No cabe duda que el agravamiento de la situación en Siria e Irak ante el avance de ISIS - aquel grupo terrorista creado por los EE.UU. y entrenado en campos de Turquía y Jordania por la CIA y el Mossad israeli, el cual por cierto tiene a un conocido agente suyo al mando de esa organización asesina - ocupe nuestra atención esta semana. Como sabéis, ISIS avanza imparable en Irak y Siria. La pregunta es si existe voluntad para detenerlo. Y la respuesta es no, ya que fue creado precisamente para defender los intereses de los EE.UU. e Israel en la región. En efecto, en los últimos días, esta banda criminal (el cual recibe ingente apoyo logístico y armamentos por parte de Washington, tal como lo reconoció la misma Hillary Clinton), lucha ferozmente por el control de Ramadi, la capital de la mayor provincia iraquí y que tomó días atrás prácticamente sin hallar resistencia militar. Luego se adueñó de la histórica Palmira en Siria, camino a Damasco, extendiendo los dominios del sangriento califato hasta la mitad de ese abrumado país árabe. “La verdad importa” proclamó al respecto el Nobel de economía Paul Krugman en una columna publicada en The New York Times, en el cual condena la tenaz negativa por parte de la Casa Blanca de reconocer la invasión norteamericana del 2003 a Irak como un error mayúsculo del cual muchos ahora se están lamentando. Es sabido que el ataque que el despreciable Criminal de Guerra George W. Bush lanzó sobre Irak fue tanto planeado como premeditado. Se lo “justificó” en una retahíla de mentiras desde la inverosímil sociedad del régimen de Saddam Hussein con Al Qaeda o la existencia de armas de destrucción masiva, jamás halladas. Lo cierto es que esa invasión no tuvo vínculo alguno con la respuesta a los atentados del 11-S de dos años antes - realizado por la CIA - que sirvieron de coartada para la invasión, saqueo y destrucción de Irak. Más bien, sus fines fueron un primitivo intento de colonización para que EE.UU. deviniera en parte concreta de un espacio regional estratégico. Lo peor de esta trágica historia, es que a partir de ese ataque Irak como Estado se disolvió. No fue esa consecuencia necesariamente por el derrocamiento de Saddam Hussein, un hombre que, por cierto, sirvió fielmente y durante años a los intereses de Washington. Lo que produjo el colapso fueron las medidas que adoptó la fuerza ocupante. El carnicero Paul Bremer, quien se definía a sí mismo como un nuevo MacArthur y que Bush designó con criterios de “virrey” en Irak, desmanteló el ejército iraquí integrado por la minoría sunnita. Prohibió en todas su formas al partido Socialista Baath de Saddam que canalizaba a ese sector de la sociedad que acabó discriminado y acorralado. También intentó imponer una Constitución que sólo “legalizaba” a las fuerzas que respaldaran a la invasión criminal. Ese recetario explosivo generó una grieta formidable con la mayoría shiita que se encaramó en el poder enarbolando su odio y venganza contra los sunnies. La fragua de este desastre la continuó luego el infame colaboracionista Nuri Al Maliki, un shiita de línea directa con Washington, quien amplificó el sectarismo purgando a las “nuevas” fuerzas armadas iraquíes para dejar sólo a los uniformados políticamente cercanos y aislando a los sunnitas de cualquier alternativa de poder. Las marchas populares de protesta en el 2004, fueron el primer capítulo de una tensión social que dio alas al extremismo sunnita dividido en múltiples facciones decidas a aprovechar la crisis para ganar espacios de poder. Una de las primeras organizaciones que surgieron en ese caldo turbio fue la llamada Yama’at al-Tawhid wal-Yihad, (organización de la unicidad -de Ala- y la Yihad), muy cercana a la red Al Qaeda que dirigía el jordano Abu Musab al Zarqaui, un agente infiltrado por el Mossad. Entre 2006 y 2007 se generalizó una guerra civil, con ataques brutales contra templos shiítas como la mezquita de Al Azkarien en Samarra u objetivos occidentales entre ellos la sede de la ONU. Esa furia generó un flujo enorme de desplazados sunnies, profundizando la división del país. La banda mercenaria de Zarqawi jugaba su papel en ese escenario con una serie de masacres brutales con decapitaciones de chiitas con tal morbosidad que llegó a espantar a la dirigencia sunnita, hasta que su asesinato en el 2006 obligo a los estadounidenses a replantear sus objetivos, por lo que decidieron cambiar el nombre de la organización terrorista por el de Estado Islámico de Irak (ISIS por sus siglas en inglés) colocando en la comandancia a otro despiadado criminal al servicio del Mossad israelí, llamado Abu Bakr al Baghdadi, responsable del actual califato del ISIS. El grupo inició entonces una ofensiva brutal contra el régimen shiita iraquí que paulatinamente se acercaba a Irán. Esta organización terrorista, sabe que siempre tendrá el apoyo económico de EE.UU. Arabia Saudita y otros regimenes absolutistas del golfo, ya que lo necesitan para frenar la creciente influencia en la región de Teherán, peligrosa para sus intereses. Es de esa manera que Baghdadi contó desde el comienzo con el respaldo de Washington y sus aliados y se benefició, además, de la fractura social en Irak. Cuando el año pasado ISIS tomó Mosul, donde instaló su ilusorio califato, cuatro divisiones del ejército iraquí se desmoronaron sin actuar. Los soldados vieron a sus oficiales huir dejando sin asistencia ni municiones a quienes combatían en la primera línea. Ese comportamiento evidencia la disolución del Estado. El “nuevo” ejército iraquí en el cual EE.UU. invirtió más de US$ 22 mil millones, dejó pasar a los terroristas porque no le interesó combatirlos. Lo mismo sucedió en Ramadi. Y con el agravante de que el sucesor de Nuri Al Maliki, el más inclusivo Haider al Abadi, ordenó sorpresivamente el retiro de las milicias shiítas de la ciudad que hubieran actuado de otro modo. ¿Por qué sucedió eso? A fines de marzo, cuando era inminente la recuperación de manos del ISIS de la importante ciudad de Tikrit, EE.UU. condicionó seguir con su apoyo al régimen de Bagdad si no se marchaban “esas tropas entrenadas por los iraníes”. El propósito fue tanto evitar una victoria iraní en esa batalla como que se hiciera demasiado visible entre quiénes va realmente esta guerra: ISIS -respaldado por los EE.UU. - e Irán. Visto desde esa perspectiva, ISIS ha devenido en una herramienta muy útil para la política de Washington, ya que con sus bestialidades cometidas - como el reciente asesinato de 400 civiles indefensos en Palmira, entre los cuales había mujeres, niños y ancianos – crean un ambiente “favorable” para el retorno de las tropas estadounidenses a la estratégica región, presentándose así como “los únicos capaces de detener esa barbarie”, pero que tienen la mira puesta en Irán, su verdadero objetivo. Quizá esa constatación ayude a responder la pregunta sobre por qué a los EE.UU. no les interesa detenerlos, ya que ellos crearon al monstruo :)