales y tiene 342 puentes. Al sur del Neva tenemos el corazón de la ciudad, rodeado, además, por el río Fontanka. Atravesado por la larguísima Nevsky Prospekt, la avenida principal de la ciudad, en el casco histórico de San Petersburgo las calles se extienden como un abanico desde la aguja dorada del Almirantazgo, en dirección a las aguas del Fontanka. En ellas encontramos los principales puntos de interés para el visitante: el aclamado Museo del Ermitage que forma parte del Palacio de Invierno, la Catedral de Kazán, la Columna de Alejandro, la Iglesia del Salvador, la Fortaleza de Pedro y Pablo, el Almirantazgo, la Iglesia de San Isaac, la Plaza del Palacio, las calles comerciales y mucho más … El centro histórico ocupa los barrios de Snnara y Kolomna, y algo más allá se extiende también por Semolny (lujosa zona residencial), Vosstaniya (centro del arteunderground y zona de copas) y Vladimirskaya, distrito repleto de tiendas, mercados y peculiares museos. Al otro lado del Neva, hacia el norte, la residencial isla Vasilyevsky cuenta con una nueva joya, el fantástico Museo Erarta de arte contemporáneo, con obras rusas de finales de la era soviética y posteriores. Por último, también al norte del Neva, el gran lago de Petrogrado conserva la ya citada fortaleza de Pedro y Pablo y un impresionante puñado de edificios de estilo modernista. Posiblemente, el Hermitage sea el lugar más imprescindible para cualquiera que visite San Petersburgo. Su colección es sencillamente impresionante: desde momias egipcias hasta un inigualable fondo de arte de principios del siglo XX, pasando por una colección de pinturas de Rembrandt superior a la del Louvre parisiense. Además, la entrada permite recorrer los aposentos y deslumbrantes salones de la dinastía Romanov. Por si fuera poco, el museo posee otras sedes: el Palacio de Invierno de Pedro I, el edificio del Estado Mayor, el palacio Menshikov, la Fábrica Imperial de Porcelana y el excelente Almacén del Hermitage. Ninguna otra institución encarna tan bien la opulencia y la extravagancia de la Rusia de los zares. El Hermitage es, además, un museo muy dinámico; las renovaciones son continuas y las piezas expuestas van cambiando debido a la cesión de obras e intercambios con centros de arte de todo el mundo, así que nunca es igual del todo. Nevsky, la arteria principal de la ciudad, domina todos los itinerarios: casi 5 kilómetros de avenida, desde el Almirantazgo hasta el monasterio de Alexander Nevsky. Gogol la describió como “el canal universal de comunicación de San Petersburgo” y unos 300 años después sigue siendo así. Pasear por ella es una experiencia esencial, sobre todo al atardecer, cuando la luz crea sombras y resalta las siluetas de su elegante arquitectura. La avenida está llena de tiendas, pero también de palacios barrocos, de iglesias de varias confesiones, de cafés y de tiendas, muchas de ellos históricas, como el Edificio Singer, que alberga hoy el agradable Café Singer y una buena librería; el Bolshoy Gostiny Dvor, uno de los primeros centros comerciales cubiertos del mundo, original de 1757, o el Passage, un pasaje comercial con techo de cristal en el que cabe de todo. Hay varios lugares en la ciudad para tener una vista panorámica de la misma, aunque ningún mirador del centro histórico supera al de la cúpula dorada de la catedral de San Isaac, que se eleva majestuosamente sobre las mansiones y uniformes palacios de estilo italiano que rodean el Almirantazgo. Merece la pena ascender los 262 escalones para contemplar el panorama, con vistas fantásticas del río, el Palacio de Invierno y El famoso jinete de bronce, que no es otro que Pedro El Grande, cuya estatua ecuestre es el símbolo de la ciudad. El interior de la catedral de San Isaac también es interesante; posee un suntuoso iconostasio enmarcado por columnas de mármol, malaquita y lazurita. Con permiso del Hermitage, no hay que dejar de lado el menos conocido Museo Ruso, un tesoro dedicado al arte nacional que ocupa cuatro palacios asombrosos en el centro de San Petersburgo. El edificio principal, el palacio Mikhailovsky, contiene una colección fascinante de arte ruso: desde iconos medievales hasta obras maestras de las vanguardias del siglo XX. Por su parte, el palacio de Mármol alberga un ala del Museo Ludwig y el palacio Stroganov deslumbra con un interior espectacular. Llama siempre la atención por su curioso nombre, pero la iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada sorprende más todavía cuando se contempla este edificio que parece dibujado y coloreado para un cuento infantil. El templo, de estilo neoruso, es único en la ciudad: fue construido para conmemorar la muerte del zar Alejandro II, quien fue atacado en este lugar por un grupo terrorista en 1881 y falleció más tarde a causa de las heridas sufridas en el atentado. Pese a esta truculenta historia, sus relucientes cúpulas multicolores en forma de bulbo y sus intrincados mosaicos del interior son impresionantes. Hay que verlo para creerlo. Por su parte, la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, primer edificio importante de la ciudad, se encuentra en la pequeña isla de Zayachy, donde Pedro el Grande comenzó la construcción de San Petersburgo para convertirla en su capital. Se reconoce enseguida por su extraordinaria aguja dorada, visible desde el centro histórico gracias a sus 122 metros de altura, cifra asombrosa para el siglo XVIII, cuando fue levantada. De visita obligada para los aficionados a la historia, el complejo alberga tumbas de los zares de la dinastía Romanov (en la Catedral de Pedro y Pablo), un excelente museo de historia , así como una playa con vistas estupendas al Hermitage.¿Hay algo más ruso que ver un ballet en el famoso teatro Mariinsky? Conocido anteriormente como el Kirov, es actualmente una de las compañías de danza más importantes del mundo. Las entradas para las funciones están muy demandadas, por lo que conviene comprarlas (por Internet) antes del viaje. Incluso para quien no guste del ballet, el edificio es un monumento por derecho propio. La experiencia más maravillosa de San Petersburgo se da a mediados de junio, cuando el sol no llega a ponerse del todo y las noches son de un asombroso gris blanquecino. Los petersburgueses salen de juerga toda la noche, se celebran festivales y la ciudad disfruta de un ambiente muy relajado, poco habitual. Es el momento en el que hay más turistas y los hoteles tienen casi todo reservado desde varias semanas antes, pero resulta espectacular y el viajero no debe perdérselo. También en mayo o julio, antes y después de estas Noches Blancas, resultan impresionantes las puestas de sol, especialmente por la singular luz que envuelve a la ciudad. Hay que escapar de San Petersburgo para empaparse totalmente de lo que fue el esplendor de los grandes zares. Y probablemente el más bello de todos complejos zaristas que rodean la ciudad sea Tsarkoe Selo (Villa del zar), en Puskin. Un plan perfecto para una excursión de un día, aunque hay que acudir con tiempo suficiente para ver los lujosísimos interiores del palacio de Catalina (como la famosa Cámara de Ámbar), disfrutar de los jardines y hacer un picnic en el parque predilecto de Catalina la Grande. Cerca se encuentran la bella finca y el palacio Pavlovks, que también merecen ser visitados. Otra escapada, tal vez la más popular, es a Peterhof, el espectacular palacio de verano, y los jardines de Pedro el Grande, a orillas del golfo de Finlandia. Es fácil llegar desde el centro de San Petersburgo en el hidroplano que zarpa desde el Almirantazgo. Como podéis notar, hay tanto para ver y disfrutar que los días te parecerán cortos. Animate a visitarla :)
Saint Petersburg timelapse from
Georgy Tolstoy on
Vimeo.