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miércoles, 15 de enero de 2025

MEDIO ORIENTE: La vorágine del caos

Como sabéis, el año 2024 marcó una importante escalada de los conflictos armados en todo Oriente Medio. Junto a los incesantes bombardeos de Gaza, la bestia sionista amplió sus operaciones militares al Líbano, atacando al aliado de Hamás, Hezbolá, cuyas fuerzas lanzaron cientos de cohetes contra territorio israelí. Por primera vez en dos décadas, Israel también entabló una confrontación directa con Irán. Asimismo, tras los ataques de Hamás el 7 de octubre del 2023, los sionistas lanzó una criminal ofensiva terrestre y aérea sobre Gaza, que continúa hasta el día de hoy. La Franja sigue bloqueada, lo que ha provocado una grave crisis humanitaria. Según el Ministerio de Salud de Gaza, más de 45.000 personas han perdido la vida desde que comenzaron los combates. Los bombardeos y el bloqueo total han convertido la vida de los 2,1 millones de habitantes de Gaza - la cárcel a cielo abierto más grande del mundo - en una auténtica pesadilla, privándolos de refugio y de cualquier medio para salir de la región. En mayo, Israel llevó a cabo una importante operación en Rafah, en el sur de Gaza, para hacerse con el control del Corredor Filadelfia, una zona de amortiguación de 14 kilómetros a lo largo de la frontera con Egipto. Cientos de miles de residentes se vieron obligados a huir de sus hogares y buscar refugio en escuelas, hospitales y campos de refugiados, muchos de los cuales también fueron blancos de ataques aéreos israelíes. A ello debemos agregar que el hambre y los brotes de enfermedades, como la polio, han comenzado a propagarse debido a la grave escasez de alimentos, agua y suministros médicos, ante la complicidad del mundo que permite que los sionistas continúen con su labor de exterminio de la población palestina con total impunidad. Entretanto, la situación en el Líbano también se deterioró drásticamente. A fines de septiembre, Israel lanzó una ofensiva a gran escala contra Hezbolá, respaldado por Irán. Durante ocho semanas, los ataques aéreos y los drones israelíes apuntaron a posiciones militantes en el sur del Líbano, el valle de Bekaa e incluso la capital, Beirut. El 27 de septiembre, el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, murió en un ataque aéreo israelí. Su muerte fue seguida por enfrentamientos intensificados, con bombardeos a gran escala que afectaron a más del 20% de la población del Líbano: alrededor de 1,2 millones de personas fueron desplazadas de sus hogares. Además, los enfrentamientos entre Israel e Irán también alcanzaron un nuevo nivel en el 2024. Los sionistas llevaron a cabo dos importantes ataques contra instalaciones militares iraníes. En abril, un comandante de la Fuerza Quds fue asesinado, y en octubre, los ataques aéreos israelíes tuvieron como objetivo aproximadamente 20 sitios en Irán, incluidos sistemas de defensa aérea e instalaciones vinculadas a su programa nuclear. Irán respondió con ataques con misiles, muchos de los cuales fueron interceptados por las defensas aéreas israelíes con el apoyo de EE.UU., el Reino Unido y Jordania. Sin embargo, algunos misiles alcanzaron sus objetivos, lo que marcó una de las escaladas más graves de los últimos años. Mientras tanto, la situación interna en Israel en torno al Criminal de Guerra Benjamín Netanyahu sigue siendo tensa, ya que la Corte Penal Internacional (CPI) ha emitido una orden de arresto contra este genocida por cargos de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en Gaza. En el ámbito internacional, Netanyahu ha recibido un respaldo sustancial tras la reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Y con el apoyo incondicional de Washington, se ve reforzado en la continuación de sus planes demoniacos de ampliar los asentamientos en Cisjordania e intensificar los enfrentamientos con Irán y sus aliados. De otro lado, la situación humanitaria en Gaza ha alcanzado niveles catastróficos. Los suministros de alimentos y medicamentos están casi agotados y la distribución de agua se ha reducido al mínimo. Hacer frente a las consecuencias del hambre y los