Como sabéis, la entidad sionista - que tiene las manos manchadas con la sangre de los palestinos desde su ilegal y arbitraria “fundación” en 1948 sobre tierras que nunca le han pertenecido - acaban de realizar las quintas elecciones celebradas en menos de cuatro años, que se han saldado con la victoria de Benjamin Netanyahu con 31 escaños. Un triunfo que sirve directamente a los intereses personales del vencedor y sus socios ultranacionalistas, pero no necesariamente a los de los 9,4 millones de israelíes y, obviamente, tampoco a los palestinos. De nada sirve, en primer lugar, que se haya registrado el mayor nivel de participación desde el 2015, con un 71,3% de los 6,78 millones de potenciales votantes, dado que eso solo ha originado una mayor movilización del electorado más conservador y radical, mientras que los votantes moderados han vuelto a desmovilizarse. Tampoco los tres procesos legales contra Netanyahu han convencido a los votantes de que apostar nuevamente por un líder cada vez más cercano a la extrema derecha no podía ser interpretado ni siquiera como un mal menor. Por el contrario, haciendo frente a todos los que han conformado la coalición anti-Bibi, alrededor de Naftali Bennett y Yair Lapid, en una amalgama gubernamental inmanejable que solo compartían su aversión por quien ya era entonces el primer ministro más longevo en el cargo, Netanyahu ha logrado volver a colocarse nuevamente en el centro de la escena nacional. Su victoria le servirá no solo para volver a blindarse judicialmente, sino también para desactivar el sistema judicial, y especialmente el Tribunal Supremo, en su intento por defender su independencia y poder controlar los desmanes parlamentarios. Y en ese empeño tendrá también el inequívoco apoyo de sus previsibles socios de Gobierno, igualmente interesados en garantizar un mayor margen de maniobra para llevar adelante su agenda supremacista antiárabe, buscando instaurar en su insania criminal los imaginarios limites del denominado “Gran Israel” que según sus afiebrados propulsores, va desde el Nilo hasta el Éufrates. Junto a los ya sobradamente conocidos por su tendencia ultraortodoxa Shas (11 escaños) y Judaísmo Unido de la Torá (ocho), merece especial mención Sionismo Religioso (15). Se trata de una lista en la que se han cobijado elementos ultraderechistas aplaudidos incansablemente por colonos y ultraortodoxos integrados en formaciones que incluso la justicia israelí había identificado en su día como promotores del terrorismo, pero que bajo el liderazgo de Bezalel Smotrich (y, sobre todo, de Itamar Ben Gvir, cabeza de Poder Judío, integrante de esa coalición fundamentalista) está ahora en condiciones de marcar en buena medida la agenda a Netanyahu. De momento ya ambos han dado a conocer su intención de ocupar las carteras de Defensa e Interior en el próximo Gobierno. Lo chocante es que ese extremismo le puede servir incluso a Netanyahu para presentarse como el único ‘moderado’ del gabinete, haciéndose pasar por un actor imprescindible para evitar sus desatinos. Entretanto, en claro contraste con este imparable desplazamiento del electorado israelí hacia posiciones cada vez más extremistas, cabe reseñar que los partidos de izquierda han cosechado los peores resultados de la historia, con los laboristas apenas superando el listón mínimo para contar con representación parlamentaria (3,25%) mientras que todo apunta a que Meretz se queda fuera. Sin lugar a dudas, se trata de una victoria que es una pésima noticia para los palestinos - tanto en el Territorio Ocupado Palestino como en el interior de Israel-, en la medida en que no solo supone seguir adelante con la ampliación de los asentamientos (previa expulsión de sus legítimos propietarios palestinos) y la paralización de cualquier posible negociación que pueda llevar a un acuerdo de paz, sino porque apunta abiertamente a una próxima anexión de Cisjordania, arruinando por completo la idea de dos Estados en la Palestina histórica, propulsado por la ONU pero siempre rechazado por los ultranacionalistas y que ahora serán gobierno. Aunque nada de eso es nuevo, la victoria de Netanyahu certifica que ya no cabe esperar ninguna presión relevante por parte de la sociedad israelí para reconducir un proceso que supone la más absoluta negación de los derechos de quienes son vistos en gran medida como violentos y, directamente, terroristas. Los palestinos son, en última instancia, las principales víctimas de una deriva ultranacionalista y fundamentalista que va acompañada de un generalizado abandono por parte de quienes cabría identificar como sus aliados naturales - unos corruptos gobiernos “árabes” alineados con los EE.UU. y que prefieren el acercamiento a Israel a mantener la defensa de una causa que nos les reporta ningún beneficio -, de una Unión Europea que sigue sin atreverse a ser coherente con sus propios valores y principios y de unos EE.UU. que, como ya demostró antes el Criminal de Guerra y califa de ISIS, el musulmán encubierto Barack Hussein Obama y ahora el discapacitado físico y mental de Joe Biden, no están dispuestos a contradecir a su principal aliado en la región, por muchos dolores de cabeza que ese vínculo pueda provocar. Visto desde fuera, parece claro que no es este el camino