Venga ya, en esta oportunidad no voy a referirme al fracaso de la cumbre del G7 realizado en Canadá ni al encuentro circense entre Donald Trump y Kim Jong-un llevado a cabo en Singapur, sino a un álgido asunto que no deja de llamar la atención y es lo que sucede en Bélgica, que se debate en medio de las aspiraciones independentistas de quienes la conforman. En efecto, pocos países en el mundo están tan profundamente divididos en lo político y lo social como este, por lo que muchos analistas consideran que su desaparición es solo cuestión de tiempo. Con una extensión de poco más de 30.000 kilómetros cuadrados y apenas 10 millones de habitantes, Bélgica cuenta con siete parlamentos, ocho si sumamos el Senado. Su Constitución la define como un “Estado federal que se compone de comunidades y regiones”, y es una monarquía parlamentaria. Este pequeño país del norte de Europa cuenta, por un lado, con un gobierno y un parlamento federal. Estos ejercen su poder en todo el territorio pero sus competencias son extremadamente limitadas: Exteriores, Defensa, Justicia, Hacienda, Seguridad Social y parte de Sanidad e Interior. El Parlamento federal se compone de dos cámaras: la Cámara de Representantes y el Senado. Actualmente cuatro fuerzas forman la conocida como coalición sueca (por los colores de los partidos que la componen) del gobierno federal belga: los democristianos (CD&V), liberales (Open VLD), los nacionalistas flamencos (N-VA) y los liberales francófonos del MR. Bélgica cuenta también con tres comunidades, las cuales son entidades políticas ligadas a las tres lenguas oficiales del país -francés, neerlandés y alemán-, y cuyas competencias están vinculadas a la lengua, la cultura, la educación o la producción audiovisual, donde cada comunidad tiene gobierno y parlamento propios. El país está dividido además en tres regiones, que constituyen entidades territoriales con una enorme autonomía: la Región de Bruselas Capital, la Región de Valonia y la Región de Flandes. Flandes, la de mayor extensión y también la más poblada, cubre la zona neerlandófona; Valonia, el área francófona y germanófona, y la Región de Bruselas Capital que es bilingüe, La mayor parte de las competencias políticas y sociales en Bélgica recaen en los gobiernos regionales que se encargan de Economía, Empleo, Transporte, Energía, Medioambiente y Planificación Territorial, entre otras. Las regiones son competentes además para las relaciones exteriores en todos los ámbitos de su gobierno. Bélgica es, en definitiva, compleja, caótica, y, en muchos sentidos, un desastre derivado de la gestión de un país profundamente dividido a todos los niveles. Aunque sobre el mapa Bélgica es un país único, en la práctica lo forman al menos dos. En Bélgica, la cuestión fundamental no es tanto la relevancia del nacionalismo flamenco como el hecho de que no existe unidad nacional a casi ningún nivel. No hay periódicos, ni canales de televisión, ni referentes culturales, ni partidos políticos nacionales. Lo único nacional, a parte del chocolate, las patatas fritas y la cerveza, es la selección de fútbol (los Diablos Rojos) y hasta los cánticos son bilingües. En Bélgica no hay política nacional, sólo una suma de intereses, un precario equilibrio que se rompe a menudo, en un país acostumbrado a ver caer a sus gobiernos cada pocos meses, a largas negociaciones para formar gabinete -tienen el récord del mundo de un país sin gobierno-, a evitar dimisiones para no dar al traste con la precaria configuración de un ejecutivo que, por ley, debe estar formado a partes iguales por francófonos y neerlandófonos. La Región de Bruselas es una pequeña isla entre Valonia y Flandes, el lugar donde el conflicto confluye, donde las comunidades francófona y neerlandófona tienen su capital, donde se alzan y caen los gobiernos federales, las señales y las calles son bilingües, las paradas de autobús y metro se cantan alternativamente en francés y neerlandés, el ruido del tráfico aéreo se reparte entre ambas regiones y los cines, en versión original, dedican media pantalla a subtítulos. Bruselas, una región en medio de Flandes con mayoría francófona, es un reflejo de un país dividido y al mismo tiempo una particularidad entre dos mundos que se oponen. Con una población extranjera que asciende al 42% de sus habitantes, Bruselas es una de las