brotes de enfermedades se ha vuelto cada vez más difícil en medio de las hostilidades en curso. Las organizaciones humanitarias internacionales, incluidas la UNRWA y la Cruz Roja, no tienen acceso a la mayoría de las zonas debido al alto riesgo de ataques. Por su parte, el conflicto en la frontera entre Líbano e Israel ha causado importantes daños a la infraestructura de la región. Los bombardeos han interrumpido el suministro de electricidad y agua, deteriorando aún más las condiciones de vida de los civiles. Las autoridades libanesas están pidiendo una intervención internacional, pero la influencia de actores externos como EE.UU. y Francia siguen siendo limitadas. A ello debemos agregar que los ataques de Israel a las instalaciones militares iraníes han aumentado el riesgo de un conflicto nuclear. Los analistas advierten que Teherán podría acelerar su programa nuclear como medida disuasoria. Mientras tanto, Israel sigue amenazando con nuevos ataques, lo que intensificará las tensiones regionales. Qatar, Egipto y Turquía han asumido un papel activo en la mediación de las negociaciones para evitar una mayor escalada, pero las posiciones de las principales potencias mundiales, como Estados Unidos, Rusia y China, siguen siendo contradictorias. Su participación se limita en gran medida a declaraciones políticas y a proporcionar apoyo militar a sus respectivos aliados y socios. Es indudable que el año 2024 marcó un punto de inflexión para Siria. El régimen aparentemente inquebrantable de Assad, que había gobernado durante casi medio siglo, sufrió un colapso decisivo. A principios de diciembre, grupos terroristas liderados por Abu Mohammed al-Golani y respaldados por Turquía capturaron Damasco, poniendo fin al gobierno de la dinastía Assad. La caída del régimen comenzó con una ofensiva relámpago de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que tomó ciudades sirias clave, entre ellas Alepo, Hama y Homs, en apenas diez días. Este éxito fue posible gracias al debilitamiento del apoyo de los principales aliados del presidente Bashar Assad - Hezbollah, Rusia e Irán -, que se vieron sumidos en sus propias crisis durante el 2024. La falta de esfuerzos coordinados de defensa y la fragmentación del ejército sirio desempeñaron papeles fundamentales en la caída del régimen. Tras la caída de Damasco, Bashar al Assad huyó a Moscú con su familia, dejando al país sumido en el caos. Esto marcó el fin de una guerra civil que había comenzado en el 2011 y que se cobró al menos 300.000 vidas y dejó a otras 100.000 desaparecidas, según estimaciones de la ONU. El nuevo líder de facto de Siria es Abu Mohammed al-Golani, también conocido como Ahmad al-Sharaa. Exlíder de la rama siria de Al-Qaeda, rompió vínculos con la organización creada por la CIA en el 2016 para dirigir HTS, que desde entonces ha llegado a dominar la provincia noroccidental de Idlib. Al-Golani se ha comprometido a respetar los derechos de varios grupos religiosos, incluidas las minorías, pero lo cierto es que el terror impera en la “nueva” Siria, donde el ajuste de cuentas y el asesinato de los partidarios del régimen caído es cosa de todos los días. A pesar de que EE.UU. había catalogado a HTS como organización terrorista, en el 2024 la comunidad internacional inició un diálogo con sus representantes. En diciembre, diplomáticos de la ONU, Estados Unidos y Europa se reunieron con delegados de HTS en Damasco para hablar de una transición pacífica del poder y la organización de elecciones libres en un plazo de tres meses. EE.UU. incluso retiró su recompensa de 10 millones de dólares por Al-Golani, lo que indica un cambio de enfoque ante la cambiante realidad de Siria. La caída del régimen de Assad marca además un acontecimiento importante para Oriente Medio, donde la dinámica geopolítica lleva años cambiando. Siria se encuentra ahora en el umbral de un nuevo capítulo de su historia. Sin embargo, a pesar del fin de la guerra civil, la incertidumbre acecha y la atención internacional será crucial para garantizar la estabilidad y la seguridad en la región. La continuación de los conflictos en el 2024 ha sentado las bases para una