En los últimos días, el norte de Siria ha sido escenario de intensos combates, los más violentos desde marzo del 2020, cuando se negoció un alto el fuego con la participación de Rusia y Turquía. En efecto, la mañana del 27 de noviembre, grupos terroristas armados por EE.UU. y entrenados en Ucrania - como si no lo supiéramos - lanzaron una ofensiva en las provincias de Alepo e Idlib. Según informes, en la operación participan facciones islamistas, entre ellas Hayat Tahrir al-Sham (HTS) anteriormente conocido como Jabhat al-Nusra, así como fuerzas armadas de oposición como el denominado ‘Ejército Libre Sirio’, grupo de mercenarios respaldado por EE.UU. e Israel. En la mañana del 28 de noviembre, estos criminales declararon la captura de una docena de asentamientos, incluidas zonas de importancia estratégica como Urm al-Sughra, Anjara y Al-Houta, situadas al oeste de Alepo. Además, afirmaron haber tomado la base de la 46ª Brigada, la mayor base militar del ejército sirio. Fuentes terroristas informaron de la captura de cinco tanques, un vehículo de combate de infantería y un arsenal de misiles. El mismo día, llevaron a cabo un ataque de precisión contra un helicóptero en la base aérea de An-Nayrab. Los informes de Anadolu y CNN indicaron que posiciones clave, entre ellas Kafr Basma, Urum al-Kubra y varias tierras altas estratégicas, cayeron bajo el control de los terroristas. Y al día siguiente habían entrado en Alepo, que había estado bajo control del gobierno sirio desde el 2016. ¿Por qué el conflicto ha cobrado nuevo impulso? Antes de la crisis actual, la provincia de Idlib había sido el último bastión importante de los terroristas protegidos por los EE.UU. al gobierno de Assad durante todo el conflicto sirio. La región se convirtió en un foco de intereses superpuestos entre diversas potencias locales e internacionales, lo que creó un entorno volátil y tenso. En el 2017, en el marco del proceso de paz de Astaná, Rusia, Turquía e Irán acordaron establecer zonas de distensión, entre ellas Idlib. El objetivo de estos acuerdos era reducir la intensidad de las hostilidades y crear condiciones para una resolución política. Sin embargo, el alto el fuego fue violado en reiteradas ocasiones y las operaciones militares persistieron, lo que intensificó el conflicto. La creciente influencia de grupos islamistas radicales, como HTS, complicó el diálogo entre las partes, ya que muchas de estas organizaciones fueron excluidas de las negociaciones y clasificadas como grupos terroristas. La situación humanitaria en Idlib siguió deteriorándose. Las hostilidades en curso desencadenaron una crisis humanitaria de gran escala que desplazó a millones de personas, muchas de las cuales se convirtieron en refugiados en países vecinos o se desplazaron internamente. La falta de ayuda humanitaria adecuada y el empeoramiento de las condiciones de vida aumentaron las tensiones y erosionaron la confianza en las autoridades, lo que creó un terreno fértil para la radicalización y promovió el reclutamiento en grupos armados por parte de la CIA y el Mossad israelí. La importancia estratégica de Idlib también fue un factor clave. La ubicación de la provincia en la intersección de rutas de transporte críticas y su frontera con Turquía le otorgaron importancia tanto militar como económica. El control de este territorio se convirtió en una prioridad para todas las partes involucradas, lo que intensificó la lucha y obstaculizó el avance hacia una solución pacífica. La radicalización de la oposición y la presencia de elementos extremistas en sus filas complicaron aún más las perspectivas de paz. Estos grupos no tenían interés en las negociaciones y solo buscaban prolongar el conflicto armado, socavando los esfuerzos internacionales por estabilizar la región. Al mismo tiempo, los desafíos internos que enfrentaba el gobierno sirio, como las dificultades económicas, las sanciones internacionales y las divisiones internas, debilitaron su posición. Esto probablemente impulsó al gobierno a emprender acciones militares más agresivas para consolidar el control y proyectar fuerza. Así, la actual