Hace poco más de 30 años, en una fría tarde del día de Navidad de 1989, caía una de las tiranías más siniestras de la historia. En efecto, Nicolae Ceaucescu, el sanguinario dictador comunista de Rumania y su odiada esposa Elena fueron sacados a la fuerza al patio de una base militar en las afueras de Bucarest y puestos contra la pared para ser ejecutados. Según un testigo de la época citado por The Guardian, Ceaucescu lloraba en silencio, mientras su pareja - a quien despectivamente los rumanos llamaban la zapatera - insultaba soezmente a los guardias que les estaban atando las manos antes de ajusticiarlos. Poco antes había concluido el juicio sumarísimo montado por el Frente de Salvación Nacional (FSN), una formación política creada a comienzos de 1989 por líderes rumanos enfrentados al tirano; apenas una hora de acusaciones y gritos durante la cual ambos fueron condenados por genocidio, abuso de poder, destrucción de propiedad pública, daños a la economía y de intentar fugar con cerca de 1.000 millones de dólares. Tres miembros de las tropas de paracaidistas, un cuerpo de élite dentro de las fuerzas armadas rumanas, se ofrecieron como voluntarios para formar parte del pelotón de fusilamiento. En el caos de la revolución rumana, que llevó en 1989 a la caída de uno de los últimos regímenes comunistas, el Ejército fue uno de los últimos en rebelarse contra Ceaucescu. A las 4:00 PM de ese 25 de diciembre, los tres paracaidistas finalmente dispararon sus fusiles AK-47 contra la pareja que había gobernado Rumania con puño de hierro entre 1965 y 1989. Cambiaron cargadores y siguieron tirando sin descanso: más de 120 balas fueron halladas en los dos cuerpos, según reportes de la época. La caída de Ceaucescu comenzó a gestarse el 16 de diciembre de 1989 en Timisoara, cuando delante de la Iglesia Reformada calvinista un grupo de manifestantes mostró su rechazo a la expulsión del pastor húngaro Laszlo Tokes, quien desde hacía tiempo criticaba al régimen en sus sermones, ordenada por el gobierno. En los meses anteriores, las dictaduras comunistas en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Alemania Oriental habían caído producto de revoluciones pacíficas, y parecía ser el turno de Rumania. El gesto frente a la iglesia desencadenó una movilización, con cerca de 100.000 personas, en su mayoría jóvenes, reunidas en la plaza principal de Timisoara al canto de “libertad” y “despiértate rumano”. Hoy en día en la puerta de la iglesia hay una placa en rumano, húngaro, alemán y serbio que dice: “Aquí comenzó la revolución que puso fin a la dictadura”. “No podía imaginar en ese momento que la gente respondería a mi llamado, que vendrían delante de mi iglesia para mostrar su solidaridad, la cual se transformó en un movimiento de protesta contra el régimen comunista”, relató Tokes, de 67 años. A los dos días de aquella concentración de apoyo al pastor, Ceaucescu dio la orden de disparar contra los manifestantes, matando a 60 de ellos e hiriendo a unos 2000. A diferencia de lo ocurrido en los regimenes comunistas en Europa del Este, el brutal dictador estaba empecinado en aferrarse al poder y fue sólo en Rumania donde la revolución se torno en un baño de sangre. Se cree que al menos 1.104 personas murieron y 3.552 resultaron heridas durante la violenta represión y los enfrentamientos, tras el derrocamiento y muerte de Ceausescu, de acuerdo a cifras citadas de AFP. El 21 de diciembre de 1989, las manifestaciones se extendieron a Bucarest, unos 550 kilómetros más al este, donde las muchedumbres congregadas para escuchar su tradicional discurso de fin de año lo abuchearon al grito de “¡Timisoara!”