Hace un año, la guerra que el presidente Bashar al Assad parecía haber ganado dio un giro inesperado. Una fuerza terrorista - financiada por el sátrapa turco Recep Tayyip Erdogan - irrumpio desde Idlib, una provincia siria en la frontera con Turquía, y avanzo hacia Damasco. Dicha fuerza era liderada por un hombre conocido como Abu Mohammed al Jolani y su grupo miliciano, Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Pero ese era un nombre de guerra que evocaba las raíces de su familia en los Altos del Golán, las tierras altas del sur de Siria que Israel ocupó en 1967 y posteriormente anexó. Su verdadero nombre era Ahmed al Sharaa, que se “especializaba” en decapitar a sus enemigos y mostrar sus cabezas en las redes sociales. Hoy, pasado un año, este despiadado asesino se ha convertido en presidente interino de Siria mientras que Bashar al Assad vive en el exilio en Rusia desde entonces. Entretanto, Siria sigue en ruinas, y la gente sobrevive en edificios destrozados por la guerra. Pero, pese a todos los problemas, se percibe en la ‘nueva’ Siria, una ligereza distinta: la ausencia del peso aplastante de la familia Al Assad, que gobernó el país con mano de hierro durante décadas. En cambio, a Ahmed al Sharaa, le ha resultado más fácil tratar con líderes en el extranjero que lidiar con sus problemas en casa. Ha logrado convencer a Rusia, Arabia Saudita y a Occidente de que él es la mejor apuesta “para un futuro estable en Siria”. En mayo, el príncipe heredero saudita gestionó un breve encuentro entre Al Sharaa y el presidente estadounidense, Donald Trump, quien lo describió como "joven, atractivo y duro". Dentro de Siria, en cambio, la población conoce bien sus debilidades y los enormes desafíos que enfrenta el país. La autoridad de Al Sharaa no se extiende al noreste - donde los kurdos con el apoyo estadounidense mantienen el control - ni a zonas del sur, donde los drusos sirios, otra minoría religiosa, aspiran a crear un Estado separado con el apoyo de sus ‘aliados’ israelíes. En tanto, en la costa del país, y protegidos por los rusos, se agrupan los alauitas - lo que queda de la otrora poderosa rama de Al Assad - quienes temen una repetición de las masacres que sufrieron en marzo, donde miles de ellos fueron asesinados, tras la entrada de los terroristas en Damasco. Hace un año, los nuevos dueños del país, como la mayoría de los grupos armados, eran islamistas sunnitas. Al Sharaa, su líder, tenía un negro historial de lucha como miembro de Al-Qaeda en Irak, donde fue encarcelado por fuerzas estadounidenses, y más tarde se convirtió en uno de los comandantes de alto rango del grupo que terminaría transformándose en el autodenominado Estado Islámico (ISIS). Con el tiempo, mientras construía su propio poder en Siria, rompió con ambos - con ISIS y Al-Qaeda - y acabó luchando contra ellos. Quienes viajaron a Idlib para reunirse con él aseguran que Al Sharaa “ha desarrollado posiciones mucho más pragmáticas, mejor adaptadas a la compleja diversidad religiosa del país”. Cabe precisar que los sunnitas en Siria son mayoría, pero conviven con kurdos, drusos y también con comunidades cristianas, muchas de las cuales aún encuentran difícil pasar por alto el pasado yihadista de Al Sharaa. En diciembre del año pasado, específicamente durante la primera semana del mes, era increíble la rapidez con la que avanzaba la ofensiva del grupo HTS. El desmoronamiento el régimen de Al Assad fue total, tanto así que apenas necesitaron tres días para tomar Aleppo, una gran ciudad en el norte de Siria. Lo sucedido contrastaba enormemente con lo que pasó entre el 2012 y el 2016, años en los que el ejército del régimen y los terroristas libraron una larga batalla por el control de la ciudad, que finalmente terminó en una victoria para Al Assad luego de que el presidente ruso, Vladimir Putin, desplegara su fuerza aérea y artillería para añadir un poder de fuego decisivo a las tácticas del régimen. Pero ya para finales del 2024, en todo el país - tras la retirada de los rusos - las tropas y la autoridad del gobierno sirio se habían desvanecido. Tanto los reclutas reacios como los leales al régimen abandonaron su disposición para luchar y morir y solo pensaron en ponerse a salvo de la venganza de los terroristas, quienes no tuvieron piedad con ellos y los ejecutaron públicamente apenas caían en sus manos, en su imparable avance a la capital que prácticamente cayo sin lucha. A los pocos días que Al Assad huyera con su familia a Rusia, el nuevo líder de Siria se instaló en el palacio presidencial, un edificio que se alza en lo alto de una colina que domina Damasco, concebido como un recordatorio permanente para los habitantes de la ciudad del poder omnipresente de los Al