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miércoles, 22 de noviembre de 2023

THANKSGIVING (2023): Macabra, sangrienta … e inesperadamente divertida

Al director Eli Roth le precede su fama. No solo por ser el protegido y pupilo de Quentin Tarantino. También, por su capacidad al desafiar las expectativas de los fanáticos del género de terror. Algo que convirtió a Hostal — que escribió, dirigió y produjo — en una mirada novedosa a la ultraviolencia. La cinta, convertida en objeto de culto, combinó paranoias, terrores colectivos y teorías conspirativas en una trama brutal que aterrorizó incluso a los devotos del terror corporal. También dejó claro que el director, tenía la firma intención de reinventar la idea de lo espeluznante. Thanksgiving tiene mucho de esa capacidad del realizador al transgredir e incomodar. Para comenzar, se trata de un experimento metarreferencial, dedicado a los más devotos del cine de horror. La premisa de la película, proviene de tráiler falso presentado en 2007 junto a Quentin Tarantino. Por lo que comenzó con seis escenas en las que podía verse sangre derramada y decapitaciones explícitas, se convierte ahora en una historia que llega al mismo lugar. Pero Eli Roth tiene la suficiente habilidad, para analizar el argumento desde sus dimensiones más novedosas. Para comenzar, la película está hecha a la medida de las tradiciones que rodean a la festividad titular, a la que ironiza con crueldad. La trama, ambientada adecuadamente en Plymouth (Massachusetts) no pierde el tiempo en dejar claro, que su propósito es la brutalidad. Pero no la de un asesino — no de inmediato ni en forma exclusiva — sino en algo más elaborado. Por lo que la primera secuencia comienza como una estampida de compradores embrutecidos por la avaricia que termina en un hecho violento a gran escala. La cámara del cineasta no deja de moverse de un lado a otro y brinda la sensación que la crueldad no es ajena a ninguno de sus personajes. Para la ocasión, utiliza el recurso de la grabación de una cámara de móvil, con la pericia suficiente para que lo que ocurre sea cada vez más desagradable y claustrofóbico. Pero la cinta no quiere dar sermones ni le interesa particularmente algún punto ético. La multitud enardecida, que transforma la tradicional compra de Black Friday en un horror colectivo, es despiadada y anónima. Como si se tratara del anuncio de un asesino en serie escondido entre ella. De hecho, la idea es más evidente que nunca, cuando el suceso se vuelve viral y satura todos los medios de comunicación. Para el director, la cosa está clara. El mal y la voracidad, no son exclusivos de criaturas marginadas o bordes. Una y otra vez, la película repetirá su mensaje, como si la legión de compradores de aspecto corriente fueran el anuncio del baño de sangre — y no es exageración — que se aproxima al argumento. Luego de la impactante secuencia de apertura, la trama avanza un año para mostrar que el dueño de la tienda en la que sucedió la tragedia, no aprendió mucho del incidente. De hecho, planea de nuevo reabrir, a pesar de que su hija — y cualquier personaje sensato a su alrededor — insiste en que no lo haga. Eli Roth juega entonces con la posibilidad de deshumanizar todavía más la idea de brutalidad y de la violencia sin límite. Por lo que la llegada del asesino titular (con una apropiada máscara de John Carver) parece una consecuencia y una forma de justicia retorcida. Pero de nuevo, el guion Jeff Rendell no tiene el menor interés en dar lecciones sobre cómo ser un buen ciudadano. Por lo que convierte a su asesino, en una máquina de matar. Una imparable, con habilidad en diversas armas asombrosas y sin duda, con más sed de sangre que con un propósito real. A menos, que ese sea el matar, de la forma más dolorosa posible, a todos los sobrevivientes de lo acaecido en la escena inicial. Es evidente que Thanksgiving está perfectamente calculada al utilizar las expectativas del proyecto ficticio de Grindhouse y convertirlo en un universo independiente. La idea funciona, en la medida que el director, se atiene a la estética de la película de la que proviene y la capacidad de la película para reírse de sí misma. No solo no se toma en serio. Además, convierte la colección de cabezas cortadas, órganos colgantes y gritos de pánico, en una especie de siniestra seguidilla de horrores satíricos. Con la sangre muy roja salpicando incluso la cámara, es notorio que la película es un chiste negro que se hace más depravado a medida que avanza la trama. Claro está, también hay espacio — y material — al convertir al asesino disfrazado de peregrino en un juego de trampas de guion acerca de su identidad. El argumento narra las diferentes pistas y logra que descubrir quién se esconde detrás de la máscara se convierta en una burla. A la celebración de Acción de Gracias y también, a la moralidad de la que la película ironiza en cada oportunidad posible. En su escena final — que anuncia una secuela — un punto es evidente. Eli Roth convierte a su asesino en una criatura lóbrega involuntariamente burlona. Y a su película, en una rara mezcla entre sátira y un horror tan violento que casi resulta repulsivo. Quizás, el sello distintivo de su filmografía.
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