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miércoles, 4 de agosto de 2021

EE.UU.: ¿Una guerra inevitable?

En la antigua Grecia, un general supuso que la guerra entre Atenas y Esparta era ineludible debido a los temores espartanos sobre el crecimiento del poder ateniense. ¿Lo que está sucediendo entre Washington y Beijing es su equivalente en el siglo XXI? Sucede que China inicialmente rechazó una visita de la subsecretaria de Estado de los EE.UU., Wendy Sherman. La visita se retrasó, pero los puntos principales de por qué sucedió ello permanecen y se trasladaron a la reunión posterior en Tianjin, que reflejó el duro enfrentamiento que tuvo lugar en Alaska en marzo. En este feroz intercambio de palabras, el viceministro de Relaciones Exteriores de China, Xie Feng, rechazó severamente la ley estadounidense. Y su mensaje fue claro: China se ve agravada por lo que percibe como una flagrante falta de respeto a sus propios intereses por parte de un EE.UU. que está empeñado en preservar su hegemonía a toda costa. En el contexto de toda esta hostilidad, Beijing ve la premisa de Biden de que EE.UU. "a veces puede cooperar con China" como una retórica superficial y vacía que no neutraliza ni equilibra el antagonismo subyacente que Washington desahoga hacia ella. Xie procedió por ello a condenar a EE.UU. por vilipendiar a China como un "enemigo imaginario". El enfrentamiento ha llevado a varios medios de comunicación y comentaristas políticos a indicar que la relación entre los dos países está bloqueada y en una espiral descendente, por lo que la salida de Trump de la Casa Blanca no fue de hecho un cambio de juego como se preveía y que China está endureciendo su postura antiestadounidense, como se evidencia por la reprimenda verbal mostrada durante las reuniones. Entonces, ¿hacia dónde se dirige la relación entre EE.UU. y China? ¿Y se puede salvar? La posición oficial de Beijing es que “no busca una rivalidad global con Washington”, sino que son los EE.UU. quienes estan optando conscientemente por una relación tan antagónica por una multitud de razones, a las que China “se ha visto obligada” a responder. De alguna manera, es un ejemplo clásico de la llamada “competencia geopolítica” surgida a lo largo de la historia, donde las grandes potencias encuentran que sus intereses nacionales chocan y descienden por ello a un círculo vicioso de desconfianza, hostilidad mutua e incapacidad para llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes. Este fenómeno entre una potencia existente y una potencia en ascenso a menudo se le conoce como la "trampa de Tucídides", un término tomado de la antigua Grecia que argumenta que tal competencia geopolítica tiene un alto, aunque no siempre inevitable, riesgo de caer en una guerra. ¿Pero sucederá eso en este caso? Ciertamente, el ciclo de confrontación se está calentando, y la retórica, al menos, es feroz, y para muchos analistas, la confrontación en Tianjin fue una confirmación de eso, tanto como lo fue en Alaska. Si bien China argumenta que está “feliz” de coexistir con los EE.UU., por el otro lado, sus propias líneas rojas con respecto a su economía, su soberanía nacional e ideología ahora chocan fundamentalmente con Washington hasta un punto en el que un deshielo parece ser muy difícil de lograr, sino todo lo contrario. Beijing dice que quiere ser tratado con respeto y presentó una serie de demandas al respecto. Pero cuando se trata de los detalles, cumplirlos significaría compromisos enormes en la forma en que EE.UU. opera sus intereses de política exterior y viceversa para cualquier cosa que estos últimos exijan a China. ¿Alguna de las partes renunciaría, por ejemplo, a su participación en Taiwán? La respuesta todos la conocemos. Allí radica el problema. Este espacio reducido para el compromiso significa que las dos partes inevitablemente quedaran atrapadas en un ciclo de respuestas mutuas y hostilidad, y sospecha de que su oponente está persiguiendo malas intenciones contra ellos. Acabamos de ver un ejemplo de eso, ya que antes de la reunión