para asentar una democracia, sino más bien un modelo de apartheid que contradice los presupuestos de una religión y una población que no puede pensar que el cumplimiento de su sueño político pasa definitivamente por la ruina de otro pueblo con más derechos que los suyos. Pero Netanyahu y quienes lo apoyan están en otra línea y lo peor es que ya a casi nadie parece importarle. De esta manera y con la actual configuración de alianzas, el bloque que apoya a Netanyahu es el más extremista de la historia y tiene como objetivo primordial afianzar aún más la ocupación de territorios palestinos. Como ya anotamos líneas arriba, uno de quien será clave para la vuelta al poder de Bibi, es Itamar Ben-Gvir, de Poder Judío, cuya retorica incendiaria ha escandalizado en reiteradas ocasiones a los propios conservadores, y por cuyas posiciones radicales había sido marginado de formar parte de sus gobiernos. Su agenda incluye - entre otros puntos - el pleno dominio israelí de Cisjordania, la expulsión y/o el exterminio mediante una “limpieza étnica” de todos los palestinos, a quienes califica de ‘terroristas’ (que componen el 20 por ciento de la población del país), la demolición de la mezquita de Al-Aqsa y el Domo de la Roca para reconstruir en su lugar el gigantesco templo judío de la época de Herodes, la imposición del derecho religioso , la destrucción del sistema judicial y una guerra de agresión contra Siria, Egipto, Jordania e Irak para arrebatarles los territorios “que en su día pertenecieron a los imperios de David y Salomón”. El mes pasado, Yaakov Katz, editor jefe del Jerusalem Post, describió a Ben-Gvir como “la versión israelí moderna de un supremacista blanco estadounidense y un fascista europeo”. Un Gobierno que le abra las puertas, advirtió Katz, “asumirá el perfil de un Estado fascista”. Los tiempos han cambiado y si antes eran unos apestados, ahora que sus votos son necesarios, son bienvenidos. Si bien hasta hace dos años, su partido de extrema derecha no era tomado en cuenta para nada, Ben-Gvir logró obtener un escaño en la Knéset gracias a un acuerdo entre pequeños partidos extremistas orquestado por Netanyahu antes de las elecciones del 2021. El líder de Poder Judío no ha dejado de ganar adeptos desde que este verano se derrumbó un efímero gobierno de coalición, atrayendo la atención de los medios israelíes con discursos encendidos y un vigoroso programa de campaña. Ha cosechado votos que antes iban a parar a la ya disuelta alianza Yamina y atrae tanto a la comunidad ultraortodoxa como a los votantes del Likud, frustrados por la crisis política israelí. La violencia entre comunidades que el año pasado se desató en las calles y la inclusión de un partido árabe en el último gobierno conmocionaron a la opinión pública, que lo califico de “traición”. Cabe precisar que las opiniones antiárabes de Ben-Gvir se moldearon mientras crecía durante la primera intifada. Hijo de inmigrantes judíos laicos de Irak, se unió al movimiento juvenil del partido Kach de adolescente y en 1995 se hizo famoso por amenazar al primer ministro, Isaac Rabin, tres semanas antes de que lo asesinaran. Las Fuerzas de Defensa de Israel lo eximieron del servicio militar debido a sus actividades en la extrema derecha. Ben-Gvir tiene ahora 46 años, ha desarrollado su carrera como abogado defendiendo a extremistas judíos y vive en la inestable ciudad cisjordana de Hebrón, uno de los principales objetivos del movimiento colono israelí. Dicen que en el 2019, antes de su fallida candidatura a la Knéset, para tratar de parecer más moderado retiró de su salón una foto del terrorista Baruch Goldstein, el colono que en 1994 entró en la mezquita de Hebrón y asesinó a 29 palestinos. Tras lograr su escaño en la Knéset, Ben-Gvir ha rebajado momentáneamente la retórica que le llevó a ser condenado por incitación al odio, pero sigue abogando por deportar a los palestinos de Israel. Durante los violentos enfrentamientos en un barrio problemático de Jerusalén Oriental, Ben-Gvir fue noticia hace poco por sacar una pistola y gritar a la policía que disparara a matar a un grupo de manifestantes palestinos. Según el profesor Asad Ghanem, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa y coautor del libro Israel in the Post Oslo Era (Israel en la era posterior a los Acuerdos de Oslo), el ascenso de Ben-Gvir refleja la tendencia generalizada hacia el autoritarismo en todo el mundo. También está relacionado con el fracaso del proceso de paz de los dos Estados y la intensificación reciente del conflicto. “Hasta [los acuerdos de paz de] Oslo, para Israel, el principal enemigo siempre estaba fuera. Ahora, debido a la Autoridad Palestina y al auge de los movimientos islámicos, la amenaza se considera interna”, dijo Ghanem. “Muchos judíos lo ven como una cuestión de vida o muerte, necesitan tener todos los frentes abiertos: si la opción de dos estados no existe, hay que mantener a los palestinos bajo control y la gente siente que la mejor manera de hacerlo es con una firme política anti-palestina”, aseguró. Sin duda alguna, la llegada al poder de estos sectores extremistas que hacen del odio su forma de vida, solo intensificara la violencia en una eufemísticamente llamada “Tierra Santa” que desde hace décadas no conoce la paz :(