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miércoles, 17 de diciembre de 2025

CHINA: Ambiciones desmedidas

El recién publicado libro blanco de China sobre control de armamentos, desarme y no proliferación llega en un momento de profunda transformación estratégica. En efecto, el citado documento llega no solo como una actualización técnica sobre políticas, sino como un gesto político: un intento de moldear el orden mundial emergente en un momento en que la multipolaridad ya no es teórica y la rivalidad entre Estados Unidos y China define cada vez más el panorama global. Aunque enmarcado en un lenguaje de cooperación y estabilidad, el libro blanco es inequívocamente estratégico: China está sentando sus propios principios sobre lo que debería ser el control de armamentos del siglo XXI, buscando tanto justificar su trayectoria actual como moldear las expectativas internacionales futuras. Lo que más destaca no es un anuncio en particular, sino la arquitectura general del libro blanco. Combina temas nucleares tradicionales con una visión integral de la seguridad que abarca el espacio exterior, el ciberespacio, la inteligencia artificial y las implicaciones tecnológicas de futuros conflictos. Pone en duda las alianzas militares estadounidenses, cuestiona la imparcialidad de las demandas actuales de control de armamentos y vincula el propio enfoque de China con una agenda más amplia de gobernanza global. Como sabéis, durante años, Washington ha presionado a Beijing para que se una a las conversaciones trilaterales sobre control de armas con Estados Unidos y Rusia, argumentando que “la expansión de las capacidades chinas desestabilizará los equilibrios estratégicos a menos que se sometan a algún tipo de restricción verificable”. El presidente estadounidense, Donald Trump, convirtió esta exigencia en una exigencia clave, insistiendo en que los futuros acuerdos nucleares estarían incompletos sin la participación de China. Como podéis suponer, Beijing rechazó la idea de plano, calificándola de "injusta, irrazonable e impracticable". Esta frase resuena inequívocamente en el nuevo libro blanco. El documento replantea sistemáticamente por qué China cree que no debe ser tratada como un competidor similar a las dos mayores potencias nucleares del mundo. Hace hincapié en la "disuasión mínima”, la "no ser el primero en usar" y la "máxima moderación" en el tamaño del arsenal, posturas que China ha mantenido durante décadas, pero que ahora despliega con renovado vigor. Al integrar estos puntos en una narrativa amplia sobre justicia y equidad, Pekín intenta cambiar la base diplomática. El mensaje es claro: China no se dejará coaccionar para entablar conversaciones basadas en las suposiciones o preferencias de sus rivales. Al mismo tiempo, el libro blanco adopta un tono que no llega a nombrar directamente a Estados Unidos. En cambio, advierte contra la expansión de arsenales, el despliegue de misiles, el fortalecimiento de alianzas y el ajuste de doctrinas nucleares por parte de ciertos países de forma desestabilizadora. Esta táctica preserva la negación diplomática, dejando pocas dudas sobre el público al que se dirige. Además, otorga coherencia a la narrativa sobre China: se arroga la superioridad moral mientras presenta a Estados Unidos como la fuente de inestabilidad. El lenguaje del libro blanco implica una creciente frustración con la alianza de seguridad entre Estados Unidos y Japón, una amenaza directa para China. Las referencias a la expansión de los despliegues en Asia-Pacífico, el fortalecimiento de las alianzas regionales y los ajustes en las posturas nucleares apuntan a la evolución de la agenda estadounidense-japonesa. A medida que Washington y Tokio profundizan su cooperación en defensa antimisiles, integran capacidades de ataque más avanzadas y se alinean más estrechamente en materia de disuasión, Beijing ve un cerco en lugar de estabilidad. Para una audiencia global, el enfoque de China tiene dos propósitos. Primero, utiliza la historia -invocando sutilmente el 80.