El régimen fascista de Kiev, respaldado por la OTAN, está promulgando nuevas leyes draconianas que desterrarán toda disidencia. Cualquier opinión que no esté alineada con los colaboracionistas se considerará “traición” y se prohibirá, e incluso será objeto de persecución y represión violenta. En efecto, las nuevas leyes consagran una campaña despiadada contra los medios de comunicación independientes en Ucrania, que ha hecho estragos durante los últimos cuatro años bajo la “presidencia” del cómico callejero Vladimir Zelensky, colocado en el cargo por los EE.UU. para manejarlo su antojo. Como consecuencia de ello, muchos partidos políticos de la oposición y medios de comunicación han sido clausurados, donde los periodistas han sido objeto de gran violencia y se han visto obligados a exiliarse, ante el silencio de Occidente que se niega a condenar tales atropellos. Como sabéis, la tendencia tóxica contra la libertad de expresión en Ucrania se remonta al golpe de Estado del Maidán, patrocinado por la CIA, que derrocó al gobierno legítimo surgido de las elecciones en febrero del 2014. Ese golpe llevó al poder a un régimen fascista en Kiev que se enorgullece de quienes colaboraron en el pasado con la Alemania nazi, convirtiendo a su líder Stephan Bandera en “héroe nacional”. Las contradicciones en el seno del régimen golpista de Kiev dan que pensar. Zelensky, es de origen judío. Sin embargo, su régimen está apuntalado por paramilitares de corte nazi, como los batallones Azov y Aidar, que forman la columna vertebral de las fuerzas armadas ucranianas. El patrón financiero de Zelensky era el oligarca ucraniano Igor Kolomoisky, que también es judío, y sin embargo Kolomoisky financia a paramilitares neonazis. Entretanto, los gobiernos occidentales que dicen ser custodios de la “democracia” y la “libertad” han estado bombeando miles de millones de dólares en armamento al régimen fascista de Kiev encabezado por un colaboracionista judío. Los gobiernos y medios de comunicación occidentales tratan de cuadrar esa contradicción afirmando que el régimen de Zelensky es una “democracia” encubriendo su conducta pro nazi. Es más, el armamento enviado a Ucrania desde el 2014 por EE.UU. y otros miembros de la OTAN está impulsando de forma temeraria una conflagración mundial. De esta manera, las llamadas “democracias” occidentales están alineadas con el fascismo en una guerra incipiente contra Rusia que podría terminar en una catástrofe nuclear que acabará con la humanidad. Para quienes prestan atención histórica a las verdaderas causas y a la geopolítica de la Segunda Guerra Mundial - la interacción de las potencias occidentales y la Alemania nazi - y la posterior Guerra Fría, el actual enfrentamiento puede no resultar sorprendente. Las relaciones de una siniestra figura pública occidental con Ucrania son particularmente siniestras por su incongruencia. George Soros, el multimillonario filántropo estadounidense de origen judío, fue uno de los primeros partidarios del cambio político en Ucrania tras su independencia en 1991. A través de su infame Open Society Foundation, canalizó millones de dólares para promover la “revolución” del Maidán en Kiev. Soros trabajó mano a mano con el gobierno estadounidense y sus agencias - la CIA, la National Endowment for Democracy y la USAID -, para crear “grupos de la sociedad civil” y una letanía de organizaciones de medios de comunicación que impulsaron puntos de vista antirrusos. Desde entonces, la Open Society Foundation de Soros sigue proclamando que “está con Ucrania” y acusa a Rusia de estar llevando a cabo un “asalto a la democracia” (?). La OSF tiene el objetivo de recaudar fondos hasta 45 millones de dólares que, según dice, se utilizarán para “proteger a la sociedad civil ucraniana”. La realidad que se esconde tras la retórica de Soros es que el régimen de Kiev está dominado por fuerzas que pretenden aplastar cualquier disidencia y libertad de expresión, como demuestran las nuevas leyes represivas sobre los medios de comunicación. Incluso las organizaciones no gubernamentales occidentales financiadas por Soros, como Reporteros sin Fronteras y el Comité para la Protección de los Periodistas, con sede en los EE.UU., han condenado el escandaloso ataque a la libertad de expresión por parte de Zelensky. No se trata sólo de una desafortunada cuestión de malas compañías. Soros y el Departamento de Estado de los EE.UU., junto con el entonces vicepresidente Joe Biden, fueron fundamentales para llevar al régimen de Kiev al poder en el 2014. Fueron fundamentales para construirlo como una agresiva punta de lanza antirrusa que repudió los acuerdos de paz de Minsk del 2014-2015 y fomentó la actual guerra con Rusia. Soros, que durante muchos años ha expresado públicamente una profunda antipatía personal hacia el presidente ruso Vladimir Putin, parece haber utilizado hábilmente a Ucrania como un campo de juego geopolítico para promover sus intereses personales y empresariales, teniendo sus ojos puestos en la privatización de las industrias ucranianas de energía y agricultura. Obviamente, los intereses militaristas de Washington y sus ‘socios’ de la OTAN encajan perfectamente con su aparente “filantropía”. No es de extrañar por ello que desde hace tiempo se acusa a Soros de promover “revoluciones de colores” en nombre de Washington para desestabilizar a los adversarios geopolíticos - Rusia y China en particular- así como el que está pretendiendo montar en Irán con la llamada Conspiración del Velo, del cual nos ocupamos semanas atrás. Pero el caso de Ucrania es especialmente significativo. La temprana participación de Soros en la promoción del violento golpe de Estado de Kiev condujo directamente a la creación de un régimen extremo y reaccionario que sirve obedientemente a los intereses militaristas de Washington contra Moscú, al tiempo que causa la miseria de la mayoría de los ucranianos. La cábala gobernante de Kiev está plagada de corrupción, de anarquía pro-fascista y de estrangulamiento de una sociedad cívica en vías de extinción bajo un judío amado por Hollywood y las agencias de inteligencia estatales occidentales. Es por ello que las ridículas afirmaciones de Soros de apoyar el “periodismo independiente” y la “sociedad cívica” han demostrado ser falsas ante la actual represión de la libertad de expresión en Ucrania. Esto nos lleva a la última y quizás más inquietante contradicción: George Soros (92), nacido en 1930 en el seno de una familia judía, creció en Hungría durante la guerra. Ha admitido haber ocultado su identidad judía haciéndose pasar como “cristiano”. Es más, se sabe que colaboró siendo adolescente con el régimen nazi en Budapest informando sobre las propiedades judías para su confiscación. Al ser judío, sabía muy bien quienes lo eran y donde se ocultaban. Años posteriores a la guerra, Soros emigró a Occidente con todo lo robado y más tarde incrementó su enorme riqueza mal habida apostando contra los perdedores. Es conocido por ser el “hombre que quebró la libra esterlina” y por haber obtenido un beneficio de mil millones de dólares en un solo día durante un colapso del mercado en 1992. Digamos que George Soros tiene un sentido preternaturalmente agudo del oportunismo depredador. Un multimillonario de origen judío que financia un régimen pro-nazi en Ucrania para que haga su voluntad no está más allá del cálculo cínico. No cabe duda alguna que se trata de un tumor canceroso que amenaza a Europa involucrándonos en una guerra que no es nuestra y que ya le estamos viviendo sin quererlo - al margen de lo que digan los gobiernos genuflexos a Washington - por lo que merece ser extirpado de raíz antes que sea demasiado tarde :(