Cuentan que a Juan Pablo II le preguntaron en cierta ocasión: “Su Santidad, ¿cuánta gente trabaja en el Vaticano?”. A lo que el polaco Karol Wojtyla, Papa entre 1978 y 2005, contestó con ironía: “Más o menos, la mitad…”. Ahora ya sabemos - siguiendo una broma que en realidad no lo era - a qué se dedica la otra mitad: A conspirar. En efecto, Francisco I se encuentra al borde del abismo. En expresión de L’Osservatore Romano, se trata de “un pastor rodeado por lobos” los cuales aunque se vistan de púrpura, se excitan con la sangre y quieren la suya. Sucede que la jerarquía conservadora de la Iglesia no le ha perdonado el que no haya querido ser Papa y que prefiere ser, simplemente, obispo de Roma, despojándose de las insignias imperiales que los emperadores romanos les habían prestado, dejando además de lado la pompa y el lujo de sus antecesores. Y cometió el pecado de querer volver “al cristianismo de los orígenes”. Un sacrilegio a oídos de los tradicionalistas, quienes incluso a sotto voce lo llaman el hereje. Es de esta manera como la Curia Romana le ha declarado la guerra y quieren, pero ya, un Papa de verdad, por lo que los días del argentino Jorge Bergoglio en el trono de San Pedro podrían estar contados. El terremoto que ha estallado a raíz del gran escándalo de la pedofilia practicada con miles de menores por eclesiásticos, incluso provenientes de la alta jerarquía, que se llevaba ocultando vergonzosamente desde hace decenas de años, bajo la complicidad de la Iglesia oficial, ha acabado de explotar finalmente en las manos del Papa. Las acusaciones que se le hacen de que conocía ese drama y no actuó con prontitud, son tan serias, que quienes esperaban el momento para darle el golpe mortal, lo hayan aprovechado pidiendo abiertamente su renuncia. Como sabéis, el exnuncio (exembajador) del Vaticano en Washington entre 2011 y 2016, el arzobispo Carlo Maria Vigano, ha difundido una carta-testimonio de 11 folios de extensión en la que afirma que le dijo al Papa en junio del 2013, tres meses después de ser elegido, que el cardenal Theodor McCarrick había "corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes". Cabe precisar que McCarrick está a la espera de ser juzgado por un tribunal canónico luego de que las investigaciones preliminares confirmaran que las acusaciones, que se remontan a hace casi 50 años cuando ejercía como cura en la arquidiócesis de Nueva York, son creíbles en todo sentido. Vigano forma parte de un grupo de autoridades eclesiásticas ultraconservadoras que siente animadversión por el sumo pontífice y su inclinación hacia las reformas dogmáticas. El "comandante" de este grupo tradicionalista disidente es el cardenal Raymond Burke, opuesto furibundamente a la homosexualidad y a los matrimonios entre personas del mismo sexo. En el 2014 Burke ya declaró que "existe la fuerte sensación de que la Iglesia es como un barco sin timón". Y posteriormente, en el 2016, se atrevió a dudar si la exhortación apostólica sobre la familia escrita por el Papa y titulada "Amoris Laetitia" (La Alegría del Amor, en latín) estaba en consonancia o no con la moral católica, en especial el tratamiento a los divorciados y vueltos a casar. El exembajador vaticano ha aprovechado los numerosos casos de pedofilia que implican a sacerdotes y obispos para calificar de práctica mafiosa el muro de silencio u omertá que ha protegido a los acusados, una actitud que "corre el riesgo de hacer aparecer a la Iglesia como una secta diabólica" ante los ojos del mundo. También ha arremetido frontalmente contra los tres últimos secretarios de Estado vaticanos, los cardenales Angelo Sodano, Tarcisio Bertone y Pietro Parolin. A Bertone (entonces secretario de Estado de Benedicto XVI) por ejemplo, le ha culpado de "favorecer sistemáticamente la promoción de homosexuales en posiciones de responsabilidad". Al final del escrito, el arzobispo Vigano lanza una bomba de relojería. "Francisco I está abdicando del mandato que Cristo dio a Pedro de confirmar a sus hermanos. Es más, con su acción los ha dividido, los induce a error, anima a los lobos a seguir destrozando a las ovejas de la grey de Cristo. En este momento extremamente dramático para la Iglesia universal tiene que reconocer sus errores y, en coherencia con el proclamado principio de tolerancia cero, el papa tiene que ser el primero en dar ejemplo a los cardenales y obispos que han encubierto