. El 22 las protestas empeoraron y el ejército se pasó del lado de los manifestantes. Al saberse perdidos, Ceaucescu y su mujer Elena huyeron de Bucarest en un helicóptero desde el techo de la sede del Partido Comunista en el preciso momento en que el edificio era asaltado e incendiado por los manifestantes, pero no pudieron escapar ya que fueron abandonados por sus guardias en Targoviste - localizado a 50 Km. de la capital - al aterrizar la nave al carecer de combustible, por lo que la pareja trato de esconderse en una fábrica cercana, pero al ser reconocidos, fueron capturados de inmediato, llevados a juicio y ejecutados. El 27 de diciembre se abolió el sistema comunista de partido único y se formó un gobierno provisional dominado por el FSN, hasta la celebración de las elecciones en mayo de 1990, dando inicio a un largo y difícil camino de apertura parcial en el país. Como sabéis, el régimen despótico de los Ceaucescu se había iniciado en 1965, cuando Nicolae alcanzó el poder del Partido Comunista de Rumania tras la muerte de Gheorghiu-Dej y alcanzaría el estatus de haberse consagrado como la aplicación más extendida del sistema totalitario del modelo estalinista. Alejado de los dictados de Moscú, Rumania jugó el rol de rebelde dentro del Pacto de Varsovia y se opuso a la invasión soviética a Checoslovaquia en agosto de 1968 que puso fin a la llamada Primavera de Praga. El rechazo a la "Doctrina Brezhnev" de soberanía limitada llevaría a Ceaucescu a desafiar a Moscú aunque no al punto de romper con el bloque comunista como si hizo Tito cuando retiró a Yugoslavia del Pacto de Varsovia en 1948. La política ‘independiente’ respecto al Kremlin le reportó al tirano apoyos internos y externos durante buena parte de su oprobioso régimen, en tanto la población sufría como nunca bajo esa cruel tiranía que en maldad era comparable al de Stalin, mientras que en Occidente era recibido por estadistas de las principales potencias, que a su vez silenciaban sus monstruosos crímenes como hoy hacen por ejemplo, con Erdogan. Rumania fue el primer país comunista en reconocer la existencia de la República Federal Alemana (RFA) y la primera en adherir como miembro al Fondo Monetario Internacional y del GATT. En 1970, Richard Nixon visitó Bucarest. Mientras que en abril de 1978, el dictador era recibido por el Jimmy Carter en la Casa Blanca y dos meses más tarde, por la propia Isabel II en el Palacio de Buckingham. En 1983, el entonces vicepresidente de los EEUU, George Bush, llegaría a llamar hipócritamente a Ceaucescu "the good communist", en virtud de su enfrentamiento con Moscú, a pesar de que se sabía perfectamente que el tirano tenía las manos manchadas de sangre. Durante la década del setenta, una activa política exterior ‘independiente’ de Moscú lo llevaría a aliarse con la República Popular China, entonces enfrentada a la Unión Soviética. Deseoso de ser reconocido como un estadista de primera clase, el dictador se embarcó en negociaciones sobre los grandes conflictos mundiales intentando convertirse en mediador en la crisis árabe-israelí y en las relaciones entre la URSS y Occidente. Desde sus primeros años Ceaucescu impuso un culto a la personalidad que no conoció límites - en el cual su rostro y el de su mujer aparecían en todos lados a lo largo del país - y llevó adelante un régimen represivo con el objetivo manifiesto de convertir a Rumania en una potencia mundial. Para ello, por ejemplo, mantuvo una férrea política demográfica: prohibió el aborto y los anticonceptivos, incentivó los nacimientos, dificultó los divorcios, y montó una infame red de orfanatos para hacerse cargo de los hijos resultantes de estas medidas, a los que sus padres no podían mantener. Las imágenes de niños desnutridos en estas instalaciones horrorizaron al mundo en la década de 1990, cuando tras su caída comenzaron a salir a la luz. También encaró ambiciosos y fallidos planes económicos, como el proyecto en la década de 1970 de convertir a Rumania en el principal refinador de petróleo de Europa, que culminó con deudas impagables, una fuerte caída en la calidad de vida y escasez de alimentos y combustibles, a la vez que mantuvo la censura y una brutal represión a cargo de la Securitate, la siniestra y temida policía secreta. En su insanía, se hacía llamar Conducător (líder) y se mostró como un admirador del estilo de gobierno de Kim Il-sung en Corea del Norte y de Mao Tse Tung en China, a quienes conoció en una gira en 1971. Este estilo personalista, ambicioso y aislacionista cultivado en oriente de “tiranuelos megalómanos” en palabras del historiador Eric Hobsbawm, y reproducido por Ceaucescu, iba en contra del programa burocrático de la URSS posterior a la muerte de Stalin por lo que las relaciones con Moscú eran difíciles. Obsesionados por un delirio persecutorio sin paralelo, los Ceaucescu veían enemigos en todas