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miércoles, 24 de abril de 2019

SUDAN: La tentación del poder

A pocos días de la caída del dictador Abdelaziz Bouteflika en Argelia y el recrudecimiento de los combates en Libia, otro remezón sacudió el África con el derrocamiento del tirano sudanés Omar Al-Bashir, quien durante 30 años presidió uno de los regímenes más sangrientos que la historia recuerde, con cientos de miles de muertos a sus espaldas sólo en el genocidio de Darfur, por ejemplo. El criminal pudo aferrarse al cargo tras llegar a acuerdos con casi todos los principales gobiernos y organizaciones internacionales, desde los EE.UU. hasta China y la Unión Europea. Al-Bashir, dirigió con éxito un golpe de estado en 1989, ‘auto-designándose’ presidente del Consejo del Comando Revolucionario. Seguidamente disolvió el gobierno, prohibió los partidos políticos, e introdujo una serie de medidas represivas para consolidar su control del poder, incluida la prohibición de las manifestaciones y la imposición del estado de emergencia, dirigiendo su odio especialmente a los cristianos del sur imponiendo la Sharia - o ley islámica - lo cual a la larga origino una brutal y despiadada guerra civil que termino por dividir al país. Con su caída y encarcelamiento en una prisión de máxima seguridad luego de meses de violentas manifestaciones y cientos de muertos en las calles exigiendo su derrocamiento, Sudán (de unos 40 millones de habitantes) se encamina hacia la incertidumbre. Tras ser desplazado del poder por uno de los hombres de su máxima confianza, el teniente general Abdel Fattah Abdelrahman Burhan, quedo al frente de un autodenominado “Consejo Militar de Transición” con el propósito de mantener sus privilegios, el cual anuncio que gobernaría provisionalmente el país “durante los próximos dos años”, medida que ha sido rechazada por la población ya que lo ven como la continuidad del régimen caído y a quienes conforman el Consejo como cómplices de Al-Bashir, quien es reclamado por la Corte Penal Internacional (CPI) para que sea juzgado por sus abominables delitos, algo que muchos dudan que lo hagan, ya que quienes conforman la actual camarilla golpista tienen también las manos manchadas de sangre, por lo que tarde o temprano correrían igual suerte. En efecto, la CPI emitió órdenes de detención contra Al-Bashir en 2009 y 2010 por su papel en el genocidio de Darfur menos de una década antes que causó cientos de miles de muertos y millones de desplazados. El Tribunal lo acusó de crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y genocidio, en relación con el asesinato, la tortura, la violación y otros ataques sistemáticos contra civiles en la región occidental del Sudán. Dirigió atrocidades contra su propio pueblo no sólo en Darfur sino también en las montañas Nuba, Kordofan del Sur y en el Nilo Azul. Para organizar la represión, Al-Bashir dispuso de un grupo paramilitar conocido como Janjaweed (jinetes armados), creado por uno de sus hombres más cercanos, el general Mohammed Ahmed Mustafá al-Dabi, los cuales se valieron del uso de la violencia y los métodos mas sanguinarios que uno se pueda imaginar para intentar acallar las protestas, sin conseguirlo. Pero fueron los desafíos internos los que realmente precipitaron el fin del gobierno de Al-Bashir: Las manifestaciones iniciadas en diciembre que desembocaron en el derrocamiento del dictador, comenzaron tras la profundización de la crisis económica a consecuencia de la pérdida de casi el 75 por ciento de sus explotaciones petroleras que han quedado en posesión de Sudán del Sur tras su independencia en el 2011, a lo que hay que sumarle, el mantenimiento de las sanciones económicas de los EE.UU. que lo califico de patrocinador del terrorismo internacional. Desde entonces, el aparente estado de bienestar conseguido gracias al petróleo, comenzó a degradarse irremediablemente. Ya en el 2013 una ola de protestas dejó centenares de muertos, llegando el colapso en el 2018 con una inflación del 72%, escasez de insumos básicos, incluso de billetes. A lo largo de ese año se produjeron intensas manifestaciones, las que fueron reprimidas sangrientamente. Pero la parálisis de la economía y el constante aumento del costo de vida, fue el detonante que terminó por hacer estallar una revuelta generalizada que finalmente propicio su caída. Todo comenzó el 19 de diciembre en Atbara, una ciudad con poco más de 100 mil habitantes en el noroeste del país, cuando cientos de personas salieron a protestar por el aumento del pan, que triplicó su precio luego de semanas de escasez, lo que de inmediato fue replicado en otras ciudades y pueblos del país, incluso en la capital, Jartum. El 11 de febrero, Human Rights Watch (HRW) difundió una serie de videos, donde se muestra la violencia de las fuerzas de seguridad contra los manifestantes, cuya indignación fue en aumento. Las protestas alcanzaron su máxima expresión el 6 de abril, cuando la multitud llego hasta la sede del ejército reclamando su apoyo, los cuales decidieron que era hora de actuar y derrocaron al tirano. Sin embargo, la Asociación de Profesionales Sudaneses (APS), una de las organizaciones que emergió con liderazgo tras los cuatro meses de protestas, difundió un comunicado en el que expreso su rechazo a un gobierno de transición dirigido por los militares golpistas, quienes no pueden producir el cambio exigido por los sudaneses, reclamando por ello elecciones inmediatas o las protestas continuaran. Ello debido a que nada ha cambiado con la caída de Al-Bashir ya que quieres gobernaron con el, continúan manteniéndose en sus cargos, como el siniestro Mohamed Salé - también llamado Salá Gosh - jefe del Servicio Nacional de Inteligencia y Seguridad (NISS), que ha liderado la sangrienta represión contra los manifestantes desde diciembre. Con estrechos lazos con la CIA, es considerado un agente de Washington, que tiene el propósito de que todo se mantenga igual y a lo sumo, los “cambios” prometidos solo sean cosméticos. No debe extrañar por ello que conseguido el retiro de Al-Bashir, EE.UU. muestre su “interés” en que los golpistas se consoliden en el poder. Similar posición fue asumida por Egipto - donde el dictador Abdel Fatah al Sisi reprime salvajemente a su propia disidencia - respaldando a los militares, argumentando que es necesario que mantuviesen el control del poder para salvaguardar la seguridad nacional de Egipto. “Egipto apoya plenamente la seguridad y la estabilidad de Sudán y de su nuevo gobierno”, expresó. Por lo pronto, miles de personas continúan acampadas en la calle frente al cuartel general del Ejército para presionar a los militares a entregar el poder a una autoridad civil a la brevedad posible. Asimismo, han pedido la formación de un Gobierno civil en el que haya representación militar limitada, exigiendo además la disolución inmediata del Partido del Congreso Nacional de Al-Bashir y el cese de las autoridades judiciales, pero los golpistas no están dispuestos a complacerlos, ya que solo buscan la continuación del status quo para seguir medrando del poder. Y es que la tentación de quedarse es muy grande. Visto así las cosas, no es difícil imaginar que la situación continuara deteriorándose y Sudán se enfrentará así a un futuro incierto :(
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