ciudades más cosmopolitas de Europa y es, además, sede de organizaciones internacionales, como la OTAN, y corazón de la Unión Europea. Que Bruselas sea territorio compartido es una de las claves de la endeble unidad nacional belga. La obligatoriedad de la enseñanza de las tres lenguas oficiales varía en cada región. La enseñanza del neerlandés es obligatoria como segunda lengua en la Región de Bruselas Capital, mientras que en las Comunas valonas de la frontera con Flandes es opcional. Lo mismo sucede con el alemán y el inglés en el resto de Comunas que no están en la frontera. En Flandes, el francés es opcional como segunda lengua. En la práctica, el idioma mayoritario es el neerlandés, pero son más los neerlandófonos capaces de hablar francés que al contrario. En Bélgica, el idioma es un muro social, pero no es la única diferencia. La Región de Flandes es la más extensa y también la más poblada. Flandes es el pulmón de la economía belga (casi el 60% del PIB), la que más crece, la más rica. Amberes, una de sus principales ciudades, es el tercer puerto más importante de Europa; tienen las mejores universidades (Lovaina o Gante, por ejemplo), más inversión extranjera y es el principal exportador del país (más del 70%). Mientras, Valonia, que fue en el siglo XIX una de las regiones de referencia en Europa, sufrió el hundimiento que siguió al cierre de la industria pesada, particularmente en sus ciudades más industrializadas. La inversión pública, a través del Plan Marshall 4.0, trata de impulsar la economía valona y fomentar la creación de empresas en la región y las inversiones extranjeras. El sector servicios, la construcción y, en menor medida, la industria, son los principales sectores de la economía del sur de Bélgica. En el ámbito político, Valonia, con una tradición sindical importante y un fuerte movimiento obrero, tiende a votar a la izquierda. En Flandes, la derecha ha hecho su fuerte y el principal partido belga, el Vlaams Belang, es, de hecho, nacionalista flamenco. La historia de esta corriente se remonta a la fundación de Bélgica, que logró su independencia de Holanda en 1830. Entonces, el francés, respecto al neerlandés, era la lengua mayoritaria entre las élites del país, mientras que los campesinos hablaban dialectos que en todo caso se asemejaban a las lenguas ahora oficiales. La presencia de una comunidad germanófona, sin embargo, se remonta a la Primera Guerra Mundial. Aunque las reivindicaciones por el reconocimiento del bilingüismo del país llegaron de ambos grupos, el conflicto en Bélgica tiene un origen lingüístico y la composición del país en torno al idioma hizo progresivamente que se convirtiera en una cuestión territorial. La politización del conflicto derivó en la división entre el norte, católico y campesino, y el sur, industrializado y obrero, que también votan de manera diferente. La gran ruptura entre las comunidades tiene lugar tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Flandes se convierte en el principal pulmón económico de Bélgica. Se producen entonces las primeras demandas que dieron lugar al Estado Federal belga. Lo curioso, explica Pascal Delwit, politólogo de la Universidad Libre de Bruselas (ULB), es que estas peticiones venían de sectores tanto de Flandes como de Valonia. De hecho, Bélgica lleva más de treinta años discutiendo su configuración, viviendo entre tensiones y rencillas políticas, en la absoluta falta de comunicación entre las dos partes de un país que, literalmente, no hablan el mismo idioma. Desde 1970, Bélgica ha llevado a cabo nada menos que seis reformas de su Constitución y desde 1993, es un Estado federal. La última reforma, entre 2012 y 2014, convirtió el Senado en una cámara de representación de las entidades federales (regiones y comunidades) y supuso una amplia transferencia de competencias del gobierno federal a las tres regiones en que se divide el país. También estableció la celebración de elecciones cada cinco años, coincidiendo con las europeas. Las siguientes tendrán lugar en 2019 y los nacionalistas flamencos quieren una nueva reforma del Estado federal para entonces. El independentismo flamenco en los últimos años, explica Pascal Delwit, es resultado precisamente de la federalización del Estado, que hace que progresivamente “la vida política, la vida económica, la vida cultural