de Sherman, China desató una serie de contra-sanciones contra EE.UU. por las sanciones sobre Hong Kong la semana pasada. China argumenta que está respondiendo de la misma manera a EE.UU.; Pero Washington responde que ello es inaceptable. Ambas partes tienen expectativas y requisitos de la otra que se han vuelto desagradables a nivel nacional y político, en ambas partes. Por lo tanto, se afirma que la relación entre EE.UU. y China están congeladas y el espacio para rebajar dichas tensiones se han reducido sustancialmente. Esto es precisamente lo que la administración Trump esperaba lograr en sus últimos días. No querían que Biden tuviera el espacio político para retroceder en la política exterior asertiva de Trump hacia China, y parece que la postura agresiva es ahora un consenso de la política estadounidense. No hay señales de que Washington esté a punto de cambiar pronto, y es obvio hacia dónde irá el camino si un republicano ingresa a la Casa Blanca en el 2024. Entonces, ¿dónde deja eso a los responsables de la política exterior en Beijing? Dicen que no quieren la hegemonía global y no pretenden “desplazar” a EE.UU. y, si bien - esto es técnicamente cierto - China no está exportando su ideología, si está intentando construir abiertamente un orden mundial propio, gracias a su formidable poder económico en países que tradicionalmente eran “aéreas de influencia” de los EE.UU. como por ejemplo en América Latina, África y Medio Oriente. A modo de excusa, China dice que se ve “obligada” a desarrollar dicha estrategia en respuesta a lo que está haciendo EE.UU. en su ‘patio trasero’, como en el Mar Meridional de China, Corea del Norte, Taiwán y Hong Kong. Afirma además que tiene que lidiar con el hecho de que EE.UU. está tratando de bloquear los avances tecnológicos de China, así como tratando de militarizar su periferia, provocando disturbios en varias regiones bajo férreo control chino, como Uiguristán y Tibet, así como inmiscuyéndose en los asuntos de Taiwán, a la que siempre ha considerado “su provincia rebelde”. Además de ello, agrega que los EE.UU. está intentando presionar a sus aliados para cambiarse de bando y construir coaliciones en su contra, para que en última instancia, en pocas palabras: "Contener el ascenso de China". Es indudable que China está buscando convertirse en una superpotencia mundial, tal como lo predicen muchos analistas, pero no obstante, su ascenso como un país cada vez más próspero está siendo amenazado por los EE.UU. cuya decadencia no se puede ocultar. Por lo tanto, como dijo Xie Feng, China presionará por defender sus intereses en cualquier parte del mundo, independientemente de lo que quiera EE.UU. Entonces, ¿dónde nos deja eso? ¿Cuál es la respuesta a la pregunta planteada en la trampa de Tucídides: la guerra entre ambos países será inevitable - y solo es cuestión de tiempo - tal como lo fue entre Atenas y Esparta? Si bien sigue siendo poco probable que a corto plazo estalle una guerra entre las dos partes dado el resultado absolutamente catastrófico de tal compromiso por ser ambas potencias nucleares (independientemente de quién gane) con capacidad para que sus misiles intercontinentales puedan llegar perfectamente a territorio enemigo, el argumento de que la rivalidad entre EE.UU. y China está "encerrada" en un círculo vicioso es, sin embargo, uno que está ganando cada vez más popularidad. Las manos de ambos bandos están ahora atadas en un camino que, aunque quisieran salir, exigiría compromisos que no son de entrada en lo que tienen que hacer en casa. Los intentos de diálogo no funcionan y se están convirtiendo en gritos destemplados de ambas partes, lo que nunca es una buena señal. Por lo menos, parece que nos encontramos durante muchos años de rivalidad tensa, incluso amarga, ideológica, política y económica entre los dos, similar a la Guerra Fría que se desarrolló entre Estados Unidos y la Unión Soviética, pero una que tendría un resultado muy diferente y que podría acabar con la humanidad :(
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