partes. Innumerables historias, verídicas o verosímiles, se tejieron en torno a su régimen. Una de ellas relata que, temeroso de ser asesinado a través de células radiactivas, Ceaucescu exigía utilizar un nuevo traje cada día. Las prendas del dictador debían ser elaboradas por sastres italianos y eran presentadas envueltas en envases al vacío y una vez utilizadas eran quemadas. A mediados de los años 80, Ceaucescu quiso inmortalizarse a través de la construcción del palacio presidencial más grande de la historia. Para ello, no titubeó en derribar varias manzanas de un barrio histórico de la capital, sin importarle el patrimonio cultural de la zona. Quien haya estado alguna vez en Bucarest habrá podido observar el monstruoso edificio, símbolo de una megalomanía sin límites. Al final de su sangriento régimen, se estimaba que había robado miles de millones de dólares de las arcas públicas y las había desviado a cuentas personales, principalmente en Austria. La caída del régimen del Sha de Irán, en 1979, agregó complicaciones a la economía comunista rumana. El precio del petróleo subió considerablemente y el país debió exigirse esfuerzos mayúsculos para abastecerse energéticamente. Los cortes de luz y el desabastecimiento se hicieron moneda corriente durante los años ochenta. Para cumplir con los compromisos externos, a los efectos de satisfacer el pago de los intereses de la deuda, Ceaucescu decidió exportar la totalidad de la producción agrícola e industrial del país. Los rumanos, en tanto, se convirtieron en meros sobrevivientes que debían recorrer las calles para alimentarse con desperdicios. Racionamientos de comida fueron introducidos y se le dio la orden a los hospitales de no atender a aquellos enfermos que superaran los sesenta años. Prácticamente se desactivó la red de comunicaciones y la televisión quedó reducida a unas pocas horas diarias en las que el pueblo era instruido sobre las inmensas virtudes de estadista del "Conducator" y su esposa. El malestar de la población alcanzaría, hacia fines de la década, el nivel del hartazgo. En noviembre de 1989, un mes antes del desenlace, el Partido Comunista Rumano confirmó una vez más a Ceaucescu como secretario general e hizo una fuerte condena a las políticas de apertura iniciadas en el lustro anterior por Gorbachov en la Unión Soviética y por los distintos regímenes comunistas de Europa Oriental. Simultáneamente, caía el Muro de Berlín. A comienzos de diciembre de ese año, importantes demostraciones en contra del régimen estallaron en la ciudad de Timisoara, cercana a la frontera con Hungría. El día 17, la Securitate y las fuerzas armadas comenzaron a reprimir las manifestaciones. Ceaucescu, en tanto, tuvo que volver anticipadamente de una gira a Irán. El día 20, denunció en un discurso televisado que los sucesos de Timisoara eran producto de la "interferencia extranjera en los asuntos internos de Rumania" y que constituían un "ataque a la soberanía de la Nación". Presionado por los acontecimientos, el día 21, Ceaucescu encabezó un acto multitudinario en pleno centro de la capital. La prensa oficialista describió la concentración como el resultado de "un espontáneo movimiento de apoyo al Conducator".La realidad, naturalmente, era muy distinta. Ceaucescu comenzó a repetir las virtudes del comunismo y los logros de sus veinticinco años "revolucionarios". Calificó a las protestas en Timisoara como "agitaciones fascistas de quienes quieren destruir el socialismo". El tirano, sin embargo, se había creído sus propias mentiras: la población, esta vez, le daba la espalda. Es así como a los pocos minutos para su sorpresa, comenzaron las protestas. Lo inimaginable había sucedido. Ceausescu y su mujer intentaron escapar del país, pero su destino estaba marcado. Condenados a muerte, el pelotón recibió la orden de no apuntar a las cabezas de la pareja a los efectos de que la población pudiera reconocer sus rostros. Y así sucedió. Acribillados a balazos, tuvieron lo que merecieron. La hora del castigo había llegado. Han pasado tres décadas desde la caída del comunismo y Rumania es ahora un país integrante de la UE con una economía en crecimiento, pero para muchos, el recuerdo de sus monstruosos crímenes sigue presente en la memoria hasta el día de hoy :(