los abusos de McCarrick y tiene que dimitir con todos ellos", escribe. El gran escándalo de la pedofilia ha carcomido las bases de la Iglesia Católica en regiones muy concretas del planeta, especialmente en Irlanda y en Nueva Inglaterra. En esos dos lugares se concentraron las acusaciones, ocultas durante lustros, de que miles de menores de edad sufrieron abusos sexuales a manos de clérigos y obispos, lo que ha borrado la confianza de millones de fieles en la Iglesia Católica. Un informe al respecto elaborado por el Tribunal Supremo de Pensilvania pone los pelos de punta ya que recoge detalles nauseabundos al relatar las violaciones y otros ataques a más de 1.000 niños y niñas por más de 300 sacerdotes en seis diócesis de ese estado norteamericano desde 1947. Por desgracia, muchos de estos crímenes han prescrito por el paso de los años. Recientemente han aflorado casos similares en Chile y Australia. El Papa de origen argentino no quiso entrar a valorar las durísimas acusaciones de Vigano, desveladas precisamente cuando se encontraba de visita en Irlanda. Se limitó a decir a los periodistas que le acompañaban de vuelta a Roma lo siguiente: "No diré una palabra sobre esto. Creo que el comunicado [la carta-testimonio] habla por sí mismo. Ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar sus propias conclusiones. Es un acto de fe. Cuando haya pasado el tiempo y ustedes tengan las conclusiones, quizá hable más. Pero quiero que su madurez profesional haga este trabajo". Francisco I ha tildado hipócritamente de "crímenes repugnantes" todos estos comportamientos, ha pedido "perdón" por las veces que la Iglesia no supo estar al lado de las víctimas en el momento adecuado y se ha "solidarizado" con las personas supervivientes, reuniéndose con algunas de ellas, pero a su vez se niega a entregar a los responsables a la justicia, enviándolos por el contrario fuera de los países donde cometieron tales delitos a un “retiro espiritual” o bien "confinándolos" en Roma bajo protección del Vaticano, buscando con ello la impunidad para los violadores. Hace pocos días, ante las múltiples presiones recibidas, difundió una inusual carta dirigida "al pueblo de Dios" donde reconocía y condenaba, "con pena y vergüenza, las atrocidades perpetradas por personas consagradas", y prometía “sanciones”, aunque no precisaba cuáles serían. Pero a las víctimas y sus representantes este gesto les ha sabido a poco y demandan medidas concretas, como difundir una lista completa de todos aquellos clérigos condenados por la ley canónica del abuso, y su entrega a las autoridades para ser castigados con todo el peso de la ley, y de esta manera los niños y sus familias podrán sentirse más seguros. Sin embargo, no encuentran respuesta alguna por parte de Francisco I a su justo pedido. De otro lado, la misiva de Vigano, refleja hasta qué grado ha llegado el desafío al Papa dentro del sector eclesiástico conservador en Roma, quienes ya desconocen abiertamente su autoridad. Al margen de las peleas que se están produciendo en el seno de la Curia Romana, urge aclarar las graves imputaciones que se han vertido. Es crucial que se lleve a cabo una diligente investigación, en aras del principio de transparencia, ya que esta en peligro la propia supervivencia de la Iglesia Católica, que se encuentra ante una grave crisis institucional, que ellos mismos han generado al seguir protegiendo a los responsables, evitando que sean castigados ejemplarmente quienes cometieron tan aberrantes delitos. Además de ello, muchos expertos consideran que al margen que quien lo haga - el actual papa o su sucesor - es necesario realizar una serie de profundos cambios al interior de la iglesia. En ese sentido, crecen las voces entre los 1.200 millones de católicos repartidos por todo el mundo que ven la necesidad de convocar un concilio - reunión de obispos y otras autoridades eclesiásticas - para modernizar la institución milenaria, acometiendo reformas de calado, como la abolición del celibato obligatorio para los curas o la entrada de la mujer en el sacerdocio. Esos dos cambios extremadamente delicados y complejos podrían ayudar a superar la actual crisis de la Iglesia Católica que no es sólo institucional sino también secular. O lo que es peor, su realización podría avivar el fuego de una batalla de poder disfrazada de ortodoxia religiosa e ideología que busca restaurar el viejo orden :(