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miércoles, 15 de julio de 2020

RECEP TAYYIP ERDOGAN: Manipulación e intolerancia

Como Mehmed II el Conquistador en 1453, el dictador turco Recep Tayyip Erdogan no ha dejado de buscar la gloria en Constantinopla desde hace tres décadas. El primero, la del califato islámico por la transformación en mezquita de la Basilica Cristiana Ortodoxa de Santa Sofía (Hagia Sophia) Este sátrapa - quien en su insania se ve a si mismo como el nuevo ‘sultán’ que debe restaurar los límites del antiguo imperio otomano - para seguir aferrado al poder y ganarse el apoyo de los sectores conservadores, ha dirigido su codiciosa mirada a la monumental basílica bizantina, transformada en museo durante 85 años y convertida desde entonces en un emblema de la Turquía laica y “moderna” por el infame violador de niños griegos, Mustafá Kemal (Atatürk), quien proclamó la República en 1923. Como sabéis, quien ha visitado la antigua capital del Imperio Bizantino puede percatarse de que no faltan mezquitas en Constantinopla, desde la cercana Mezquita Azul hasta, precisamente, la de Fatih, construidas por los conquistadores turcos precisamente para rivalizar con Hagia Sophia. Es por ello que el gesto de restaurar el culto islámico en la basílica cristiana es propio de un capricho de un demente, reavivando el viejo antagonismo otomano entre los países herederos de la cristiandad a fin de movilizar a sus seguidores del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) a si favor. También es un mensaje nacionalista de profundo calado para todos los turcos. Y signo de vulnerabilidad de un genocida que lleva casi 18 años en el poder y asiste con inquietud al reagrupamiento de dirigentes del islamismo político que él defenestró. Diplomáticos de Washington en Ankara ya constataron el instinto criminal de Erdogan en los cables de WikiLeaks. “Tayyip solo cree en Alá… pero no se fía ni de Dios”, llegó a aseverar un miembro de su partido en la embajada de EE UU. Luego de sus repetidos juegos de poder en Siria y Libia - ante Donald Trump o Vladímir Putin - y de sucesivas debacles en casa, con la divisa turca en caída libre y la reciente pérdida de la alcaldía de Constantinopla a manos de la oposición, el déspota oriental lanza un órdago que reverbera dentro y fuera de Turquía. La reinstauración del culto musulmán en Hagia Sophia viene a confirmar que la verdadera agenda oculta de Erdogan no era la de un régimen islámico integrista basado en la sharía, sino una autocracia nacionalista y populista que busca atenazarse al poder. Sin duda alguna, se trata de una maniobra de distracción dirigida para ganarse a las masas conservadoras que votan al AKP ante la grave crisis económica que los aqueja, pero que la reislamización de la basílica cristiana erigida por el emperador Justiniano I amenaza con agudizar la polarización de la sociedad turca. El nacionalismo laico empero, puede acabar cerrando filas con el dictador ante una previsible escalada de la tensión exterior. Por cierto, los principios de “cero enemigos”, que inspiró la diplomacia neotomana preconizada durante los primeros años de Erdogan, y de acercamiento a Europa, plasmado desde hace 15 años en la candidatura al ingreso en la UE, han experimentado un vuelco copernicano. Además de haberse rechazado su entrada a la organización al no tratarse de un país europeo, a la par de ser un violador sistemático de los Derechos Humanos que tiene las manos manchadas con la sangre de miles de kurdos - victimas de un atroz genocidio - se ha granjeado la enemistad de Grecia y otros países cristianos ortodoxos cuyos ciudadanos rezan a veces con sigilo en Hagia Sophia. Asimismo, Turquía ha perdido aliados clave: EE.UU. le reprocha que como Estado miembro de la OTAN, se haya equipado con misiles S-400 de fabricación rusa; Rusia, precisamente, le advierte de que está desafiando sus designios en Siria y Libia; mientras que Bruselas amenaza con imponerle sanciones por las prospecciones en busca de gas en aguas de Chipre, cuyo tercio norte permanece ilegalmente bajo ocupación militar turca desde 1974, donde se creo un estado títere, no reconocido internacionalmente; Y que además amenaza permanentemente con ‘abrir sus fronteras’ para que decenas de miles de ‘refugiados’ - terroristas en potencia - invadan Europa. Erdogan parece querer agitar el espectro de la ocupación multinacional de Anatolia que siguió al hundimiento el Imperio Otomano tras la I Guerra Mundial para galvanizar a los turcos frente a una amenaza exterior. Para ello no ha vacilado en desenterrar el hacha del choque de civilizaciones, aunque con ello toque el nervio religioso ortodoxo del Kremlin, su poderoso vecino del norte. Cuando las aguas del Tigris acaban de cubrir en el sureste de Anatolia la varias veces milenaria Hasankeyf - represada en un embalse aprobado por Erdogan en el 2006 - la historia da otro giro imprevisible en Turquía. Por encima de todo, el dictador que ha acaparado más poder desde Atatürk aspira a los 66 años a conservarlo de por vida. Luego de haber sobrevivido a la cárcel y el ostracismo, a un rosario de procesos para declararle proscrito y a un sangriento golpe de Estado patrocinado por los EE.UU. en el 2016 para instalar a un títere colaboracionista en su lugar, Erdogan ha