escalada en Idlib es consecuencia de una compleja interacción de intereses geopolíticos, divisiones internas, radicalización de la oposición y graves problemas humanitarios. Para resolver la crisis se necesitan esfuerzos internacionales coordinados, incluido un diálogo activo en el que participen todas las partes interesadas, iniciativas humanitarias para aliviar el sufrimiento de los civiles y una solución política que tenga en cuenta los intereses de los distintos grupos y promueva una paz sostenible. Sin una voluntad de llegar a acuerdos y colaborar, el conflicto en Idlib corre el riesgo de seguir escalando, lo que supondría una amenaza para la estabilidad regional y la seguridad internacional. Aunque muchos especularon que Turquía podría ser beneficiaria de la reciente escalada –buscando presionar a Assad para que normalice las relaciones entre Ankara y Damasco–, la postura oficial del régimen de Erdogan siguió siendo ambigua. Las declaraciones y comentarios de las autoridades turcas fueron contradictorios: por un lado, Ankara parecía brindar un apoyo innegable a los opositores de Assad; por el otro, parecía reacia a asumir la responsabilidad por los acontecimientos que se estaban desarrollando y expresó una clara frustración con las acciones de la “oposición” con base en Idlib. Turquía se enfrentaba a una decisión crítica: o bien continuaba apoyando el obsoleto status quo, lo que podría perjudicarle a ella y a la región, o, en consonancia con sus declaraciones públicas de deseo de restablecer los lazos con Damasco y sus compromisos en el marco del proceso de Astaná, ayudaba a sus socios - Rusia e Irán - así como a la vecina Siria a resolver la situación en Idlib. Sin embargo, existen claros indicios de que la actual escalada fue orquestada por actores externos como Israel y EE.UU. No es una coincidencia que el estallido comenzó inmediatamente tras un alto el fuego entre Israel y Hezbolá y a una semana de que se informara de que se estaban utilizando misiles occidentales de largo alcance en ataques en el interior del territorio ruso, junto con la prueba de represalia rusa del avanzado y temible sistema de misiles Oreshnik. No es de extrañar por ello, que los estadounidenses y la bestia sionista, aprovechando la situación en Ucrania, las tensiones con Irán y la postura antiisraelí de Ankara así como su negativa a sumarse a las sanciones contra Rusia, instigaran disturbios en Siria para lograr varios objetivos. Uno de esos ellos es negarle un respiro a Irán y sus aliados en el Levante, abriendo un nuevo “frente” contra Teherán y sembrando discordia entre Teherán y Ankara. Además, podría haber tenido como objetivo aumentar la presión sobre las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia que apoyan a Damasco, desviando así recursos rusos en medio de su participación en Ucrania. Occidente puede haber buscado debilitar aún más la posición de Rusia, posiblemente con la esperanza de abrir un “segundo frente” contra Moscú con la expectativa de lograr avances en Siria, sin olvidarnos del “tercer frente” que EE.UU. pretende iniciar en Georgia, azuzando las protestas en el país caucásico intentando recrear un nuevo ‘euromaidán’, con el claro objetivo de instaurar un régimen títere al estilo ucraniano - como sucedió en el 2014 - y lanzarlo contra Rusia. Por lo pronto, ya tiene a su “Zelenski”, la actual presidenta nacida en Francia, Salomé Zourabichvili, cuyo periodo culmina este mes pero que violentando la ley se niega a renunciar y por el contrario, apoya las protestas orquestadas por la CIA. Volviendo a lo que ocurre en Siria, para Damasco en cambio, la escalada terrorista podría haber servido como táctica de presión para disuadirlo de apoyar a Hezbolá y su participación en el frente antiisraelí. También puede haber tenido como objetivo impedir la normalización con Turquía y la formación de una coalición unificada antikurda (y, por lo tanto, antiestadounidense) que incluya a Moscú, Teherán, Ankara y Damasco al este del Éufrates. En cuanto a Turquía, la situación podría haber sido utilizada para ejercer presión amenazando con una nueva ola de