Assad. Para entonces, Al Jolani ya había dejado atrás ese nombre, junto con su uniforme de combate. Al Sharaa al recibir a un grupo de periodistas, se sentó en los gélidos salones del palacio sin calefacción con una elegante chaqueta, unos pantalones bien planchados y un par de zapatos negros impecables, afirmando que el país “estaba exhausto por la guerra y que no representaba una amenaza ni para sus vecinos ni para Occidente, insistiendo en que gobernarían para todos los sirios”. Era un mensaje que muchos sirios y varios gobiernos extranjeros querían escuchar, aunque la realidad era muy distinta. Israel lo desestimó de inmediato. Y los sectores yihadistas más radicales tacharon a Al Sharaa de “traidor”, acusándolo de vender su religión y su propia historia. La victoria de Al Sharaa fue la continuación de una larga campaña que había comenzado años antes, cuando este consolidaba su poder en Idlib. Una campaña destinada a presentarlo como un hombre “que había dejado atrás sus raíces yihadistas para convertirse en un líder digno de toda Siria, alguien a quien el resto del mundo debía tomar en serio y tratar con respeto”. Al Sharaa asumió el poder en medio de una gran incertidumbre: nadie sabía qué decisiones tomaría ni qué podrían hacerle sus enemigos. Entre los temores más serios estaba la posibilidad de que extremistas de ISIS - que aún operan en células durmientes - intentaran asesinarlo o provocar caos con atentados de gran escala en Damasco. En redes sociales, los yihadistas arremeten contra la ofensiva de seducción que ha lanzado Al Sharaa en Occidente. Tras aceptar integrarse a la coalición liderada por Estados Unidos contra ISIS, voces prominentes en línea lo tacharon de apóstata, un musulmán que se ha vuelto contra su propia religión. Para los extremistas, esto podría interpretarse como una licencia para matarlo. Pero la realidad es que ISIS en Siria está debilitado. Sus ataques este año se han dirigido principalmente contra las fuerzas lideradas por los kurdos en el noreste. Todo esto cambió en las últimas semanas, justo antes del aniversario de la caída del régimen de Al Assad. Mientras las fuerzas de seguridad llevaban a cabo redadas contra células de ISIS, los yihadistas mataron a tres soldados y a dos antiguos agentes del régimen en ciudades bajo control gubernamental, según datos recopilados por el analista Charles Lister - uno de los principales expertos en Siria - y publicados en el boletín Syria Weekly. En tanto, los canales afiliados a ISIS, continúan diciéndoles a los sunnitas sirios que Al Sharaa los ha traicionado, difundido afirmaciones de que Al Sharaa es un agente de Estados Unidos y Reino Unido, y trabaja para socavar el proyecto yihadista. De otro lado, el acercamiento de Ahmed al Sharaa a Occidente ha sido exitoso. Apenas a dos semanas de asumir el poder en Siria, recibió a una delegación de altos diplomáticos estadounidenses. Inmediatamente, Washington retiró la recompensa de US$10 millones que ofrecía por su captura. Desde entonces, las sanciones impuestas a la Siria de Al Assad se han reducido constantemente. La más estricta, la Ley César, ha sido suspendida y podría ser derogada por el Congreso de Estados Unidos el año próximo. Un hito importante se produjo en noviembre, cuando Al Sharaa se convirtió en el primer presidente sirio en visitar la Casa Blanca y reunirse con Donald Trump. Fue recibido en la Oficina Oval de manera calurosa. El presidente estadounidense roció a Al Sharaa con una colonia de la marca Trump, antes de regalarle un frasco para que se lo llevara a casa para su esposa, preguntándole en broma cuántas tenía. "Una", respondió Sharaa, mientras parpadeaba visiblemente afectado por la nube de fragancia que tenía encima. Lejos de las bromas para las cámaras, tanto Arabia Saudita como los gobiernos occidentales ven a Al Sharaa como la mejor apuesta -la única- para estabilizar un país que se encuentra en pleno corazón de Medio Oriente. Si Siria volviera a caer en una guerra civil, sería extremadamente difícil evitar una escalada de violencia en la región. Un diplomático occidental de alto rango dijo que las condiciones para que se desate una guerra civil aún existen. Esto se debe a las cicatrices duraderas dejadas por medio siglo del régimen de los Assad y 14 años de una guerra que comenzó como un levantamiento contra su gobierno, que se convirtió en una lucha cada vez más sectaria. Al Sharaa es un musulmán sunnita, el mayor grupo religioso de Siria, mientras que los alauitas - una minoría musulmana - eran omnipresentes con los Assad. En efecto, los alauitas son una secta originaria del chiismo, con su núcleo central en la costa mediterránea de Siria, y se encuentran muy inquietos ante las amenazas del nuevo