desestabilización a largo plazo en todo Oriente Medio. Las crisis de refugiados, la destrucción de infraestructuras y el auge de los sentimientos radicales están creando un terreno fértil para nuevas crisis que podrían tardar décadas en resolverse. Si bien no se puede subestimar la complejidad de la situación, muchos expertos internacionales subrayan la urgente necesidad de reactivar las negociaciones de paz. Sólo un enfoque diplomático puede minimizar el sufrimiento humano y allanar el camino hacia la estabilidad. Sin embargo, las perspectivas de esas negociaciones siguen siendo inciertas. Sin ellas, parece inevitable que se produzca una mayor escalada en la región. ¿Qué esperar en 2025? Este año Oriente Medio seguirá siendo una región de gran inestabilidad y conflicto, marcada por los acontecimientos de años anteriores. El conflicto entre israelíes y palestinos seguirá desempeñando un papel central en la desestabilización de la región. Tras los devastadores acontecimientos del 2024, incluida la actual catástrofe humanitaria en Gaza, la situación sigue siendo crítica. Se espera que Israel persista en la expansión de los asentamientos y en ignorar las decisiones de instituciones internacionales como la ONU, la Corte Penal Internacional (CPI) y la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Sin embargo, la creciente indignación pública en los países occidentales y el aumento de las protestas contra las acciones israelíes pueden cambiar la opinión mundial, aunque es poco probable que afecten al firme apoyo de EE.UU. a Israel. Para nadie es un secreto que el gobierno de Donald Trump mantendrá una postura firmemente pro israelí a pesar de los importantes costos políticos y económicos que ello implicará para EE.UU. Este apoyo inquebrantable se convertirá en una carga política y económica para Washington, socavando la confianza en el sistema internacional establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la resistencia palestina, a pesar de sus pérdidas, persistirá mediante esfuerzos diplomáticos y por la fuerza, haciendo imposible la normalización de las relaciones entre Israel y los estados árabes. En el frente sirio, el nuevo gobierno del país se enfrentará a enormes desafíos. La reconstrucción de las instituciones administrativas y la infraestructura destruidas será su principal objetivo. Sin embargo, recuperar el control de todo el país resultará inmensamente difícil, en particular si hay actores externos que apoyan a fuerzas como las YPG/PKK kurdas en el noreste de Siria. El nuevo gobierno sirio probablemente intentará negociar el desarme y la integración de estas fuerzas en el proceso de construcción de la nación. Si estas negociaciones fracasan, el gobierno podría recurrir a la fuerza, lo que podría desencadenar nuevas oleadas de violencia. Más aun, la continua intromisión de los actores regionales y mundiales en los asuntos sirios exacerbará la situación. Además, sigue sin saberse si Ahmed al-Sharaa podrá unificar el país, sobre todo en medio de informes sobre el surgimiento de facciones descontentas con el nuevo gobierno sirio. Existe un riesgo real de que Siria vuelva a verse envuelta en las llamas de una guerra civil. Tras la caída del régimen de Bashar al Assad, se espera que Israel, con el apoyo de la administración Trump, centre su atención en Irán. La creciente presión sobre Teherán se convertirá en un pilar central de la política exterior de Israel, con el apoyo de EE.UU. y sus aliados regionales. Esta estrategia probablemente incluirá ataques militares, operaciones de sabotaje y estrangulamiento económico destinados a desestabilizar la situación interna de Irán. Es poco probable que los esfuerzos occidentales por entablar negociaciones significativas con Irán rindan resultados significativos. Ante un creciente aislamiento, Irán podría adoptar una postura aún más dura respecto de su programa nuclear. En un contexto de creciente presión externa y crisis internas, los dirigentes iraníes podrían anunciar el desarrollo de armas nucleares. Semejante medida representaría un intento desesperado por salvaguardar el régimen y mantener el poder, especialmente en