Mientras los EE.UU. se tambalea por los resultados de las elecciones, hay mucha angustia por lo dividida que se ha vuelto la nación, donde el odio y el resentimiento - producto de la intensa campaña mediática contra Donald Trump de los medios de comunicación al servicio del establishment - aun se mantienen a flote y es muy difícil que desaparezca a mediano plazo. Diversos analistas coinciden en afirmar por ello que actualmente el país se encuentra profundamente dividido, y una guerra civil en el horizonte ya no parece una posibilidad puramente hipotética, sino algo real. No hay duda por ello de que el país atraviesa uno de los períodos más difíciles de su historia. El sistema político estadounidense, que fue creado para administrar una nación mucho más pequeña, simple y homogénea, está mostrando claramente una insuficiencia en la gestión del tercer país más poblado del mundo, cuya ciudadanía se caracteriza por una multitud de identidades cada vez mayor. No hay duda de que EE.UU. se encuentra inmerso en una lucha épica entre conjuntos de valores opuestos. Sin embargo, la narrativa fatalista de sus divisiones irreconciliables está sobrevalorada. Que las amargas divisiones políticas hoy en día a menudo atraviesan las familias estadounidenses ciertamente no es algo bueno para el país. Pero la buena noticia es que los EE.UU. pareciera estar evitando un tipo de conflicto más peligroso, el que se basa en afiliaciones raciales y etno-religiosas. Es revelador que un porcentaje mayor de cada minoría racial votó por Trump en el 2020 que en el 2016. Para sorpresa de sus adversarios, al candidato republicano le fue especialmente bien entre los hispanos, la minoría más grande del país. Esto significa que la guerra cuasi civil en curso en los EE.UU. no se trata de raza, etnia o fe, sino de los causados principalmente por antagonismos políticos. En contraste, no es imposible llegar a compromisos eventualmente sobre temas como la inmigración o el cambio climático que enfrentan a partidarios de Trump con sus antagonistas. Aún así, alcanzar un nuevo pacto social llevará mucho tiempo, tal vez décadas, mientras que el cuerpo político de los EE.UU. necesita con suma urgencia la restauración de algo parecido a la unidad y el orden. La clase política estadounidense está bajo presión para encontrar una solución rápida a la desunión que se vive actualmente. Por ello es muy probable que la solución sea muy simple y poco original: crear un enemigo común. Es un precepto bien establecido en la filosofía política, y un antiguo principio del arte de gobernar, que, para que exista una comunidad política viable, se necesita un enemigo existencial. Fue, en gran parte, gracias a la confrontación con el "comunismo" encarnado en la Unión Soviética que los EE.UU. pudo mantener su unidad en la segunda mitad del siglo XX. Como señala Samuel Huntington, el derrocamiento de la dictadura comunista y el colapso de la URSS en 1991, dejo a los EE.UU. sin un adversario contra el cual definirse, lo que paradójicamente, resultó en el debilitamiento de su identidad. Por este motivo, para el reestablecer su unidad - independientemente de sus afiliaciones partidistas - la tentación de encontrar otro gran enemigo al cual combatir es muy difícil de resistir. Ahora bien ¿Cuál es el candidato ideal para convertirse en el principal antagonista de los EE.UU.? El islamismo radical es demasiado nebuloso y, francamente, no da tanto miedo, ya que ellos crearon al monstruo - llámese ISIS o Al Qaeda - para “justificar” el intervencionismo estadounidense en el Medio Oriente. Pero sus derrotas ante Rusia (que pulverizó el ilusorio califato de ISIS en Siria bajo toneladas de bombas) e Irán (que liquido a Al Qaeda en Irak), haciendo fracasar los planes de Washington en la región, demostraron su inutilidad y que no son rivales de nadie; Corea del Norte, a pesar de la repugnancia que genera su obeso y enloquecido dictador, no puede ser considerado una amenaza mayor para los EE.UU. con su anticuado arsenal nuclear y que a la primera señal de ataque a territorio estadounidense, seria fácilmente borrado del mapa; Irán, si bien es una presa codiciada no solo por su petróleo y posición geográfica, sino también para vengar viejas afrentas como la humillante expulsión de los estadounidenses en 1979, tampoco es visto como el gran enemigo al no poseer armas nucleares y tener la protección de Moscú; Por cierto ¿Qué hay del sucesor de la URSS, Rusia? Como recordaréis, durante la campaña electoral, el discapacitado físico y mental de Joseph Biden llamó a Rusia como "la mayor amenaza para los EE.UU. en este momento capaz de romper nuestra seguridad y nuestras alianzas". Rusia tiene una ventaja importante en la elección del enemigo número uno de EE.UU: Vladimir Putin. Como me explicó recientemente un amigo estadounidense, la obsesión de muchos de ellos con la “amenaza” que representa Rusia se debe al atractivo de Putin quien es visto como un villano sin camisa que monta a caballo y doma osos. Como