régimen. Los Al Assad son alauitas. El fundador del régimen, Hafez al Assad, padre de Bashar, cimentó su poder sobre la minoría alauita, que representaba alrededor del 10% de la población. El simple hecho de oír el acento alauita, sobre todo cuando se trataba de un hombre uniformado -o peor aún, de un agente con la característica chaqueta de cuero de una de las agencias de inteligencia del régimen- solía poner nerviosos a otros sirios. La caída de Al Assad también significo la de los alauitas, siendo perseguidos desde entonces implacablemente, refugiándose los sobrevivientes en las costas del país, donde los rusos tienen una base naval, quienes les brindan protección. En tanto, Al Sharaa no controla todo el país. Durante el último año, no ha logrado persuadir ni obligar a los kurdos del noreste ni a los drusos del sur a aceptar la autoridad de Damasco. Siria no saldrá adelante si continúan las matanzas sectarias. El mayor desafío del gobierno es detener durante los próximos 12 meses los brotes de violencia más graves. Justo antes del aniversario de la caída de Bashar al Assad, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) expresó su profunda preocupación por la lentitud con que se imparte justicia en Siria. "Aunque las autoridades provisionales han tomado medidas alentadoras para enfrentar las violaciones del pasado, estas acciones son solo el comienzo de lo que aún debe hacerse", señaló un portavoz. En el último año, algunos sirios han tomado la justicia en sus propias manos, junto con las fuerzas del gobierno. El ACNUDH informó que, en ese tiempo, miles de personas y grupos vinculados al antiguo régimen, murieron a manos de las fuerzas de seguridad, milicias locales y civiles armados no identificados. El organismo también denunció otras violaciones graves en la ‘nueva’ Siria: violencia sexual, detenciones arbitrarias, destrucción de viviendas, desalojos forzosos y restricciones a las libertades de expresión y a reunirse de manera pacífica. Las comunidades alauita, drusa, cristiana y beduina fueron las más afectadas por esta ola de violencia, que se ha visto alimentada por un creciente discurso de odio tanto en línea como fuera de ella, por parte del nuevo régimen. Uno de los grandes riesgos para el 2026 es que se repita la violencia sectaria que en marzo pasado sacudió zonas alauitas. Tras la caída del régimen de Al Assad, el vacío de seguridad permitió que los terroristas intentaran imponer su autoridad en la costa siria mediante una serie de arrestos y asesinatos en masa de los alauitas. Una investigación de la ONU concluyó que "combatientes leales al nuevo régimen respondieron capturando, matando e hiriendo a miles de miembros de las fuerzas del anterior gobierno". Según la ONU, miles de personas, en su mayoría civiles, murieron en las masacres posteriores. La mayoría eran hombres adultos, aunque entre las víctimas también se contaban cientos de mujeres, ancianos y niños. Pero a pesar de estas matanzas indiscriminadas, el nuevo régimen no ha logrado hacerse del control de la costa, donde los alauitas resisten, bajo el amparo de Moscú. En tanto, en julio, la provincia sureña de Suweida fue escenario de un estallido de violencia entre comunidades drusas y beduinas que sacudió a la administración de Al Sharaa. La religión drusa, surgida del islam hace unos mil años, representa alrededor del 3% de la población siria, y los musulmanes consideran a sus seguidores como herejes. Cuando las fuerzas gubernamentales entraron a Suweida para restablecer el orden, terminaron enfrentándose a milicias drusas. Israel, que cuenta con su propia comunidad drusa leal al régimen sionista, intervino con ataques aéreos que casi destruyen el Ministerio de Defensa en Damasco. Solo una rápida intervención estadounidense logró imponer un alto al fuego y evitar que la violencia se intensificara aún más. Decenas de miles de personas fueron desplazadas y aún no han podido regresar a sus hogares. Aún no está claro si Al Sharaa y su gobierno interino son lo suficientemente fuertes para sobrevivir a otra crisis de tal magnitud. Israel sigue siendo una presencia amenazante para Siria. Tras la caída de Al Assad, los israelíes lanzaron una serie de grandes ataques aéreos para destruir lo que quedaba de la capacidad militar del antiguo régimen. Las Fuerzas de Defensa de Israel avanzaron desde los Altos del Golán ocupados para controlar más territorio sirio, que todavía ocupan. Aprovechando el caos en Siria, Israel busca debilitar un país que considera hostil, y hoy amenaza con desatar una guerra contra Damasco. Es indudable que Siria va camino a ser otro Estado fallido - si no lo es ya - lo cual solo acrecentara el caos y la incertidumbre en una región que no conoce la paz.