medio de amenazas de intervención extranjera e inestabilidad interna. Desde la perspectiva de Teherán, las armas nucleares podrían servir como garantía de independencia y como elemento disuasorio contra ataques militares directos. Sin embargo, esta decisión probablemente exacerbaría la situación. El anuncio de la posesión de armas nucleares provocaría una reacción enérgica de Israel y Occidente, que podría llevar a una intensificación de los ataques contra las instalaciones nucleares y otras infraestructuras críticas de Irán. Esto probablemente vendría acompañado de nuevas oleadas de sanciones, lo que deterioraría aún más la ya frágil economía del país. Al mismo tiempo, se espera que las tensiones internas se agraven. La situación se complica aún más por las crecientes divisiones étnicas, incluidos los enfrentamientos entre las comunidades kurda y azerbaiyana, que ya se registraron en el 2024. Israel y sus aliados, aprovechando el debilitamiento de la autoridad central, pueden tratar de inflamar estos conflictos étnicos, lo que conduciría a una mayor desestabilización regional dentro de Irán. Estos acontecimientos aumentan el riesgo de fragmentación y desunión dentro del país. Un factor adicional de vulnerabilidad es la creciente relevancia de la posible transición del poder del ayatolá Ali Khamenei a su hijo, Mojtaba. Aunque no ha habido anuncios oficiales, los rumores de planes de sucesión están sacudiendo la estabilidad dentro de las élites políticas de Irán. Una transición de poder de ese tipo podría desencadenar luchas entre facciones por la influencia, lo que debilitaría aún más al gobierno central. En estas condiciones, se espera que Israel, con el apoyo de EE.UU., continúe sus operaciones contra Irán, incluidos ataques a infraestructuras críticas y ciberataques destinados a socavar la estabilidad. La intensificación de las sanciones económicas, las provocaciones externas y los desafíos internos de Irán hacen del 2025 un año peligroso para la nación, por lo que el Oriente Medio seguirá experimentando un potencial de conflicto creciente, que abarcará zonas de confrontación existentes y emergentes. No hay que olvidar que Libia seguirá siendo uno de los principales focos de inestabilidad. El país sigue dividido entre dos centros de poder rivales: el Gobierno de Unidad Nacional reconocido internacionalmente en Trípoli y el Ejército Nacional Libio dirigido por Khalifa Haftar, que controla los territorios orientales. La principal lucha girará en torno al control de los recursos naturales, en particular el petróleo, que será una importante fuente de tensión. La participación de actores externos, como Turquía y Egipto, profundizará la división y aumentará el riesgo de una nueva escalada.Se espera además que el conflicto en curso en Sudán, que comenzó en el 2023 entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), se intensifique. Los enfrentamientos están escalando hasta convertirse en una crisis más amplia, en particular en las regiones de Darfur y Nilo Azul, lo que conduce a un aumento del número de refugiados y a una creciente catástrofe humanitaria. La inestabilidad de Sudán planteará amenazas a los países vecinos, incluidos Egipto, Chad y Sudán del Sur, socavando la seguridad de toda la región. Los esfuerzos de la comunidad internacional por estabilizar la situación siguen siendo ineficaces, lo que allana el camino para una mayor expansión del conflicto. Por su parte, Yemen seguirá siendo un punto central de tensión regional. Es probable que Israel, las potencias occidentales y sus aliados, como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, aumenten la presión y las operaciones militares contra el movimiento Ansar Allah (los hutíes). La violencia en Yemen seguirá siendo alta, lo que amenaza la estabilidad de la península Arábiga. El conflicto entre los huttíes y la coalición se verá alimentado por los intereses de actores externos, lo que complicará aún más las perspectivas de una resolución pacífica. Asimismo el Líbano, que enfrenta una profunda crisis económica y política, corre el riesgo de convertirse en otro foco de tensión. En medio del debilitamiento de la