y la vida mediática giren más en torno a las regiones y menos en torno a lo federal”. Delwit apunta además a un segundo fenómeno que, entiende, no es exclusivo de Bélgica, sino que se reproduce en otros lugares: “Las regiones más ricas quieren separarse de las regiones más pobres. En Bélgica, la privilegiada Flandes estima que hay demasiadas transferencias de su parte hacia Bruselas y Valonia. Un problema que también se repite en Italia, donde el norte industrializado quiere separarse del sur agrícola y a los cuales mantienen con sus impuestos” expresó. Para Delwit, los movimientos nacionalistas en Escocia, Catalunya y Flandes son de derechas, al igual que en Italia. Hasta hace apenas unos años, el único partido independentista flamenco era el Vlaams Blok, origen del actual Vlaams Belang, un partido ultranacionalista, partidario de expulsar a los ‘refugiados’ - terroristas en potencia - y defender los valores cristianos frente a la amenaza del Islam. Pero en 2002 nació la N-VA (Nieuw-Vlaamse Alliantie), algo así como Alianza Neoflamenca. La N-VA es un partido nacionalista de derechas, con posturas particularmente duras en lo relativo a los asuntos socioeconómicos y la migración, que también defiende la independencia de Flandes. “Este movimiento se ha acelerado en los últimos años, tanto que en el 2014 la N-VA, se convirtió en el primer partido del país” aseveró. Precisamente el alcalde de Amberes y líder de la N-VA, Bart de Wever, ha empezado a hacer campaña por la independencia de Flandes de cara las elecciones comunales del 2018 y para las regionales y federales del 2019. De Wever llamó a filas a todos los que desean un Flandes próspero y solidario, a quienes quieren abrazar la identidad flamenca y desean un Flandes independiente. Bélgica no hace referencia en su Constitución al derecho de autodeterminación, no incluye la posibilidad de un referéndum sobre la independencia de ninguna de sus regiones ni ningún otro mecanismo político para negociarla, pero habría dos vías para lograrlo: La primera opción sería mediante el Parlamento Flamenco que podría hacer una declaración de independencia de Flandes de manera unilateral. La otra posibilidad, es una solución negociada. “El segundo punto es que cuando hablamos de Venecia, Escocia o Catalunya, la separación no sería difícil ya que son zonas diferenciadas de Italia, Reino Unido y España, respectivamente y no se consideran parte de ellas. En el caso de Bélgica, no es tan sencillo. Bruselas es la capital al mismo tiempo de la Comunidad Francófona y la Comunidad Flamenca y, por supuesto, es la capital de Bélgica, sede además tanto de la Unión Europea como de la OTAN, acogiendo asimismo una gran comunidad internacional - el 42% de los habitantes de Bruselas tienen una nacionalidad diferente de la belga - y entre los propios belgas, la mayoría son francófonos”, explica Pascal Delwit. Por lo tanto, entiende el politólogo, “es inimaginable la independencia de Flandes sin Bruselas”. Un problema que forma parte del debate interno de los nacionalistas flamencos, divididos respecto a esta cuestión. En la hipótesis de una negociación, según Delwit, el punto principal sería Bruselas, capital de facto de Flandes. Primero, porque la Región de Bruselas es también autónoma y, por lo tanto, supondría una adhesión, y segundo, porque esa adhesión sería difícilmente aceptable por una mayoría francófona en la capital. Aunque en la práctica la autonomía de Flandes es mucho mayor y las diferencias sociales, políticas y culturales bastante más amplias respecto al resto del territorio, la región se enfrentaría a dificultades mayores para conseguir la independencia. Algo difícil, pero no imposible, ya que el auge del nacionalismo en Europa le da alas a los flamencos, quienes confían en imponerse en los próximos comicios, logrando independizarse y que el nuevo país sea reconocido como tal por el resto de naciones. En cuanto a Bélgica, su existencia misma estaría comprometida. Creada artificialmente en 1830, como producto de conversaciones de despacho e intereses extraños y reducida a Valonia, no tendría sentido que continuase existiendo ya que los valones al ser francófonos, no verían con malos ojos ‘integrarse’ a Francia. El hecho es que solo el mantenimiento del actual status quo permite su supervivencia. La pregunta es ¿vale la pena? :(