hecho saber al mundo que con tal de seguir al timón en Ankara bien vale resucitar el rezo islámico en Hagia Sophia. Puede que con esta infame jugada, gane algunas simpatías en sectores extremistas, pero convertirla en una mezquita muestra el total desprecio que tiene al frágil equilibrio religioso existente en el país asiático y que con su decisión, ha llevado la ideología islamista a las puertas de Europa en un decreto verdaderamente escalofriante. La antigua catedral cristiana ortodoxa, declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, atrajo a más de 3,7 millones de visitantes el año pasado. Pero esos números caerán en picado de ahora en adelante, a medida que los turistas se mantengan alejados de lo que será una mezquita activa, donde además - y eso es lo mas condenable - serán retirados todos los símbolos cristianos y borrados los maravillosos mosaicos que adornan su interior, al estar dichas representaciones prohibidos en el Islam, por considerarlos “blasfemos”. No solo los visitantes extranjeros quedarán desconcertados por lo sucederá con esos tesoros, sino que esta decisión no ha caído bien en la vecina Grecia, Rusia o incluso en los EE. UU. "Una amenaza para Hagia Sophia es una amenaza para toda la civilización cristiana", dijo el Patriarca Kirill, jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa en un discurso, señalando la enorme importancia religiosa que el magnifico templo del siglo VI jugó en la historia de la ortodoxia y de Rusia. En esa mismas línea, Bartolomeo I, líder de la Iglesia ortodoxa oriental, conocido como el Patriarca Ecuménico de Constantinopla - que sigue teniendo su base en la antigua capital bizantina - advirtió hace que la reconversión del lugar desilusionaría a millones de cristianos y fracturaría a dos mundos. "Su estatus de museo permite que se desplieguen las obras bizantinas y las otomanas lado a lado. No es como si unas u otras hayan sido borradas. Coexisten pacíficamente. Cambiar eso crearía algo completamente diferente", sostuvo por su parte el profesor Dionysios Stathakopoulos, quien teme por la integridad histórica y artística del lugar. "Muchos monumentos que han sido reconvertidos en mezquitas luego de ser museos del Estado de Turquía, han visto sus obras de arte y sus estructuras severamente dañadas", afirma el catedrático. "Los cambios serían fundamentales. El lugar no se puede convertir en mezquita retirando sólo un par de cruces", concluye. A su vez, Lina Mendoni, Ministra de Cultura de Grecia, hogar de millones de seguidores de la Iglesia Ortodoxa, criticó a Erdogan y dijo que lleva a su país de vuelta hacia el pasado. Como uno de los dos miembros de la Unión Europea (UE) que comparten una frontera con Turquía, siendo Bulgaria el otro, Grecia esperará ansiosamente una respuesta igualmente firme de sus compañeros en el bloque, pero podría quedar esperando mucho tiempo. Gracias a la pandemia de Coronavirus, la UE se está quedando sin gas. Las instituciones apenas están funcionando, los eurodiputados están dispersos por todas partes, y las reuniones en línea con un personal esencial están a la orden del día. Eso dificulta generar impulso para realizar una campaña destinada a presionar a un sangriento régimen dictatorial que ha decidido que ahora es el momento de divertirse y jugar. Y Erdogan lo sabe. Siempre ansioso por establecerse en el escenario mundial como un tipo duro e intransigente, el tirano telegrafió descaradamente a su movimiento para relacionarse con los intereses islamistas transmitiendo la primera llamada a la oración en Hagia Sophia en los principales canales de noticias de Turquía y desconectando el sitio cultural de las redes sociales, socavando de esa manera la frágil convivencia cristiano-musulmana del país y lograr exactamente lo contrario de lo que Atatürk intentó hacer cuando convirtió la basílica ortodoxa en un museo para subrayar su visión de una Turquía “moderna”.Y parece que a Erdogan le molesta ese hecho. Según sus partidarios en el Consejo de Estado, la razón para revertir Hagia Sophia a una mezquita es que Atatürk “se equivocó” al cambiar el estado de una estructura religiosa en primer lugar. Le tomó 86 años al actual dictador llegar a esa conclusión políticamente conveniente, a pesar de que la mayor parte de Turquía parecía haber estado bastante contenta con su museo inmensamente popular, que atrae millones de turistas al año y que gastan una fortuna en liras al visitar el país. Cabe destacar que las afirmaciones de que la hoy mezquita “seguirá abierta a visitantes extranjeros de cualquier religión” son engañosas. Pasear por un museo vestido con ropa informal, hablar en voz alta, tomar fotos mientras gritan a los niños que dejen de correr es parte de ser un turista al visitar famosos sitios culturales en el extranjero. Si, por un momento, alguien cree que prohibir cualquiera de esas cosas no tendrá ningún impacto en los números de sus visitantes, entonces no saben nada sobre los turistas. Y menos aún sobre el siglo XXI. Puede que ahora para los musulmanes, Hagia Sophia ya es una mezquita, pero a los ojos de nosotros los cristianos, nunca dejará de ser una catedral y ningún psicópata asesino sediento de sangre nos podrá hacer cambiar de opinión ¿A que se enteran? :)
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