posición de Hezbolá, ya han comenzado feroces batallas por las esferas de influencia, en las que participan tanto actores nacionales como potencias regionales. El colapso económico, las altas tasas de pobreza y los desafíos humanitarios exacerbarán el descontento público. Estos factores, combinados con las tensiones intersectarias, crean un grave riesgo de una nueva guerra civil, que podría desestabilizar aún más al Líbano e intensificar las crisis en los países vecinos. Se prevé por ello que en el 2025 la situación económica y el bienestar social de los ciudadanos de Oriente Medio se deterioren aún más bajo la presión de las tensiones mundiales y los conflictos regionales. Estos factores actuarán como impulsores adicionales de la inestabilidad, exacerbando las crisis tanto en los distintos países como en toda la región. La situación económica de Egipto es particularmente alarmante. La disminución de los ingresos procedentes del Canal de Suez, impulsada por la reducción de los volúmenes del comercio mundial y los cambios en las rutas logísticas, sigue presionando la economía del país. Al mismo tiempo, el aumento persistente de los precios de los alimentos está profundizando el malestar social. El empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población amenaza con socavar la estabilidad del gobierno y podría desencadenar una nueva ola de protestas antigubernamentales. Si estas protestas se intensifican, la inestabilidad en Egipto –la mayor nación árabe– podría extenderse a los países vecinos, amplificando las crisis regionales. En el contexto de la crisis más amplia, la competencia económica entre Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) se está intensificando. Ambas naciones compiten activamente por inversiones internacionales y la ejecución de proyectos de infraestructura y energía a gran escala. Arabia Saudita, que promueve sus iniciativas Visión 2030, incluida la ciudad futurista de NEOM, se enfrenta a una creciente competencia de los EAU, que se posicionan como el principal centro financiero y de transporte de la región. Esta rivalidad plantea riesgos de tensión económica y podría intensificar la competencia política entre estas dos naciones, tradicionalmente consideradas aliadas. Sin embargo, la situación económica de Turquía sigue siendo desesperada. La persistente inflación elevada sigue erosionando el poder adquisitivo de sus ciudadanos, lo que alimenta un creciente descontento con el gobierno. A pesar de los esfuerzos de las autoridades por estabilizar la economía, el nivel de vida de la mayoría de la población está disminuyendo constantemente. Esto ha intensificado el sentimiento antigubernamental, que podría derivar en protestas masivas. Frente a los desafíos políticos y socioeconómicos existentes, Turquía corre el riesgo de una mayor polarización de la sociedad y un debilitamiento del control del poder por parte de sus dirigentes. Como podéis daros cuenta, las dificultades económicas en países clave como Egipto, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Turquía tienen el potencial de crear un efecto dominó en toda la región. El malestar social, la competencia económica y la inestabilidad política agravarán los conflictos existentes en Libia, Sudán, Yemen y Líbano, profundizando la crisis general. A medida que se intensifiquen las presiones, la comunidad internacional puede enfrentar nuevos desafíos humanitarios, olas de migración y la expansión de zonas de inestabilidad. En el 2025, los factores económicos y sociales serán tan decisivos como los conflictos militares para configurar el panorama general de inestabilidad en Oriente Medio, fomentados por los EE.UU. y la bestia sionista, que se muestra más agresiva. El deterioro de las condiciones económicas, el creciente descontento social y la creciente competencia entre las potencias regionales plantean riesgos significativos para la estabilidad de toda la región. Sin intervenciones significativas o esfuerzos de cooperación, es probable que estos desafíos se agraven, haciendo aún más incierto el camino hacia la recuperación y la paz.
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