él dice, “los estadounidenses quieren que Putin sea una amenaza, porque es perfecto para el papel en nuestra cultura pop. En contraste, el ‘emperador’ chino Xi Jinping es “solo un tipo aburrido que, en el mejor de los casos, es acusado de ser sensible al ser comparado con Winnie the Pooh. Para un estadounidense promedio, le puede parecer un bebé grande, y no es visto como un dictador serio. Caso distinto es la imagen que tienen de Putin y es que al verlo domando osos y tigres siberianos sin miedo alguno, exclaman al unísono: 'Oh no, el si podría esclavizarnos a todos.'” Pero uno de los problemas de convertir a Rusia en el principal enemigo es que Putin no puede existir para siempre. De hecho, es concebible que pueda dimitir mucho antes de lo que la mayoría de la gente espera, tal vez incluso antes de que expire su actual mandato presidencial en el 2024. Incluso si Putin se mantiene como líder ruso, será cada vez más difícil de intentar presentar a Rusia como el principal enemigo de los EE.UU. ya que no tiene afanes imperialistas, y si participa en guerras fuera de sus fronteras es para ayudar a sus aliados para defenderse de las peligros que las acechan. A pesar de todos los intentos de la propaganda estadounidense acerca de la “amenaza” que representa la Rusia de Putin, casi todos en Washington saben quién verdaderamente representa el desafío más serio para los EE.UU. El propio Biden lo reconoció indirectamente, señalando que China es el "mayor competidor" de su país. A diferencia de Rusia, que está esencialmente a la defensiva manteniendo su posición en la jerarquía global, China está claramente en ascenso como una superpotencia emergente. Y ellos es innegable aun para sus enemigos, quienes ven con preocupación el expansionismo en el mundo del cual hace gala Beijing. Si continúan las tendencias actuales, China parece estar lista para cerrar la brecha del diferencial de poder con los EE. UU. en una serie de áreas cruciales en menos de una década. Xi Jinping puede parecer monótono y aburrido, sin el carisma de “un genio oscuro” que se le atribuye a Putin, pero preside la máquina política más formidable y eficiente que jamás haya creado la humanidad: el partido-estado chino, controlado eficientemente con mano de hierro y que lo hace más peligroso. Si bien Mike Pompeo, cuyas diatribas contra Beijing son por todos conocidos pronto se irá, ello no importa mucho porque el considerar a China como un enemigo existencial ya ha entrado en el discurso dominante de los EE.UU. Es posible que la nueva política exterior que establecerá Biden usara un lenguaje más sutil que los venenosos ataques de Pompeo, pero su argumento de que " Washington y Beijing no son moralmente equivalentes " es simplemente otra forma de decir que EE.UU. representa “el bien” mientras que China es “el mal”. Nadie duda por ello que la creciente hostilidad contra China será lo único que podrá unir a republicanos y demócratas, mientras Biden estará bajo una intensa presión de su propio séquito para que se ponga duro con Beijing. Gran parte de esa presión vendrá de funcionarios que creen que el desafío geopolítico de China solo se puede abordar desde una posición de fuerza. Tal como lo anotamos la semana pasada, Michele Flournoy - una mujer con rostro de Némesis que era la favorita para ocupar la Secretaria de Defensa en la administración Biden - sostuvo que EE.UU. debería poder “amenazar de una manera creíble con hundir todos los buques militares y submarinos chinos, así como sus buques mercantes presentes en el Mar del Sur de China en un plazo de 72 horas” a pesar de que ese espacio marítimo tanto histórica como geográficamente siempre ha pertenecido a Beijing. El imperialismo en toda su crudeza. Aparte del objetivo obvio “de preservar la primacía geopolítica de los EE.UU.”, un objetivo tácito de una posible confrontación con China sería unir a la sociedad estadounidense al cambiar la atención de las controversias internas a una gran batalla con un nuevo "imperio del mal". Si bien al final fue elegido un negro como Secretario de Defensa, se sabe que seguiría la linea agresiva anunciada por Flournoy. Irónicamente, una persona que podría salvar a EE.UU. y China de una colisión cataclísmica en este escenario es Donald Trump. Por un lado, Trump nunca ha sido un fanático de la geopolítica, lo que significa que tiene poco interés en competir con China por el dominio en el Mar de China Meridional o el Estrecho de Taiwán. Por otro lado, luego de dejar la Casa Blanca, Trump estará interesado en mantener y amplificar las divisiones políticas internas en lugar de centrarse en enemigos externos reales o imaginarios en su declarado intento de retornar a la Casa Blanca en el 2024. Unificar por ello a la sociedad estadounidense ‘demonizando’ a China sería el juego de sus oponentes, que Trump bien podría tratar de desbaratar. Así, al evitar la Tercera Guerra Mundial entre EE.UU. y China, Trump podría obtener al fin y al cabo su Premio Nobel de la Paz ¿No os parece? :)