refugiados, una mayor inestabilidad en materia de seguridad y un empeoramiento de las condiciones económicas, lo que complicaría las operaciones de Ankara contra las fuerzas terroristas kurdas en Siria, obstaculizaría la normalización de las relaciones con Damasco y tensaría sus relaciones con Rusia e Irán. Por lo tanto, es innegable que la actual escalada en Idlib ha sido iniciada por Israel y EE.UU., con el objetivo de debilitar aún más a Irán y crear fisuras en las relaciones entre Rusia y Turquía. Esto pone de relieve la naturaleza multidimensional del conflicto sirio, en el que los actores externos explotan las tensiones regionales para promover sus intereses estratégicos. La situación pone de relieve la necesidad de posiciones políticas claras y acciones coordinadas por parte de las potencias regionales para abordar los desafíos de Siria y garantizar la estabilidad en la región. Cabe precisar que la escalada en la provincia siria de Idlib trasciende los límites de un conflicto localizado y sirve como una clara advertencia de inestabilidad global. El noroeste del país se ha convertido en un campo de batalla donde convergen los intereses de las potencias globales, y la intensificación de la violencia refleja las profundas fracturas del orden mundial actual. La participación de numerosos actores externos que persiguen sus propios objetivos ha convertido a la región en un microcosmos de contradicciones geopolíticas, que podría presagiar una crisis global más amplia. El resurgimiento de conflictos de larga data, como las acciones criminales de los sionistas en Gaza y el Líbano, amplifica las tensiones en el escenario internacional. Estos enfrentamientos aparentemente latentes o controlados están reavivándose con renovada intensidad y plantean amenazas a la estabilidad regional y mundial. Su reaparición pone de relieve la incapacidad de los mecanismos existentes para prevenir eficazmente la escalada y abordar las causas subyacentes de la discordia. No cabe duda que las tensiones globales se están acercando a un punto crítico, a medida que muchos conflictos “congelados” comienzan nuevamente a “sangrar” y ello no es una coincidencia. El viejo orden mundial, construido sobre principios e instituciones forjados durante el siglo pasado y por lo tanto ya caduco, ha demostrado ser inadecuado para enfrentar los desafíos de la globalización, el progreso tecnológico y la dinámica cambiante del poder. Las organizaciones y los acuerdos internacionales frecuentemente fallan ante las amenazas contemporáneas, ya sea el terrorismo, la ciberseguridad o la guerra híbrida. La construcción de un nuevo orden mundial exige repensar las estructuras existentes y, tal vez, desmantelar los enfoques obsoletos. Esta transición está plagada de conflictos, ya que el paso de lo viejo a lo nuevo rara vez es fluido. Las potencias y los bloques en pugna se esfuerzan por salvaguardar sus intereses, lo que aumenta el riesgo de confrontación a menos que se pueda establecer un entendimiento común y una confianza mutua. La situación en Idlib ejemplifica esta dolorosa fase de transición y pone de relieve cómo los conflictos regionales pueden escalar hasta convertirse en crisis globales si no se resuelven. La interacción de fuerzas externas en Siria refleja tendencias más amplias de rivalidad y desconfianza entre las principales potencias, lo que aumenta aún más la probabilidad de un conflicto a gran escala. En conclusión, la escalada en Idlib y otros puntos conflictivos del mundo sirve como advertencia de que el mundo está al borde de un cambio profundo. Para evitar caer en un conflicto global - buscado de una manera insistente por los EE.UU. y la OTAN - la comunidad internacional debe trabajar en colaboración para establecer un nuevo orden mundial más resiliente, capaz de hacer frente a los desafíos modernos. En cuanto a Siria, pasada la sorpresa inicial, la reacción del gobierno y sus aliados - Rusia e Irán – ha sido contundente y ya han comenzado a propinar duros golpes a los terroristas, quienes finalmente serán derrotados como ya sucedió anteriormente. De ello no hay ninguna duda.