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y la agresión japonesa -para posicionarse como guardiana de la paz y el orden de posguerra, logrados con esfuerzo. Segundo, caracteriza la cooperación en defensa entre Estados Unidos y Japón como un motor de inseguridad. Esta estrategia retórica no está diseñada para Washington o Tokio, que la desestimarán, sino para la comunidad internacional en general, a la que China espera persuadir de que la seguridad de Asia-Pacífico no debe estar determinada exclusivamente por las alianzas estadounidenses. La sección nuclear de China está cuidadosamente calibrada. Reitera posturas que los expertos en control de armas conocen desde hace tiempo: no ser el primero en usar armas, no desplegarlas en el extranjero y contar con las capacidades mínimas necesarias. Esto es continuidad, pero una continuidad con un propósito: el documento utiliza estos puntos como herramienta diplomática. Al enfatizar la previsibilidad y la estabilidad, Beijing transmite confianza a un mundo inquieto por la arriesgada política nuclear. Esto tiene una segunda función, más táctica: refuerza la afirmación de China de que aún no debería ser equiparada con Estados Unidos y Rusia, cuyos arsenales, mucho mayores, justifican sus responsabilidades especiales en materia de desarme. En esencia, China argumenta que la desigualdad estratégica sigue siendo una realidad internacional, y que el control de armamentos debe reflejarla. Obviamente, este argumento tiene otro matiz. China está reforzando sus fuerzas nucleares, expandiendo sus silos de misiles y desarrollando nuevos sistemas de lanzamiento. Calificar su postura de "disuasión mínima" podría pronto socavar su credibilidad. Pero el objetivo de Beijing no es la transparencia cuantitativa, sino el aislamiento narrativo. Al afirmar que su arsenal se basa en la moderación, China pretende desviar preventivamente las críticas mientras continúa modernizándose. Donde el libro blanco adquiere una visión verdaderamente vanguardista - y políticamente relevante - es en su tratamiento del espacio exterior, el ciberespacio y la IA. Estos no son simplemente temas adicionales; constituyen el núcleo ideológico de la visión de seguridad orientada al futuro de China. Además, Beijing posiciona estos ámbitos como las primeras líneas emergentes de la competencia estratégica y argumenta que requieren una gobernanza urgente. Esto coincide estrechamente con la postura de China en otros foros internacionales: impulsar normas centradas en la ONU que limiten el uso militar de estas tecnologías, al tiempo que priorizan el desarrollo pacífico. Pero las motivaciones van más allá del altruismo. China está ganando terreno rápidamente precisamente en las tecnologías que definirán su poder futuro. Al promover desde el principio marcos de gobernanza sólidos, busca influir en el proceso de elaboración de normas antes de que Estados Unidos y sus aliados consoliden su dominio. Esta es una de las señales más claras del documento: China pretende desempeñar un papel protagónico en la definición de las reglas de la guerra de próxima generación. Considera las tecnologías emergentes no solo como herramientas, sino como escenarios donde se negocia el poder político. Asimismo, uno de los temas más significativos que se entretejen en el libro blanco es la aspiración de China de convertirse no solo en participante de la gobernanza global, sino en su creador. El documento enfatiza repetidamente la equidad, la inclusión y el papel de la ONU, un lenguaje dirigido a los países del Sur Global, a menudo excluidos de la arquitectura de seguridad diseñada por Occidente. Al posicionarse como defensor de la "seguridad indivisible", China corteja al Sur Global, sugiriendo que los regímenes occidentales de control de armas privilegian a los fuertes y restringen a los débiles. La estrategia es clara: construir alianzas normativas que fortalezcan la legitimidad de Beijing como creador de normas globales. El nuevo libro blanco de China no es un documento político pasivo. Es una declaración estratégica: un intento de replantear el control de armamentos en términos que reflejen los intereses, las ambiciones y la visión del mundo de China. Contradice las expectativas estadounidenses, desafía la seguridad basada en alianzas, promueve un modelo de gobernanza centrado en la ONU y se posiciona en los ámbitos tecnológicos emergentes. Otra cuestión es si el mundo acepta este enfoque. Washington y Tokio verán una narrativa egoísta en lugar de moderación. Muchos otros países en cambio podrían ver a un socio resistiéndose al dominio occidental. Mientras tanto, el resto del mundo se enfrentará a una realidad cada vez más clara: el futuro del control de armas ya no se negociará únicamente en Washington y Moscú, sino en un escenario geopolítico más amplio donde China se muestra cada vez más segura, asertiva y lista para liderar ¿Podrá conseguirlo?
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