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miércoles, 23 de octubre de 2013

REPUBLICA CENTROAFRICANA: Un país que se desangra en silencio

Nada consigue atraer la mirada a este país olvidado del continente más pobre del mundo. Ni el desplazamiento forzoso de más de 300.000 personas en los últimos meses, ni las matanzas indiscriminadas de civiles, ni los enfrentamientos religiosos inéditos en el país, ni la sombra de que la República Centroafricana se convierta en una nueva Somalia, refugio de terroristas y señores de la guerra. Desde marzo del 2013, cuando el grupo armado Seleka derrocó al presidente François Bozizé, la inestabilidad crónica del país acabó por saltar por los aires. Siete meses después del golpe de Estado las pocas ONG que están sobre el terreno alertan de una oleada de violencia sin precedentes. La impunidad campa a sus anchas por un país de la extensión de Francia pero con apenas cinco millones de habitantes. Es la dictadura del ojo por ojo. La huida del presidente François Bozizé dejó un vacío de seguridad que ahora ocupan los Seleka y los grupos de autodefensa conocidos como antibalaka (antimachete en lengua local), que se han organizado para proteger a sus poblaciones, pero que acaban utilizando los mismos métodos sanguinarios que las milicias a las que combaten. Y, en medio, como siempre, los civiles..La ACNUR -agencia de refugiados de la ONU - calcula que desde que empezó la ofensiva de los grupos rebeldes contra el Gobierno en diciembre del 2012, hay 350.000 personas se han visto obligadas a abandonar sus casas y hay más de 60.000 refugiados en países vecinos tan vulnerables como la República Democrática del Congo, Chad y Camerún. El miedo se ha instalado en la población tan profundamente como las armas han proliferado sin control en este país exportador de diamantes. Bossangoa y Bouca, en el noroeste del país han sido el epicentro del horror. Basta un rumor sobre la próxima matanza para que aldeas enteras huyan despavoridas a refugiarse en el primer lugar que encuentran. Duermen en los bosques a la intemperie o se hacinan en iglesias y colegios. Ya no saben distinguir la realidad de las pesadillas. Y es que a menudo se parecen. “Las mujeres y niños son claramente diana de ataques indiscriminados. No hay balas perdidas. Los buscan, los encuentran y los matan”, asegura la coordinadora médica de de Médicos Sin Fronteras. Y recuerda el caso de una niña que trató el pasado 9 de septiembre en Bouca, un pueblo de 5.000 habitantes a 325 kilómetros al norte de la capital. Cuando la ONG llegó, la mitad de las casas, unas 700, habían sido pasto de las llamas."Había una niña que tenía solo 9 años. Consiguió librarse del ataque al pueblo pero luego fue cazada dentro del bosque y la encontramos días más tarde con una herida de bala en el fémur infectada y otra en el abdomen", relata. Es difícil saber el número de víctimas que se ha cobrado ya esta sangría silenciosa. En un solo ataque el pasado 9 de octubre murieron al menos 60 personas en la ciudad de Gaga. Los antibalaka atacaron un puesto de la milicia del Seleka y los barrios musulmanes. Horas después, combatientes de Seleka tomaron represalias contra los cristianos del pueblo. Este modo de actuación se repite por casi todo el país. Hasta ahora la mayoría cristiana del país (80%) y los musulmanes habían vivido en buena sintonía con episodios de tensión puntuales. En cambio, desde el golpe de Estado, cada vez hay más ataques religiosos. Los combatientes utilizan la retórica sectaria con fines políticos y la espiral de violencia no hace más que crecer. En agosto, miles de personas utilizaron el aeropuerto internacional de la capital como refugio improvisado. Pero no siempre hay cobijo. Los que huyen hacia los campos y los bosques se encuentran fuera del acceso de las organizaciones humanitarias. “Con la estación de lluvias proliferan los mosquitos, el vehículo transmisor perfecto de la malaria, y el riesgo de contagio se multiplica en un país donde la malaria ya es endémica. Solo en el primer trimestre del año, los casos habían aumentado un 33%” advierte MSF. Los ataques indiscriminados también se han cebado con el personal médico y humanitario, víctimas de agresiones y saqueos, lo que ha restringido aún más la capacidad de movimiento de las ONG. Por eso, desde MSF y ACNUR hacen un llamamiento al gobierno de transición para que sus trabajadores puedan atender a la población más vulnerable con unas mínimas garantías de seguridad. La ONU estudia, a petición de Francia, el envío de cascos azules para restablecer el orden. Pero los centroafricanos necesitan ayuda ya. No entienden de burocracias ni análisis de riesgos. Y cada día siguen luchando, invisibles al mundo, por sobrevivir. Esperemos que la comunidad internacional se movilice con prontitud, antes que sea demasiado tarde :(
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